¿Determinismo o indeterminismo?. Claudia Vanney
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Los estudios sobre el origen de la vida y la biología evolutiva también abrieron desafíos nuevos a la reflexión teológica, como explican Rafael Vicuña y Rafael Martínez en el capítulo 15. Sin embargo, el origen de la vida continúa siendo un misterio para la ciencia actual, pues existe una diversidad de teorías que aspiran a explicarla, junto con una gran divergencia de opiniones entre los científicos. La mayor dificultad que afrontan estas explicaciones es la tremenda complejidad de los vivientes, incluso la de aquellos más simples. Los autores sostienen que, para comprender cómo puede aparecer la vida, es necesario conocer mejor los mecanismos físicos, químico-moleculares y biológicos que la hacen posible. Aunque también señalan que el problema del origen no refiere solamente a un inicio temporal, entendido como la determinación del primer evento en una cadena de organismos vivientes. Es decir, la perspectiva ‘naturalista’, irrenunciable para la ciencia, no se opone a la reflexión filosófica, cuando esta se pregunta por el sentido de la realidad viva para ahondar en la comprensión del problema del origen. Cuando la ciencia nos revela una inteligibilidad en la naturaleza, da a entender que el mundo debe poseer una causa radical que es no solo inteligible, sino también fuente de inteligibilidad.
Pero no es la pregunta sobre el origen el único tema con consecuencias teológicas que surge al cuestionar el determinismo de la naturaleza. En tiempos recientes, el programa de investigación llamado «Perspectivas científicas sobre la acción divina» ha estudiado los diversos modos en los que la ciencia contemporánea ha abierto algún tipo de espacio metafísico para dar cabida a una acción divina en el mundo sin necesidad de violar las leyes de la naturaleza (Russell, Stoeger y Murphy 2009). Para algunos investigadores de este programa, Dios eligió unas leyes muy específicas, con propiedades notables, al seleccionar las leyes de la naturaleza. Son ellas las que permiten el surgimiento de eventos no por azar, sino mediante una genuina emergencia de la complejidad en la naturaleza. Una emergencia que requiere leyes especiales, pero va más allá del mero despliegue de sus consecuencias.
Entre las diversas teorías científicas actualmente vigentes, la física cuántica, por un lado, ofrece un marco teórico muy promisorio, pues introduce la aleatoriedad en los estratos más fundamentales de la realidad (Russell 2001). Pero ¿es necesario que la física asuma un indeterminismo ontológico para admitir la posibilidad de una acción divina en la naturaleza? Por otro lado, diversas nociones de la biología contemporánea —como la autoorganización, la indeterminación, la causalidad hacia abajo y la comunicación de la información— también podrían abrir diversas posibilidades a una actuación divina no intervencionista en la historia evolutiva (Russell 1998, de Asúa 2014). Pero incluso aceptando una providencia divina, ¿en qué medida los procesos evolutivos contingentes refieren a un Dios creador y providente?
Ignacio Silva y Alejandro Clausse abordan en el capítulo 16 la primera de estas preguntas. Sostienen que la propuesta de exigir una indeterminación ontológica en la naturaleza para abrir un espacio a la acción de la providencia lleva implícita una comprensión unívoca de la causalidad. Por esta razón, para conciliar nuestro entendimiento de la acción de Dios en el mundo tanto desde la ciencia como desde la teología, sugieren utilizar la vía de la analogía. Los autores además muestran que, dentro de la misma física, también existen formulaciones que destacan el valor del conocimiento por analogía.
La segunda pregunta es analizada por Jorge Aquino e Ignacio Silva en el capítulo 17. La visión metafísica de Tomás de Aquino concibe a Dios obrando constantemente en y a través de los agentes naturales en el universo creado, guiando providencialmente su desarrollo. En cuanto que causa primera, Dios no interfiere con la causalidad de las causas segundas, sino que es la fuente de sus poderes causales, aun de aquellos que obran azarosa y contingentemente. En esta concepción del mundo natural y de su relación con el Creador no se rechaza ni la contingencia ni la aleatoriedad de las posibles mutaciones. Los autores sostienen además que la existencia tanto de leyes de la naturaleza —que permiten su propia organización y diversificación— como de ámbitos de indeterminación y de azar natural, lejos de contrariar las perfecciones divinas, las exaltan aún más, pues permiten reflejar más patentemente el poder de Dios en las creaturas mismas.
La perenne cuestión de la unidad mente-cerebro es otro ámbito con grandes implicaciones teológicas. Tanto la filosofía de la mente como las neurociencias se han visto confrontadas con el antiguo problema del alma. Aunque el uso de los términos es aún un tema bajo disputa, cuando se emplean al mismo tiempo, el término mente suele referir a la conciencia y a las operaciones mentales tomadas en general, mientras que el término alma refiere a un principio de naturaleza no física, implicando la posibilidad de una connotación religiosa. Si bien los debates en la ciencia y en la filosofía tienden comprensiblemente a evitar este último término, la teología no puede rehuir el tema. Surgen así preguntas tales como si la mente humana es una propiedad emergente de sistemas neurales supercomplejos, o también, si es posible hablar de un alma humana en un discurso neurobiológico.
En el último capítulo del libro, Juan José Sanguineti y Marcelo Villar afrontan este problema. Reconocen una variedad complementaria de enfoques epistémicos, y la proponen para abordar la dualidad psíquico/neural. Aunque sostienen que no se puede argumentar la existencia del alma desde la pura biología y que la neurociencia no necesita acudir a la noción de alma para sus explicaciones, justifican también la legitimidad de la afirmación de la existencia de algo no-corpóreo en el hombre, y de su compatibilidad con los conocimientos neurocientíficos. Con respecto a la religiosidad, los autores sostienen que no es posible convencer a los científicos, ni a las personas en general, de la autenticidad de las experiencias espirituales si esas mismas personas no las han vivido. Si bien sería posible evaluar, en algunos casos, ciertos aspectos de la autenticidad de las experiencias místicas y espirituales desde el plano neurobiológico, consideran prácticamente imposible un tratamiento puramente objetivo de ellas.
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Al concluir la preparación de este libro queremos, como editores, expresar nuestra mayor gratitud a los autores de los diversos capítulos, por su amable e incondicional disposición para participar en esta publicación. Su interés, trabajo y esfuerzo hicieron posible que pudiéramos contar con las sugerentes colaboraciones que aquí se presentan. Confiamos en que el lector también las encontrará interesantes y científicamente enriquecedoras. Nuestro agradecimiento se extiende asimismo a la Universidad Austral (Argentina), a la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (FONCYT) y a la John Templeton Foundation, quienes han alentado y colaborado generosamente con el desarrollo de diversos proyectos de investigación cuyos frutos aquí se muestran.
Buenos Aires, abril de 2016
BIBLIOGRAFÍA
Arp, R. 2007. «Evolution and two popular proposals for the definition of function». Journal for General Philosophy of Science 38(1): 19-30.
Artiga,