Redes peligrosas. Vik Arrieta

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Redes peligrosas - Vik Arrieta Serie verde

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Piru giró sobre sus talones.

       5.

      —Anita, no digas boludeces, esto no es normal.

      —Lu, te digo que la mamá de Vicky me lo dijo súper claro: “Vicky y Clari se fueron juntas a Rosario para un desfile”. Se fueron en una combi con otras chicas, la mamá de Clari y la mamá de Vicky las fueron a despedir. Piru seguro se engripó, cuando vuelva a casa la llamo, no jodas.¿Estás viendo muchas pelis de terror vos? ¿Qué te agarró? ¿La psicosis?

      —No, Ani, pero de repente empieza a faltar una por día. Hasta a los profesores les parece raro.

      —Bueno, que llamen a sus padres. Yo la llamaría a Piru ahora mismo, pero gracias a que la IDIOTA DE MARÍA MARTA –Anita alzó la voz para que resonara en todo el aula y llegara especialmente a oídos de la acusada, que se encogió en su asiento y miró rápidamente hacia la ventana– ...logró que prohibieran el uso de celulares en el colegio, no puedo. Vas a ver que mañana están todas de vuelta.

      Lucila asintió con un gesto cansado. Ojalá mañana todo vuelva a la normalidad, pensó.

      —Está todo bien, Lu, todas te queremos. Yo, al menos yo –Anita revoloteó sus pestañas en un gesto histriónico muy característico de ella– ...yo te quiero, aunque seas una pesada. Más pesada que María Marta, con eso te digo todo.

      Lucila sonrió. Anita tenía razón. Tenía que estar contenta por sus amigas. No todos los días las chicas lograban que algún sueño se hiciera realidad. Pensó que, en cuanto volviera a casa, iba a agarrar la laptop y postear las buenas noticias en el Facebook.

      Esa tarde Lucila tenía dentista y después inglés. Volvió a su casa después de las 8, se bañó, comió y, rendida, se tiró en el sillón a ver tele con su hermana y su papá, mientras repasaba de reojo para el parcial de Matemática. De repente se sentía aliviada, como si el huracán hubiese pasado. Sumergida en sus apuntes, la vida parecía recuperar su orden natural. Cuando recostó la cabeza sobre la almohada, sonreía.

       6.

      —Lu, Luchita amor, despertate.

      Su mamá la sacudía con notable tenacidad. Estaba resuelta a despertarla, y Lucila estaba resuelta a seguir soñando con que Pipo dejaba a Natacha y le pedía que fuera su novia para siempre. Despegó sus ojos con dificultad. La luz del velador parecía ácido sobre sus pupilas.

      —¿Qué pasa, ma? –su boca se sentía seca, la lengua se le pegaba al paladar.

      —Lucila, recién me llamó la mamá de Piru, para decirme que Piru nunca llegó a su casa.

      Lucila se incorporó sobre la cama. La noticia resultó ser un balde de agua fría.

      —No entiendo, ma, Piru nunca fue al colegio, tenía gripe o algo así…

      —No Luchita, no. La mamá de Piru me dijo que Piru fue al colegio y que a la salida le dejó un mensaje en el contestador diciendo que se iba a lo de Anita a comer. Y que no volvió. Entonces llamó a la mamá de Anita. Y resulta que la mamá de Anita cree que Anita se fue a dormir a lo de Piru. Ahora las mamás de Piru y de Anita no saben qué hacer, si llamar a la policía o si llamar al rector, o a la cadena de padres…

      —Pará mamá, pará un poco –Lucila agarró a su mamá por los hombros–. ¿Anita tampoco volvió a su casa?

      Su mamá asintió, algo insegura. A Lucila se le estrujó el corazón. Dos de sus mejores amigas habían desaparecido, y otras dos estaban en Rosario. De repente se sintió muy sola. Entonces las manos de Lucila buscaron las manos de su mamá. Ambas se sentían totalmente desconcertadas y bastante asustadas, pero al menos estaban ahí, una junto a la otra.

      —Piru no fue al colegio hoy –confesó Lucila–. No sé por qué, pero nunca llegó. Pensamos que estaba engripada, pero ahora ya no entiendo nada. No sé qué decirte ma. Yo también estoy preocupada. Al principio pensé que las chicas estaban armando algo en secreto. No sé, hasta una sorpresa para mí. Ahora siento que me dejaron afuera, pero no sé de qué. Y quizás hasta es mejor que haya sido así, porque a mí todo esto no me gusta nada.

      La sensatez de Lucila conmovió a su mamá, que finalmente terminó por llevarle leche caliente y galletitas para que volviera a dormir. Mañana tenía prueba de Matemática, había estado estudiando hasta tarde y no quería que la irresponsabilidad de sus amigas alterara la vida de su hija. Evidentemente ese no era el mejor grupo de amigas y con tiempo, tendría que buscar una solución al respecto. Salió de su habitación cuando Lucila volvió a dormir, y llamó a la mamá de Piru para contarle todo lo que sabía.

      Lucila se despertó nuevamente con la cara de su mamá en primer plano. Esta vez, la acompañaba un café con leche y más galletitas. Descartó las galletitas con un gesto de asco, se sentía llena, hinchada y agotada.

      Agarró la taza de café y su mamá apoyó la bandeja sobre el escritorio.

      —Ayer dieron aviso a la policía, las están buscando –Lucila abrió los ojos, sus pupilas empequeñecidas por la luz artificial de su cuarto. El café tembló ligeramente en su mano. Policía. Esa no era una buena palabra, la policía significaba que todo esto ya no era una broma, una travesura, un secretito de amigas. Significaba que todo esto se había ido a la mierda.

      —Y no las pueden llamar al celular porque ninguna lo tenía, ¿no? –su mamá asintió. Lucila suspiró con desazón. Maldita María Marta.

      —No te preocupes Luchita, probablemente las chicas se escaparon para ir a bailar a algún boliche trasnoche, seguramente están bien. Yo creo que es un ataque de rebeldía, además justo coincide con que hoy tenían prueba de Matemática.

      Su mamá había señalado un dato importante. Ni Anita ni Piru destacaban en Matemática y sabía que siempre les costaba estudiar para esa materia. Se las imaginó desayunando en algún café, haciendo tiempo para volver a sus casas después del mediodía como si nada hubiese pasado, tratando de ocultar la rateada.

      —¿Hablaste con la mamá de Clari? O la de Vicky…

      —No, me imagino que las mamás de Anita y Piru ya las habrán llamado. No creo que las chicas sepan nada, ¿no habían viajado el martes a Rosario? –Lucila asintió.

      Probablemente era mejor que no supieran nada, pero se moría de ganas de tener al menos una amiga cerca con quien compartir su angustia.

      —No te angusties Luchita –dijo su mamá, adivinando sus pensamientos, como las mamás suelen hacer–pero decime, ¿tenés ganas de ir al colegio? Porque hoy tenés esa prueba de Matemática, pero podemos hablar con la profesora y explicarle lo que está pasando. Si te querés quedar en casa…

      —No, ma, no. Dejá –descartó Lucila haciendo un gesto con la mano, mientras se levantaba de la cama como una tromba–. Para el mediodía seguramente aparecen haciéndose las boludas. ¡Las voy a matar cuando las vea!

       7.

      A Lucila la llevaron en auto al colegio. Llegó sobre el timbre una vez más, porque a pesar del café y de la bronca, le había costado arrancar. Se sentía cansada.

      La

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