¿Determinismo o indeterminismo?. Claudia Vanney
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El estudio de los sistemas físicos altamente inestables puso fuertemente a prueba esta posibilidad (Lombardi y López 2015), pues si bien en los sistemas mecánicos siempre es posible calcular la evolución temporal de las imprecisiones iniciales de las diversas variables, las incertidumbres finales dependen en gran medida de las características de las ecuaciones de movimiento. Cuando las ecuaciones que rigen la evolución temporal de un sistema físico son lineales, las predicciones de su evolución posterior se mantienen dentro de un rango de error acotado. Pero el desconocimiento del estado inicial exacto del sistema hace imposible predecir la evolución temporal de cada una de las partículas que componen ciertos sistemas complejos. Debido a que en estos sistemas el movimiento de las partículas está regido por ecuaciones muy sensibles a las condiciones iniciales, las trayectorias que siguen dos puntos inicialmente muy cercanos entre sí divergen de forma exponencial (y no linealmente) con el transcurso del tiempo, de manera que las pequeñas incertidumbres iniciales son amplificadas de forma exponencial en los sistemas caóticos (Bishop 2015).
Es decir, el estudio de los sistemas caóticos ha dado lugar a un tipo de indeterminismo —un indeterminismo gnoseológico— que es diferente al que presentamos en la sección anterior. Este nuevo tipo de indeterminismo tiene su origen en la imposibilidad de conocer el valor de ciertas magnitudes con una precisión absoluta, y no en la existencia de distintas trayectorias posibles para el sistema. Es decir, cuando el indeterminismo se predica del conocimiento de los sistemas físicos, simplemente se afirma que se ignora una información que resulta relevante.
Aunque un determinismo gnoseológico resulta difícilmente sostenible aplicado al conocimiento humano, no es un argumento incuestionable a favor del indeterminismo. El indeterminismo gnoseológico, por ejemplo, es compatible con un determinismo de las teorías científicas. El siguiente texto de Laplace ejemplifica esta afirmación: «la curva descrita por una simple molécula de aire o de vapor está determinada de una forma tan exacta como las órbitas de los planetas. Entre ellos no hay más diferencia que la derivada de nuestra ignorancia. La probabilidad es relativa en parte a esta ignorancia y en parte a nuestros conocimientos» (Laplace 1814 [1985], 27). Así también este texto de Darwin: «Hasta aquí he hablado a veces como si las variaciones […] fuesen debidas a la casualidad. Esto, por supuesto, es una expresión completamente incorrecta, pero sirve para reconocer llanamente nuestra ignorancia de la causa de cada variación particular» (Darwin 1859 [1983], 189).
3. ¿ES LA NATURALEZA DETERMINISTA O INDETERMINISTA?
Aunque hay autores que argumentaron de manera sólida en contra del determinismo gnoseológico (Popper 1982), la negación del determinismo gnoseológico no resulta un argumento concluyente para afirmar el indeterminismo en general, pues reconocer que nuestro conocimiento es insuficiente para predecir una evolución futura no invalida, por una parte, la posibilidad de que el determinismo se predique de las teorías científicas —como hemos visto en la sección anterior—; ni por otra parte, la de predicarlo de la naturaleza —como veremos en los párrafos siguientes (Earman 1986).
Cuando el predicado determinismo se predica de la naturaleza («la naturaleza es determinista»), entendiendo por naturaleza al conjunto del universo, nos encontramos ante un determinismo ontológico. Para esta comprensión del determinismo, las nociones de necesidad e imposibilidad aplicadas a un universo-bloque adquieren una particular relevancia. Así, William James afirma: el determinismo «profesa que aquellas partes del universo ya establecidas señalan y decretan de un modo absoluto lo que serán las otras partes […] Cualquier otro futuro distinto de aquel que fue fijado desde la eternidad es imposible. El todo se halla en todas y cada una de las partes, engarzándose con el resto en una unidad absoluta, un bloque de hierro en que no puede haber error, sombra, o vuelta atrás» (James 1897, 150). Es decir, predicar el determinismo de la naturaleza lleva consigo afirmar que el universo en su conjunto se rige por cadenas causales inscritas en el plano ontológico.
Pero ¿cómo probar que una evolución del sistema distinta de la que actualmente se observa resulta imposible? ¿Cómo decidir si la evolución del universo es «físicamente necesaria», si no es a través de las ecuaciones dinámicas que nos permiten predecir su evolución futura?
Estas preguntas incitan a establecer una identidad entre la objetivación científica de los procesos naturales (las ecuaciones dinámicas que rigen la evolución de un sistema físico) y la realidad misma, pero esta identidad no es tal: los modelos científicos no son la naturaleza misma. Las teorías científicas aspiran a representar de un modo adecuado los procesos naturales, pero siempre contienen una cierta dosis de construcción y de conjetura. «Si creemos en la física moderna, ¿el mundo es determinista o no? No hay una respuesta limpia y simple. Las teorías de la física moderna pintan muchas diferentes y aparentemente inconmensurables imágenes del mundo; no solo no hay una teoría unificada de la física, no hay ni siquiera un acuerdo sobre el mejor camino para alcanzarla. Además, incluso dentro de una teoría particular —por ejemplo, la teoría cuántica o la teoría de la relatividad general— no existe un veredicto claro» (Earman 2004, 43).
A pesar de que con frecuencia se confía excesivamente en los productos científicos, la distinción entre la realidad natural y su objetivación científica es, a nuestro juicio, una distinción clave. Cuando Nancy Cartwright argumenta a favor del indeterminismo sugiere lo siguiente: «En la metafísica tratamos de dar modelos generales de la naturaleza. La describimos como simple o compleja, gobernada por leyes o azarosa, unificada o diversificada. ¿Qué razones tenemos para nuestras elecciones? Nuestras intuiciones a priori y nuestros argumentos abstractos no son lo suficientemente buenos. Vemos mejor lo que la naturaleza es cuando miramos nuestro conocimiento de ella. Si nuestras mejores teorías ahora son probabilísticas, no debemos insistir en el determinismo» (Cartwright 2002, 13). Sin embargo, este tipo de argumentación no resulta concluyente. Si, por ejemplo, aceptamos la meta—inducción pesimista—, sabemos que en el futuro habrá nuevas teorías; y en este escenario futuro podríamos incluso considerar nuevamente la posibilidad del determinismo, porque, aunque nuestras mejores teorías científicas hoy no sugieran una visión determinista, nuestras mejores teorías de mañana sí que podrían hacerlo.
Las consideraciones precedentes parecen sugerir que el determinismo ontológico no solo se distingue del determinismo gnoseológico, como señaló acertadamente Popper, sino también se distingue del determinismo de las teorías científicas. Ahondaremos en esta afirmación en las secciones siguientes.
4. RELACIONES INTERTEÓRICAS Y REDUCCIONISMO
Si, como sugiere Galileo, el mundo fuera un libro escrito con caracteres matemáticos, una formulación científica que contuviera la estructura matemática del mundo respondería a la pregunta por el determinismo. Pero esta aspiración —presente, por ejemplo, en quienes han pretendido desarrollar una teoría del todo (Hooft et al. 2005)— encuentra como primer escollo el hecho de que las diversas teorías científicas utilizan objetivaciones matemáticas diferentes.
Con la pretensión de alcanzar una descripción matemática del mundo unificada, durante la segunda mitad del siglo XX el programa reduccionista recibió un gran impulso. Este programa aspiró a reducir todas las teorías científicas a una única considerada como fundamental. Sin embargo, dentro de este programa también es posible distinguir reduccionismos diversos: el reduccionismo semántico (el lenguaje del campo científico reducido se traduce al lenguaje del reductor), el reduccionismo interteórico (las leyes de la teoría reducida de deducen de la teoría reductora), el reduccionismo metodológico (el método privilegiado es el de la teoría reductora) (Sklar 2000). Estos reduccionismos, además, pueden sustentarse desde un reduccionismo ontológico (la teoría reductora contiene el dominio de la realidad de la teoría reducida).
Debido a algunos casos «exitosos» de reducción, en diversas ocasiones el reduccionismo fue asumido de manera acrítica. La reducción de la termodinámica