¿Determinismo o indeterminismo?. Claudia Vanney
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De algunas de estas limitaciones del conocimiento que, muchas veces inadvertidas o menospreciadas, no son debidamente corregidas, reciben las posiciones R toda su fuerza y su permanente atractivo. Héctor Velázquez señala este hecho con gran claridad:
El reduccionismo parece tener en su riqueza su gran pobreza. Su atractivo es indiscutible, y su rentabilidad no se puede regatear. Da cuenta de una realidad sencilla, coherente, analizable e intersubjetiva. Una suerte de zona franca con la que los intelectos suelen avenirse con facilidad. El reduccionismo deja a un lado las distinciones cualitativas que bajo su óptica falsamente parecen tener un asidero ontológico, y pretende quedarse con lo esencial, lo central, aquello que aparece como real después de un «esto no es más que…». (Velázquez 2013, 253)
A pesar de este atractivo, se hace evidente que cada una de las señaladas limitaciones, de las que puede desprenderse un abordaje R, se acentúa y agrava a medida que el conocimiento se aplica a realidades más complejas, alcanzando por ello un grado superlativo en el caso de la ciencia del viviente. Y, aunque no nos es posible desarrollar aquí esta cuestión en forma exhaustiva, sugeriremos, como en grandes pinceladas, las insuficiencias, en nuestra consideración más relevantes, del esquema R frente al fenómeno de la vida.
Así, frente al carácter analítico del conocimiento que explica dividiendo, el viviente se manifiesta esencialmente como un todo. Un todo que, según Dupré, se desarrolla como un sistema abierto, autorregulado y flexible, pero al mismo tiempo teleológico. Esto es, un proceso dinámico que, sin ser determinista, reconoce y logra mediante mecanismos a veces diversos algunos estados prevalentes. El viviente se comporta como un sistema en el que las múltiples interacciones causales involucradas, tanto ad intra como ad extra, alcanzan un nivel de complejidad tal, que no es posible desmontarlas mediante una reducción total a las formas más elementales de una explicación mecanicista (Dupré 2013). Para dar solo un ejemplo sencillo de lo que se quiere afirmar, en el viviente las propiedades que lo definen no están en su «adentro», en sus elementos constitutivos, como pretendería un R ingenuo, sino que son «propiedades relacionales» que emergen y se configuran como una respuesta al ambiente (Dupré 2010, 45). De modo que, más allá de las limitaciones propias de nuestras capacidades cognitivas, es posible que existan limitaciones inherentes a la complejidad de los sistemas biológicos que no se desprendan directamente de simples fenómenos fisicoquímicos.
En este mismo sentido, el viviente se presenta como una realidad en la que nociones de innegable relevancia ontológica como las de unidad e identidad adquieren un significado totalmente nuevo. Así, la unidad del ser vivo se define, en relación con el espacio, con una peculiar y original dinámica de las categorías de interioridad y exterioridad. El viviente, a diferencia de todo lo demás, es uno «en» pero también «frente a» su mundo (Plessner 2006 [1928], 105-159). Pero se trata, además, de un todo que mantiene su identidad en el tiempo, deviniendo en un proceso que implica una permanente renovación de su sustrato material, lo que confiere a la relación partes-todo una realidad también inédita. No se trata, utilizando el ejemplo de Edgar Morin, de la mera complejidad de un estado estacionario pero dinámico, como el que un flujo permanente produce en un torbellino. La vida es más que eso, es un proceso de autoproducción del viviente (Morin 2004, 4-5).
En consonancia con estas tesis, es oportuno recordar las reflexiones de Hans Jonas, que señalaban la peculiar relación del viviente con la materia que lo compone. Relación que es simultáneamente de necesidad y de libertad. De necesidad, porque es evidente que no hay vida orgánica sin un sustrato material, pero con una relativa libertad, porque estas partículas actuales que lo componen, numéricamente consideradas, no permanecen idénticas en el tiempo. Esto es consecuencia de un modo de ser radicalmente nuevo, que Jonas denomina «existencia en riesgo». En sus propias palabras:
Al privilegio de la libertad está unido el peso de la necesidad, esto significa: existencia en riesgo. En efecto, las condiciones fundamentales de este privilegio consisten en el hecho paradójico de que la sustancia viviente, a través de un acto originario de separación, se ha desprendido de la integración universal de las cosas en la totalidad de la naturaleza, se ha contrapuesto al mundo, y así ha introducido en la indiferente seguridad de la posesión de la existencia la tensión entre ser y no ser. […] Así, suspendido entre el ser y el no ser, el organismo está en posesión del ser solo de manera precaria y revocable. (Jonas 2006, 338)
Bien advierte Jonas que, con la vida, aparece sobre la tierra una nueva forma de ser, que paga el precio de su perfección con su fragilidad, con la necesidad permanente de realizarse a sí misma. De este modo, cuando la materia alcanza en el viviente la forma más perfecta de su realización ontológica, se introduce al mismo tiempo en el mundo la inédita posibilidad de no-ser, la posibilidad (a la larga inevitable) de perder ese modo de ser que es la vida. Por ello, aunque resulte en cierto sentido paradójico, en la consideración de la posibilidad de la muerte, se hace manifiesta también la particularidad de la vida. La muerte, como la vida, son fenómenos tan especiales que no parecen tener analogados demasiado interesantes. ¿A qué se asemeja el morir? ¿A romperse? ¿A dejar de funcionar? ¿A apagarse? Toda comparación recoge algún aspecto, pero parece en última instancia reductiva, insuficiente.
De este carácter único se sigue que la vida, tanto en la biología como en el saber ordinario, sea una noción primitiva. Por lo tanto, siguiendo un planteamiento de Daniel Strauss, cualquier intento de explicación reductiva implicaría una «confusión intermodal», y derivaría necesariamente en antinomias teóricas, como las que se siguen, por ejemplo, en las paradojas de Zenón, cuando se pretende explicar el movimiento a partir de estados discretos en el espacio (Strauss 2012, 95-99). En definitiva, la vida es una realidad sui generis, en cierto sentido incomparable y obviamente irreducible.
7. CONCLUSIÓN
Como se ha visto, la discusión en torno al R es una de las más antiguas en la historia de la filosofía y, aunque se ha renovado en sus formas, mantiene su núcleo teórico esencial y su vitalidad. Nuestra tesis es, pues, que se trata de una discusión permanente, porque el R es como una tentación natural, que deriva de un modo casi necesario del carácter limitante, que es condición de posibilidad del conocimiento humano, y de un legítimo anhelo de sentido.
A esto debe agregarse que el conocimiento científico avanza muchas veces identificando y desmontando los procesos complejos en legalidades más elementales, todo lo cual resulta lógico y loable. El peligro que hay que evitar es que el entusiasmo que tales logros suscitan conduzca, en un afán supersimplificador, a desconocer que existen realidades de suyo irreductibles, entre las cuales la vida es uno de los mejores ejemplos.
Finalmente, si conocer es por fuerza reducir, no hay que olvidar que reducir algo puede llevar a falsearlo o a perderse en generalidades insulsas. Así, cuando le comenté a un amigo que un estudioso se había propuesto catalogar, reducidas a su forma esencial, todas las tramas literarias hasta el momento (Polty 1924), me contestó con sorna: «¡Es verdad! Reducidas a su expresión más minimalista no hay novela que no se reduzca a: “Nació, le sucedieron cosas, murió”». Una afirmación indiscutible pero vacuamente verdadera, algo irrelevantemente cierto.
BIBLIOGRAFÍA
Anderson, P. 1995. «Historical overview of twentieth century physics». En Twentieth Century Physics, editado por L. Brown, A. Pais y B. Pippard, 2017-2032. Nueva York: American Institute of Physics Press.
Arana, J. 2009. «La especificidad del viviente. Aspectos ontológicos y epistemológicos». Thémata: Revista de Filosofía 41: 23-38.
Ayala, F. 1984. «Relaciones ontológicas, epistemológicas y metodológicas entre la biología y la física». Contextos