Yo Soy. Aldivan Teixeira Torres
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–No lo sé. Dios parece haberme olvidado, porque permitió que esa bestia me violara. Desde entonces, mi vida se ha convertido en un infierno y yo no lo merecía ―dijo Bernadete con amargura.
–¡No repitas eso! Mi padre nunca permite que sucedan cosas malas. No podemos hacer a Dios responsable de las acciones de una parte delincuente de la humanidad. Yo lo vi. Yo estaba allí, al principio de todo. Dios hizo un acuerdo con el universo, que él no interferiría con nada que sucediera. Esto es una consecuencia del libre albedrío ―explicó el hijo de Dios.
–Entonces, ¿a quién debo hacer responsable?, ¿al destino? Explícamelo, por favor. (Bernadete)
–El destino es también una fuerza creadora. Tampoco puedo hacerlo responsable, porque nosotros somos responsables, en gran medida, de nuestra felicidad. (El vidente)
–Entonces no sé qué decir. (Bernadete)
–Fue una fatalidad. Debe ser superada para que continúes tu vida con la cabeza bien alta. (Rafael)
–En cuanto al aborto, te entiendo. (Renato)
–¿De verdad, Renato? Eso no es lo que hace la mayoría de la gente. Ya he sido juzgada y condenada por ellos. (Bernadete)
–Lo sé. Pero no soy como el resto del mundo. (Renato)
–Qué bueno. Gracias. (Bernadete)
–¿Qué piensas, hijo de Dios? (Uriel)
–La vida para mí y para mi padre es sagrada, sea cual sea la situación. Pero me enviaron aquí para decir que no condeno. Estoy aquí para llamarte a mi confluencia e iluminar la oscuridad de tu pecado con mi luz y la de mi padre, ¿aceptas? (El vidente)
–Sí, no sé cómo, pero te necesito, a tu persona. Tus palabras me llenan de esperanza y expectativas. ¿Qué debo hacer? (Bernadete)
–Únete a Rafaela y conviértete también en mi apóstol. Pronto haremos un interesante y enriquecedor viaje por este mundo. ¿Te parece bien? (El vidente)
Bernadete piensa un momento. Últimamente, su vida se reduce a su trabajo como sirvienta municipal y su dolor privado. Todo parecía perdido hasta este momento. ¿Sería un error aceptar la propuesta? Ella no lo sabe, pero por lo poco que sabe de Aldivan, él es digno de confianza, un símbolo de tenacidad, agallas y lucha. Sus dudas se disipan.
–¡Quiero! Parecerá una locura, pero creo que es mi única oportunidad. ¿Cuándo nos vamos? (Bernadete)
–Ahora mismo. (El hijo de Dios)
–Espera un momento. Necesito tiempo para bañarme y hacer las maletas. (Bernadete)
–Está bien. (Aldivan)
Bernadete se va a prepararse para el viaje. Mientras, la conversación continúa animada en el salón sobre otros temas. Algún tiempo después, la anfitriona vuelve al salón y, estando todo listo, se marchan. Salen, cierran la puerta con llave y vuelven a la calle.
Pasan por el centro, giran una esquina y se dirigen a la pequeña capilla de San Sebastián. Allí hacen una parada. El vidente aprovecha para decir:
–Renato, ¿te acuerdas? Fue aquí donde comenzaron nuestras aventuras, un loco viaje a través del tiempo. Tuve una experiencia en el desierto, me enfrenté a fantasmas y hombres endemoniados, luché en la batalla final y sobreviví. ¡Mira! Nada es imposible para los que creen en Dios.
–Sí, lo recuerdo, compañero. Yo era sólo un niño entonces, y con mi ayuda equilibramos las fuerzas opuestas, resolvimos las injusticias y ayudamos a alguien a encontrarse a sí mismo. ¡Fue increíble! (Renato)
–Y ahora recuerdo nuestro encuentro en Arcoverde. Qué bueno fue haber aceptado su invitación. Cada minuto me siento mejor y con más esperanza. (Rafaela Ferreira)
–Yo estaba ante Dios rogando por el éxito de ambos ―reveló Rafael.
–Y yo fui el ángel que te ayudó en la batalla final. (Uriel Ikiriri)
–¡Dios mío! ¡Nunca lo sospeché! (El vidente)
–Sí. En ese momento todo debía ser un secreto, por tu propio bien. (Uriel)
–¡Misterios del universo! (Exclamó Renato)
–¡Así es! (El vidente)
–¡Yo también quiero ser parte de tu vida! Estoy afligida por las circunstancias y sólo te tengo a ti. ¡Ayúdame, hijo de Dios! ―implora Bernadete.
Aldivan se emociona de nuevo. Frente a él hay otra mujer que sufre, afectada por las circunstancias y la maldad humana. Sabe muy bien lo que es eso. En numerosas ocasiones, había sido violado corporal y espiritualmente por la escoria humana. A pesar de todo, perdonó las infamias y las ofensas, aunque no lo merecieran. Como su hermano y padre, amaba a todos, amigos y enemigos. Porque si sólo ama a sus amigos, ¿qué mérito tiene? ¿No lo hacen también los paganos? "Sed perfectos como el padre y sus hijos, que dan sol y lluvia a los justos y a los malvados, indistintamente".
Cargado de este sentimiento, se acerca a la muchacha, le sonríe, estira el brazo y le toca suavemente la cara con la punta de los dedos. En esas frágiles y bien dibujadas curvas, puede ver un poco del interior de esa criatura, en una visión rápida:
"Fue una noche clara, pacífica y con poco movimiento en el pueblo de Mimoso, a mediados de noviembre de 2014. Bernadete acababa de salir de misa y, al ser la única católica de la familia, caminaba sola. Al inicio de su regreso a casa fue interceptada por un desconocido que le preguntó cómo llegar a la casa de su primo, detrás de la carretera. Tratando de ser educada, ella le explicó en detalle cómo llegar allí, pero el extraño parecía muy confundido. Al final de la explicación, le preguntó si ella podía ir con él y mostrarle personalmente el camino. Muy ingenua y sintiendo lástima, Bernadete aceptó la propuesta y se fue con él a la calle trasera. Pasaron por el centro, giraron hacia el sur, y en cuanto estuvieron solos, el hombre la agarró, la amordazó con cinta adhesiva para que no gritara y la llevó a una parcela vacía. Allí la agredió sexualmente. Al terminar, la golpeó y amenazó con matarla si ella lo denunciaba. Después desapareció hacia la carretera para que no lo atraparan. Ahí empezó la desgracia de Bernadete. Ahora ella había sido deshonrada y marcada para siempre por un extraño, quien, en su opinión, fue enviado por el diablo. Sin embargo, lo peor estaba por llegar".
El vidente, en estado de shock, quita la mano. ¡Qué cosa! Este es un ejemplo más de lo lejos que ha llegado la maldad humana. Si no fuera por sus constantes oraciones, seguramente el mundo y la humanidad ya no existirían.
Lleno de compasión, abraza a la apóstol, se aleja un poco y dice:
–¡Puedo ver! Todo lo que puedo decir es que a mi lado no te pasará nada. Mi padre nos ha prometido a mí y a mis seguidores felicidad, éxito y seguridad.
–¿Y qué debo hacer? ¿Cómo alcanzar ese nivel de seguridad? (Bernadete Sousa)
Aldivan se vuelve hacia ella y hacia los demás. Lleno del espíritu santo, habla:
–Rezas así:
"Padre eterno, señor de los ejércitos espirituales y carnales, te ruego paz, tranquilidad, alegría, felicidad y tu protección en la tierra. Te ruego que dondequiera