Redes peligrosas. Vik Arrieta

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Redes peligrosas - Vik Arrieta Serie verde

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      —No puedo Lu –Clarita parecía realmente apenada–. ¿Viste que te conté que mi peluquero quería hacerme un corte loco para que lo desfilara en no sé qué evento que tiene de peluqueros? Bueno, tengo que ir corriendo ya para el local porque hoy definimos todo. Si sale, me pagan como mil pesos, ¿sabés todas las remeritas que me compro con eso?

      Clarita se reía. Parecía relajada y sincera.

      —Todo bien Clari, no te preocupes, yo decía porque hace mucho que no almorzábamos juntas y justo mamá esta tarde tiene médico. Pero obvio que lo del desfile es súper importante.

      —Sí, la verdad es que estaría bueno que salga. Bueno Lu, te dejo porque no llego.

      Intercambiaron besos en la mejilla y Clarita salió corriendo un colectivo 55. Lucila sintió una mano sobre el hombro que la hizo saltar.

      —Vamos, nena –dijo Anita, y la arrastró hacia la parada.

       3.

      Martes. Lucila llegó al aula resoplando, con la mochila a cuestas, mientras el timbre hacía vibrar las ventanas. Se sentó junto a Piru, que la esperaba con una mirada cómplice. Un trueno iluminó el aula y comenzó a llover.

      —Llegaste justo, en todo el sentido de la palabra –murmuró Piru.

      —Qué día espantoso, ¿no?

      Lucila comenzó a sacar la carpeta y la cartuchera de la mochila, mientras el profesor de Matemática pasaba lista.

      —Clara Aristegui –enunció sin levantar la mirada del gordo libro de actas. El silencio como respuesta provocó que sus ojos dejaran el papel y sondearan la habitación.

      —¿Clara? ¿No vino?

      Piru, Anita y Vicky se encogieron de hombros mientras Lucila sacaba la cabeza de adentro de la mochila y miraba extrañada a las tres.

      —¿Le pasó algo? –preguntó a sus amigas. Todas negaron con la cabeza, acompañando el gesto con sendos encogimientos de hombros.

      En el recreo, el tema se hizo central. Pronto Piru recordó que Clarita le había comentado lo del peluquero. Lucila asintió, y contó su propia versión de la información. Prometieron llamarla a Clarita a la noche para ver qué había sucedido, y sin más alternativa que esperar, se distrajeron con otros temas.

      —Chicas, tengo que contarles algo… –dijo Vicky, poniendo cara de misterio, pero con visible excitación.

      —¿Qué pasó? ¿Te chapaste a Nico? –increpó Anita. Nico era “el más lindo de la clase” y secretamente, todas gustaban de él. Aunque Anita se resistía a admitirlo, bajo la simple excusa de que era “un tarado”.

      —Naah, no seas tonta. No... ¡¡mejor!!

      —¿Mejor que chaparse a Nico? –acotó rápidamente Piru.

      —Sí, posta, mejor. Ayer me encaró un scouter…

      —¿Qué? ¿Un scooter? ¿Cómo las motitos que usan en los countries? –dijo Anita frunciendo el ceño y arrugando la nariz.

      —Nooooo nena, escuchá: un scouter. Una persona que hace scouting para una agencia de modelos. Que busca modelos en la calle, así, de la nada. Te ve, y si das un perfil, te selecciona.

      —Wooww… –dijeron todas, haciendo gestos de sorpresa y confirmando con sus pulgares hacia arriba que realmente eran buenas noticias.

      —Sí, increíble, esta tarde tengo una entrevista en la agencia. Me van a hacer unas fotos para armar mi book. Yo todavía no lo puedo creer… –murmuró mientras parecía flotar unos centímetros sobre el piso.

      A la salida, las chicas abrazaron a Vicky y le desearon la mejor de las suertes. En su corazón eran sinceras, aunque en el aire flotara algún sentimiento de envidia. Era natural, todas estaban creciendo y todas querían “ser alguien”, ser reconocidas.

      Anita y Lucila se subieron al colectivo línea 25. Lucila tenía el ceño fruncido. Ambas iban juntas, agarradas de sus asientos, escuchando su mp3. Cada tanto, Anita la miraba de reojo, para ver si cambiaba la expresión.

      —¿Te pasa algo Lu?

      —No, no… nada. No sé. Me siento rara.

      —¿Por lo de las chicas?

      —¡Sí! –finalmente alguien más notaba lo peculiar de la situación–. ¿No es extraño que las dos empiecen a desfilar al mismo tiempo? ¿A faltar al colegio al mismo tiempo?

      —No sé, que sé yo... Son coincidencias. Igual todas las modelos arrancan a esta edad, ¿no viste la cantidad de chicas más o menos de nuestra edad que salen en la tele...?

      Lucila asintió, pero no se mostró convencida por ese argumento.

      —Pará… ¿no estarás celosa? –Anita tenía esa expresión socarrona en la mirada. Chistó–. Ya sé. Ya sé. Seguís maquinando con el tema del Facebook. Estás freakeando con que todo el mundo armó un complot contra vos.

      Lucila la miró en silencio. En el fondo, Anita tenía razón. Seguía enganchada con el tema del Facebook. Asintió y sonrió con una mirada algo triste que provocó que su amiga del alma no pudiera evitar abrazarla.

      —Olvidate, boluda, debe ser algo que se armó Clari para su carrera topísima –la última palabra fue seguida de una carcajada. Lucila se unió, porque era difícil no reírse con Anita, que tenía la mejor risa del mundo.

       4.

      El miércoles amaneció lluvioso y oscuro. La temperatura había bajado a 4° C. Era posible exhalar vapor al hablar, algo que siempre divertía a Piru. Jugaba hasta que la temperatura de su boca y del exterior se equiparaban y el humo desaparecía. Piru vivía a 7 cuadras del colegio, así que estaba obligada a caminar. Lo bueno de esas cuadras era que podía elegir entre varios caminos alternativos. A veces iba por la avenida, disfrutando la mirada somnolienta de los comerciantes que levantaban sus persianas. Otras, se metía por los pasajitos, para esquivar a los porteros de los grandes edificios que salían a baldear a esa hora. Piru estaba segura de que rompían las baldosas para reírse de las viejas que pasaban por su vereda y se empapaban con el agua negra que las salpicaba a través del pedazo de laja que oscilaba inseguro sobre su propia grieta.

      Esa mañana, Piru decidió ir por los pasajes. A pesar de que la distancia era la misma, si no tenía que esquivar gente apurada y baldosas rotas, sentía que acortaba camino. Caminaba con el paso apretado, con la vista fija en algún lugar entre el piso y su bufanda verde. La lana le picaba en el labio superior y cada tanto lo relamía. Sin duda iba a tener los labios quebrados para el final de la tarde. Su cabeza divagaba entre el parcial de Matemática del viernes y una cartita que le había escrito a Juampi, un compañero del colegio con quien había chapado dos sábados atrás en una fiesta de otro colegio, pero del que nadie sabía nada. Juampi era genial, divertido… pero medio chueco y gordito. No era un “trofeo”, pero Piru se sentía muy bien cuando estaba con él. La hacía reír. Y a Piru le encantaba reírse.

      De repente, una mano en el hombro la hizo salir volando

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