¿Determinismo o indeterminismo?. Claudia Vanney
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Ya en el campo específico de la filosofía, no resulta exagerado afirmar que la cuestión del reduccionismo (R) está entrelazada con la mayoría de las discusiones que le dieron origen. De este modo, el problema del arché, la cuestión del cambio y la permanencia, el tema de la unidad y la multiplicidad (Strauss 2012, 85-88), la especulación en torno a la causalidad, y todas las preguntas relativas a la constitución esencial del hombre y al valor del conocimiento implican, en algún punto, una toma de posición dentro de este marco fundamental. En cada uno de estos casos, como un telón de fondo, se cierne la cuestión de si existe una única realidad de la que todas las cosas se componen, o una única y última legalidad que pudiera explicar, en definitiva, cada fenómeno singular.
Sin embargo, fue Aristóteles, a partir de su polémica contra el reduccionismo materialista de algunos presocráticos, el primero en ofrecer una exposición sistemática de los argumentos antirreduccionistas (AR). En efecto, Aristóteles fue AR en prácticamente todos los sentidos que actualmente se le confieren a este término. Así, si se entiende AR en un sentido ontológico, Aristóteles es AR, pues postula explícitamente una dualidad constitutiva de la realidad. Recuérdese que: «Para Aristóteles, la región supralunar o celestial no es reducible en un sentido ontológico a la terrestre o sublunar […] El elemento que constituye la esfera celestial, el éter, es fundamentalmente diferente de los cuatro elementos sublunares» (Hoyningen-Huene 1992, 295). De igual modo, si se hace hincapié en el holismo que el AR implica, el Estagirita constituye nuevamente un buen ejemplo, ya que reconoce con claridad la relevancia de la causalidad que el entorno ejerce sobre los procesos físicos, ya sea provocándolos, permitiéndolos o impidiéndolos. Esta relevancia causal del entorno se traduce en su correlativa relevancia explicativa (Vigo 2010, 603-605). Por último, ya en el ámbito de la filosofía del viviente —expresión que resulta quizá menos anacrónica que filosofía de la biología—, Aristóteles es AR pues, como señala Alfredo Marcos, concede un lugar prioritario a las «explicaciones funcionales» (que requieren del concurso de una causalidad final) como las únicas que permiten entender tanto la génesis y composición del viviente cuanto su interacción con el medio (Marcos 2007).
2. PROBLEMATICIDAD Y CORRELATIVIDAD DE LOS TÉRMINOS EN DISCUSIÓN
Como sucede en la mayor parte de las discusiones filosóficas relevantes, los propios términos que designan a las posiciones enfrentadas (en este caso: R y AR) son ya en sí mismos todo un problema teórico. Esta falta de consenso en el plano semántico obedece a varias razones. En primer lugar, el término R no designa hoy a una doctrina filosófica homogénea y unitaria, sino que se aplica más bien a un espectro de realidades cualitativamente diversas, que incluye: actitudes, tesis, metodologías y teorías propiamente dichas. Lo mismo acontece con el AR, en tanto que se trata, evidentemente, de una noción correlativa a la primera (Polger 2007, 51-52). Luego, considerando al R específicamente como la explicitación de una dinámica inherente al conocimiento humano, sus connotaciones resultan parcialmente diferentes según su ámbito de aplicación, ya sea que se circunscriba estrictamente a la filosofía, a las ciencias o a la teología. También sería pertinente precisar si el R se aplica en cada una de estas disciplinas ad intra o si, por el contrario, designa la forma en que deben relacionarse entre sí dos o más disciplinas diversas. Por último, un capítulo aparte, sumamente interesante pero imposible de abordar en este contexto, lo constituyen las formas más sofisticadas de R, que podríamos calificar como suavizadas o impuras (tomando este término en su sentido más aséptico en materia emotiva y moral). Así, se han ofrecido alternativas al R robusto como el R composicional (Gillett 2007) o, en términos más generales, los fisicalismos no R (Gillett 2002). Como se ve, R y AR se dicen de muchas maneras.
A raíz de esta vaguedad y de la correlatividad de las nociones en contrapunto, no es ilógico advertir que una misma tesis puede ser considerada R o AR, dependiendo del significado que se adjudique a los términos. Así, sostener que para explicar el funcionamiento de un todo basta con desmontar sus mecanismos internos de funcionamiento puede implicar R en algunos contextos y no en otros. Esta situación se hace patente en la dificultad, aceptada explícitamente por Dupré, que se presenta a la hora de precisar el núcleo fundamental de los desacuerdos entre R y AR (Dupré 2010, 32) y, todavía más curioso, en que uno mismo se encuentra en ocasiones situado de un lado o del otro de la discusión, dependiendo de la forma en que se van planteando los términos (Keller 2010, 19). De hecho, es experiencia común entre los que se dedican a la investigación científica en medicina o en biología que el hábito los lleve a identificar una buena explicación con la que es capaz de vincular causalmente el funcionamiento de un todo con el de sus partes constitutivas. De ese modo, se sienten identificados, al menos a primera vista, con la postura R. Sin embargo, un buen investigador reconoce rápidamente que el fenómeno total que desea explicar no se reduce a lo que puede saberse a partir de sus componentes, sino que es necesario analizar la influencia del contexto, inclinándose esta vez hacia una posición más holista y AR. Finalmente, esta oscilación en las posiciones está manifestando que la misma definición semántica de R implica, las más de las veces, un compromiso teórico previamente asumido.
Para minimizar estas dificultades, dejaremos claro que en el presente trabajo, aunque reconocemos que ha sido discutida (Needham 2010), asumimos la definición general de R que propone Thomas Nagel. En sus propias palabras, la tesis fundamental del R implica que:
Todas y cada una de las complejas, variadas y aparentemente dispares cosas y procesos que observamos en el mundo pueden ser explicadas en términos de principios universales. […] [Principios] que gobiernan los componentes últimos a partir de los cuales se componen, en múltiples diferentes combinaciones, aquellos diversos fenómenos. La idea es que existe, en principio, una teoría del todo, bajo la forma de una teoría que gobierna aquella cosa o aquellas pocas cosas de las que todo lo demás se compone. (Nagel 1998, 3)
Esta definición tiene el mérito de señalar el supuesto fundamental del R, que consiste en otorgar prioridad ontológica y, por lo tanto, epistemológica y explicativa, al único o a los múltiples componentes elementales de la realidad, sean estos del orden que fueren. A nuestros propósitos, esta es, aunque muy general, una formulación suficiente, puesto que expone un núcleo racional a partir del cual puede originarse un desacuerdo genuino entre R y AR, más allá de las divergencias espurias que son fruto muchas veces de una mala interpretación de los términos.
Asumida esta definición, se hace necesario a estas alturas introducir las clasificaciones más usuales de los distintos tipos de R y AR. Así, en primer lugar, suele realizarse una división fundamental, que atiende a los planos en los que el R se aplica, a saber: el plano ontológico, el epistemológico y el metodológico.
El R ontológico, utilizando las palabras de John Dupré, es la posición teórica más fuerte, aquella cuyo postulado fundamental es que: «No hay otras cosas en el mundo que las descriptas por la física y la química. No existen mentes inmateriales, fuerzas vitales o deidades extratemporales» (Dupré 2010, 33). En el ámbito concreto de la biología, este tipo de R fisicalista, que mantiene un compromiso radical con la inmanencia, supone que «cada organismo se compone por nada más que moléculas y sus interacciones» (Brigandt-Love 2012). Correlativamente, cuando se hace referencia a los AR ontológicos, habitualmente se traen a colación posiciones pluralistas, que acentúan la diversidad interna de la ciencia biológica (Mitchell 2003), o alternativas filosóficas más generales como el dualismo cartesiano o vitalismos, al estilo de Bergson o de Driesch. En esencia, las posiciones AR postularían la presencia de algún tipo de realidades o de explicaciones irreductibles a un nivel meramente físicoquímico.
A este respecto, consideramos pertinente aclarar que, aunque la división expuesta resulta hoy en cierta forma canónica, nos suscita algunos reparos. Baste simplemente en este contexto con señalar dos. En primer lugar,