El faro de Dédalo. Gloria Candioti

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El faro de Dédalo - Gloria Candioti Serie verde

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cosa –su mente estaba en la guía turística.

      Víctor marcó, programó el sintetizador y en cinco segundos los alimentos, con las proteínas y los nutrientes necesarios para una buena cena después del trabajo y del estudio, aparecieron en los platos.

      — ¿Tuviste un buen día? –le preguntó su padre.

      —Como siempre. Estudié, jugué en la red y salí un rato a ver a mis amigos.

      —¿Qué hicieron?

      —Nada, nos sentamos en el jardín y hablamos.

      Desde las desapariciones en su familia, había demasiado silencio entre ellos. Las preguntas de rigor y las respuestas esquivas. Víctor y Valentín no parecían estar en el mismo lugar. Esta vez Valentín no iba a aceptar esa situación. Necesitaba saber y su padre sabía.

      —¿Los abuelos viajaban mucho? –preguntó Valentín abruptamente.

      A Víctor no le gustaba hablar de sus padres, ni de su esposa. Permaneció en silencio. Cuando estaban levantando los platos de la mesa, dijo:

      —¿ Para qué querés saber? Son historias viejas.

      —¡OTRA VEZ! ¡VOS NUNCA QUERÉS HABLAR DE LOS ABUELOS NI DE MAMÁ!

      —No me grites, Valentín. No es necesario. No me gusta hablar de eso. Ya sabés.

      —Pero esta vez yo sí quiero hablar. Contame –dijo Valentín desafiante.

      Víctor lo miró un rato con los ojos enrojecidos.

      —Viajaron cuando eran jóvenes y recién casados. Yo no había nacido.

      —¿Te contaron de sus viajes?

      —Poco, la abuela se ponía mal. Le daba mucha tristeza. Vivieron tiempos difíciles, Valentín. Nosotros tuvimos suerte de nacer acá.

      Lo que seguía, Valentín se lo sabía de memoria: hubo una época en que había mucho peligro por las catástrofes climáticas y la desertización. Además de la inseguridad en las grandes ciudades, la falta de alimentos, el hacinamiento. Habían logrado salvarse gracias a esta ciudad y al abuelo que formaba parte del grupo de ingenieros, arquitectos y científicos que la planificaron y construyeron. Cuando nació Víctor, unos años después, la ciudad estaba terminada y el Concejo de Regentes había organizado minuciosamente la vida. Por fin, un sistema perfecto para vivir seguros y en paz, proclamaban por la publicidad en las redes. Sin violencia, sin pobreza, sin crímenes, sin peligros climáticos. Las medidas de prevención se fueron haciendo cada vez más estrictas: no se podía salir de la ciudad y el crecimiento debía ser muy controlado. Todo ordenado y seguro.

      Aunque Valentín era chico, se acordaba de algunas discusiones de su abuelo y su papá. Peleaban porque el abuelo se sentía encerrado y Víctor defendía el sistema de vida y el Concejo de Regentes. La relación entre ellos había empeorado después de la muerte de su abuela y su mamá. Hasta que un día, cuando su abuelo se iba para la Central de Control de Autopistas Subterráneas donde trabajaba, abrazó a Valentín y le dijo que siempre lo iba a querer. Nunca más lo vio.

      —Extraño al abuelo, pa.

      —Me voy a dormir. Estoy agotado –dijo Víctor eludiendo el comentario.

      Valentín, en su dormitorio, no podía dejar de mirar las marcas de la guía turística. No sabía bien por qué pero estaba seguro de que formaban parte de un mensaje.

       6. Mensajes de mi abuelo

      Esa noche Valentín no durmió bien. Les pediría a sus amigos que lo ayudaran a investigar esas marcas. A Luciana le encantaría la idea y a Oracio cualquier cosa que lo sacara de la rutina, lo entusiasmaba.

      Quedaron en verse en el edificio de Oracio, después de la sesión de la escuela virtual.

      Era mediodía y no había nadie en el pórtico. Los vecinos todavía estaban en sus trabajos y los que estaban en su casa ya habían vuelto del puesto abastecedor y no saldrían hasta la mañana siguiente. Los que entraban al edificio eran los empleados de las Tiendas Virtuales que traían los pedidos. Luciana aprovechó el momento de las compras (en su casa siempre las hacia ella) para encontrarse con sus amigos.

      —Estoy seguro de que es un mensaje de mi abuelo –dijo Valentín.

      —¿Por qué estás tan seguro? –preguntó Luciana.

      —No sé, es como un presentimiento. Miren esta hoja, las marcas son diferentes.

      Los tres las observaron detenidamente. Efectivamente eran marcas distintas. Luciana dijo que tal vez porque las había hecho en otro momento. Oracio aportó que tal vez fueran del mismo momento de la escritura manual, que podría ser una posibilidad.

      —Pero, no entiendo por qué pensás que son para vos –dijo Luciana.

      —Anoche, discutí con mi papá. Él no quiere hablar de la desaparición de mi abuelo. Yo me acuerdo de las discusiones entre ellos. Mi abuelo decía que estaba preso.

      —¿Preso? –lo interrumpió Oracio.

      —No me acuerdo de todo, pero esa palabra la usaba.

      —¡A mí me pasa eso! Encerrado, enjaulado como esas bestias que vimos en la proyección de especies extinguidas.

      —Eran zoológicos –acotó Luciana.

      —No empieces, es en serio.

      Oracio hacía deportes, inventaba juegos de red, se pasaba horas hackeando, pero nada era suficiente para él. Valentín y Luciana lo sabían. Estaban acostumbrados a sus protestas, pero esta vez los sorprendió con la comparación zoológica.

      —¿Quizá desapareció porque intentaba hacer un viaje? –retomó Valentín que no quería distraerse de la guía turística y de los mensajes que ya creía dirigidos a él.

      —El asunto es cómo salió de la ciudad. Es imposible –afirmó Oracio.

      —Tal vez encontró la manera y me dejó este mensaje.

      —Es una hipótesis débil, Valentín, posiblemente el mensaje fuera para tu papá –eñaló Luciana.

      —Con mi papá discutían mucho. Yo me pasaba horas escuchando sus relatos. No, seguro que es para mí. ¿Me ayudan? –dijo Valentín mirando a sus amigos.

      A Oracio y Luciana se les iluminó la mirada. No pudieron gritar porque justo entraba un repartidor al que tuvieron que ayudar cuando desparramó los paquetes por el suelo.

      —Espero que me asignen un trabajo más divertido –dijo Oracio mirando de reojo al repartidor.

      —Seguro vas a Entretenimientos. Sos muy bueno con los juegos en red –comentó Luciana.

      Valentín seguía sentado y concentrado en la guía.

      —Tenemos que averiguar si estas

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