Redes peligrosas. Vik Arrieta
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Redes Peligrosas
Vik Arrieta
Ilustraciones:
Ciervo Blanco
Índice de contenido
1.
Lucila apoyó sus dedos inquietos sobre el blanco teclado de su laptop. Había sido su regalo para los quince años, mucho más económico y productivo que una costosa fiesta que, por otra parte, ya no estaba de moda. Para Lucila, estar en la última moda era un asunto obligado, por lo que no dudó en proponer a sus padres el feliz negocio. Ella tendría una herramienta para estudiar mejor en el colegio, sus papás tendrían con qué mantenerla ocupada dentro de casa. “Con los tiempos que corren, siempre es mejor estar dentro de casa que vagueando en el shopping”, solía decir su mamá. Lucila creía que el verdadero peligro se encontraba en el uso indiscriminado de la extensión de la tarjeta de crédito de su papá.
Más allá de los argumentos, realmente su computadora la ayudaba a estudiar mejor. No era fácil ser adolescente y encima tener que aprobar exámenes de Física y Matemática. ¡Tan lejos estaban sus proyectos personales de esas aburridas materias, de esa gente tan aburrida! Cada vez que miraba a su profesora de Física, una solterona llamada Vilma, Lucila se perdía en la desprolijidad de su permanente mal cortada, en la desidia de su cutis sin maquillar, en la desesperación de esas uñas con el esmalte comido. ¿Se suponía que los docentes eran un modelo a seguir? Vilma pertenecía mejor a una serie cómica de TV, y más que un modelo, su imagen era una advertencia.
Cada vez que Lucila encendía su laptop, sentía que esta la saludaba. Era una hermosa conexión, Lucila se sentía comprendida por su amiga electrónica y, sin duda, la laptop debía saberse protegida por su dueña. Le había pegado un skin –un poco para protegerla de rayones y otro poco para darle su “toque personal”– y le había comprado una funda. Era linda hasta cuando “dormía”, descansando en el medio de su escritorio. Aprendió mucho de ella: por ejemplo, a usar algunos programas básicos de edición de fotografía –sus padres también habían comprado una cámara digital “para toda la familia” que Lucila rápidamente acaparó–, el programa de correo electrónico y el de presentaciones. Pero sobre todo, navegaba. Y googleaba. Googleaba todo, cada duda que tenía su laptop se la respondía. Ya no necesitaba preguntarle nada a nadie: ni cómo llegar a un lugar, ni cómo encontrar una fiesta nueva para cada sábado, ni cómo crackear un celular. Lucila era un referente entre sus amigas, la que más sabía de todo. Incluso sobre el estado de situación de todos los romances entre compañeros de su colegio.
—Me dijeron que Natacha, la de 4to C, estuvo con Pipo, el chico de 5to A que tiene esa bandita… –sugería durante un pijama party.
—¡Mentiiiraaa! –respondía el resto a coro.
—Pipo está buenísimo –avanzaba otra.
—¿¿Te parece?? –increpaban dos.
—¿Se habrán cuidado? –demostraba preocupación Clarita, que siempre pensaba en bebés y sostenía que su único fin en la vida era ser madre.