Los siete locos. Roberto Arlt

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Los siete locos - Roberto Arlt страница 8

Автор:
Серия:
Издательство:
Los siete locos - Roberto Arlt

Скачать книгу

sol que aplomaba en el espacio una atmósfera de cristal nacarado, los rosales vertían su perfume potentísimo, tan penetrante, que todo el espacio parecía poblarse de una atmósfera roja y fresca como un caudal de agua.

      Erdosain pensó:

      –Aunque tuviera una barca de plata con velas de oro y remos de marfil, y el océano se volviera de siete colores lisos, y desde la luna una millonaria con las manos me tirara besos, mi tristeza sería la misma... Mas esto no hay que decirlo. Sin embargo, mejor viviría aquí que allí. Aquí podría tener un laboratorio.

      Una canilla mal cerrada goteaba en un tonel. Al pie del poste de una glorieta dormitaba un perro, y cuando se detuvo para llamar frente a la escalinata apareció por la puerta la gigantesca figura del Astrólogo, cubierto con un guardapolvo amarillo y la galera echada sobre la frente, sombreándole el anchuroso rostro romboidal. Algunos mechones de cabello rizado se escapaban sobre sus sienes, y su nariz, con el tabique fracturado en la parte media, estaba extraordinariamente desviada hacia la izquierda. Bajo sus cejas abultadas se movían vivamente unos redondos ojos negros, y esa cara de mejillas duras, surcadas de estrías rugosas daba la impresión de estar esculpida en plomo. ¡Tanto debía de pesar esa cabeza!

      –¡Ah! ¿Es usted?... Pase. Le voy a presentar al Rufián Melancólico.

      Atravesando el vestíbulo oscuro y hediondo a humedad, entraron a un escritorio de muros rameados por un descolorido papel verdoso.

      La habitación era francamente siniestra, con su altísimo cieloraso surcado de telarañas y la estrecha ventana protegida por el nudoso enrejado. En el enchapado de un armario antiguo, arrinconado, la claridad azulada se rompía en lívidas penumbras. Sentado en un sillón forrado de raído terciopelo verde estaba un hombre vestido de gris, renegrida onda de cabellos le soslayaba la frente, y calzaba botines de caña clara. Onduló el amarillo guardapolvo del Astrólogo al acercarse al desconocido.

      –Erdosain, le voy a presentar a Arturo Haffner.

      En otra oportunidad, el fraudulento hubiérale dicho algo al hombre que el Astrólogo llamaba en su intimidad el Rufián Melancólico, quien, después de estrechar la mano de Erdosain, se cruzó de piernas en el sillón, apoyando la azulada mejilla en tres dedos de uñas centelleantes. Y Erdosain remiró aquel rostro casi redondo, con laxitud de paz, y en la que sólo denunciaba al hombre de acción la chispa burlona, movediza, en el fondo de los ojos, y ese movimiento de levantar una ceja más que otra al escuchar al que hablaba. Erdosain distinguió a un costado, entre el saco y la camisa de seda que usaba el Rufián, el cabo negro de un revólver. Indudablemente, en la vida, los rostros significan poca cosa.

      Luego el Rufián volvió nuevamente la cabeza hacia un mapa de los Estados Unidos de la América del Norte, al cual se dirigió el Astrólogo recogiendo un puntero. Y ya detenido, con el brazo amarillo cortando el azul mar del Caribe, exclamó:

      –El Ku-Klux-Klan tenía sólo en Chicago 10 mil adherentes... En Missouri, 100.000 adherentes. Se dice que en Arkansas hay más de 200 “cavernas”. En Little Rock, el Imperio Invisible afirma que todos los pastores protestantes están adheridos a la hermandad. En Texas domina absolutamente en las ciudades de Dallas, Fort, Houston, Beaumont. En Binghampton, residencia de Smith, que era Gran Dragón de la Orden, se contaban 75.000 adeptos, y en Oklahoma éstos hicieron decretar por las Cámaras un “bill” suspendiéndolo a Walton, el gobernador, por perseguirlos, de tal modo que prácticamente el estado se encontraba hasta hace poco tiempo bajo el control del Klan.

      El guardapolvo amarillo del Astrólogo parecía la vestimenta de un sacerdote de Buda.

      Continuó el Astrólogo:

      –¿Sabe usted que quemaron vivos a muchos hombres?

      –Sí –asintió el Rufián–; leí los telegramas.

      Erdosain examinaba ahora al Rufián Melancólico. Así lo llamaba el Astrólogo, porque el macró hacía muchos años había querido suicidarse. Fue aquél un asunto oscuro. Del día a la noche, Haffner, que hacía tiempo explotaba a prostitutas, se descerrajó un tiro en el pecho, junto al corazón. La contracción del órgano en el preciso instante de pasar el proyectil lo salvó de la muerte. Luego, como es natural, continuó haciendo su vida, quizá con un poco de más prestigio por ese gesto que ninguno de sus camaradas de rapiña se explicaba. Continuó el Astrólogo:

      –El Ku-Klux-Klan reunió millones...

      Se desperezó el Rufián y contestó:

      –Sí, y al Dragón... ¡ése sí que es un Dragón!, se le procesa por estafador...

      El Astrólogo se desentendió de la réplica:

      –¿Qué es lo que se opone aquí en la Argentina para que exista también una sociedad secreta que alcance tanto poderío como aquélla allá? Y le hablo a usted con franqueza. No sé si nuestra sociedad será bolchevique o fascista. A veces me inclino a creer que lo mejor que se puede hacer es preparar una ensalada rusa que ni Dios la entienda. Creo que no se me puede pedir más sinceridad en este momento. Vea que por ahora lo que yo pretendo hacer es un bloque donde se consoliden todas las posibles esperanzas humanas. Mi plan es dirigirnos con preferencia a los jóvenes bolcheviques, estudiantes y proletarios inteligentes. Además, acogeremos a los que tienen un plan para reformar el universo, a los empleados que aspiran a ser millonarios, a los inventores fallados –no se dé por aludido, Erdosain–, a los cesantes de cualquier cosa, a los que acaban de sufrir un proceso y quedan en la calle sin saber para qué lado mirar...

      Erdosain recordó la misión que lo llevó a la casa del Astrólogo, y dijo:

      –Tendría que hablar con usted...

      –Un momentito... estoy en seguida con usted –y siguió–: El poder de esta sociedad no derivará de lo que los socios quieran dar, sino de lo que producirán los prostíbulos anexos a cada célula. Cuando yo hablo de una sociedad secreta no me refiero al tipo clásico de sociedad, sino a una supermoderna, donde cada miembro y adepto tenga intereses, y recoja ganancias, porque sólo así es posible vincularlos más y más a los fines que sólo conocerán unos pocos. Este es el aspecto comercial. Los prostíbulos producirán ingresos como para mantener las crecientes ramificaciones de la sociedad. En la cordillera estableceremos una colonia revolucionaria. Allí, los novicios seguirán cursos de táctica ácrata, propaganda revolucionaria, ingeniería militar, instalaciones industriales, de manera que estos asociados el día que salgan de la colonia puedan establecer en cualquier parte una rama de la sociedad... ¿Me entiende? La sociedad secreta tendrá su academia, la Academia para Revolucionarios.

      El reloj suspendido del muro dio cinco campanadas. Erdosain comprendió que no podía perder más tiempo, y exclamó:

      –Perdone que lo interrumpa. He venido para un asunto grave. ¿Tiene usted seiscientos pesos?

      El Astrólogo dejó su puntero y se cruzó de brazos:

      –¿Qué es lo que le pasa a usted?

      –Si mañana no repongo seiscientos pesos en la Azucarera, me pondrán preso.

      Los dos hombres miraron curiosamente a Erdosain. Debía sufrir mucho para haber lanzado así su pedido. Erdosain continuó:

      –Es preciso que usted me ayude. He defraudado en unos cuantos meses seiscientos pesos. Me denunciaron en un anónimo. Si no repongo el dinero mañana, me pondrán preso.

      –¿Y cómo es que usted robó ese dinero?...

      –Así,

Скачать книгу