El Aroma De Los Días. Chiara Cesetti

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El Aroma De Los Días - Chiara Cesetti

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en la silla y acogió el plato humeante con un Gracias, Totò.

      Durante unos minutos los dos amigos comieron en silencio, luego, después de haberse servido un abundante vaso de vino. Fosco volvió a hablar:

      –¿Has comprendido lo que quiero decir?

      –He comprendido y no sé si hacerte caso… veo todos los días que le situación empeora… ahora ya quien se opone tiene miedo de acabar como Matteotti y muchos se marchan…

      –¡Es eso lo que quieren! ¡Expulsarnos, reducirnos al silencio! Esa calavera que hemos encontrado esta mañana dibujada en la puerta del periódico dice esto: ¡cuidado, estáis siendo controlados y vuestra vida no vale nada para nosotros! Lo que quieren es nuestro silencio, ¡el silencio o el consenso servil de la prensa!

      –¿Qué más se puede hacer sino continuar defendiéndonos?

      –No dejarán que lo hagamos, ya lo verás. Es demasiado fácil para ellos. ¿Cuánto piensas que podamos todavía resistir? Dentro de poco nos reducirán al silencio como ya han hecho con los otros y entonces la batalla estará perdida.

      Rudi miró con aprensión al amigo y después de unos momentos de duda, dijo:

      –¿Qué te propones hacer?

      Fosco guardó silencio. Había comido muy poco. Alejó el plato hasta el centro de la mesa, bebió un sorbo de vino manteniendo la mirada baja murmuró:

      –No lo sé, realmente no lo sé. Debo pensar sobre esto… debo pensarlo.

      Capítulo XVI En casa

      ―Giovanni, ¿qué ocurre?

      La pregunta le había cogido por sorpresa y a Giulia no se le escapó un ligero sobresalto. La casa estaba silenciosa con los chicos en la escuela y María encerrada en las habitaciones de arriba.

      Giovanni estaba quieto y miraba afuera desde la gran ventana de la cocina. El campo en diciembre estaba vacío, endurecido por el viento tramontano. Con las faenas casi paradas había poco que hacer. Por la mañana podía demorarse en casa y salir sin prisa. Giulia, antes de hablar, se había parado un instante para observar la figura cargada por los años, los cabellos con alguna cana y las espaldas un poco curvadas. Una gran ternura la había invadido, parecida a aquella que sentía cuando observaba a sus hijos dormir cuando por la noche entraba en sus habitaciones y los acariciaba con los ojos para no despertarlos.

      –¿Qué ocurre? ―le repitió.

      Había angustia en su voz. Entre ellos nunca había sido ella la que había hecho preguntas. Giovanni sabía hablarle facilidad de cualquier cosa y a ella le bastaba con escucharle para comprender todo. Ahora advertía detrás de su silencio una inquietud que no conseguía entender, especialmente amenazadora porque era indescifrable.

      Después de unos minutos Giovanni respondió.

      –Pienso en el doctor… en cómo lo han matado.

      –Es por el doctor ―pensó Giulia ―Es desde entonces cuando las cosas han cambiado.

      –Ha sido terrible para todos, Giovanni, para todos.

      Se le acercó hasta tocarlo. Lo acarició en un brazo y sintió que su tensión no había desaparecido.

      –No es sólo esto ―pensó.

      No se equivocaba con sus intuiciones. Buscó las palabras que pudiesen hacerlo sentir cómo sería más fácil ayudarle si ella hubiese comprendido sus pensamientos hasta el fondo. Luego, de repente, ya no hubo necesidad de esta explicación y advirtió también en ella el peso de la preocupación que lo atormentaba.

      Fue ella la que habló primero.

      –Los tiempos son difíciles… hay decisiones que se deben tomar que no nos competen sólo a nosotros…

      Como un ovillo hasta este momento inextricable que después de un solo movimiento casi de repente se desenreda, de esta manera Giovanni sintió que podía comunicar su dolor.

      –Giulia, es la primera vez en toda mi vida que no sé qué hacer. Tu hermano habla libremente de sus ideas y yo me he enterado de que los teléfono están siendo controlados. He visto lo que han hecho a Marinucci y tengo miedo por vosotros.

      No había ya un motivo para esconderlo y ahora las palabras salían de manera apasionada. Giulia lo veía tantear, sin encontrar un apoyo, en busca de una solución que pudiese aliviar su angustia.

      –Dentro de unos días es Navidad y Rudi regresa a casa ―dijo ―Hablaremos sobre esto con él, le pediremos que sea más prudente, que evite explicar sus opiniones por teléfono…

      –Ya lo he pensado ―respondió Giovanni ―y es por esto que en los últimos tiempos he evitado hablarle.

      –Esperemos todavía unos días, luego veremos cómo actuar. Rudi lo entenderá, verás como lo entenderá.

      El ligero chirrido de la puerta los hizo volverse. Era María que, silenciosamente, había bajado las escaleras y había entrado en la cocina.

      Faltaban pocos días para Navidad y en casa había la agitación de todos los anos, con los chicos que vagabundeaban por las habitaciones a la espera de la fiesta.

      Esperaban sobre todo al tío Rudi que, desde Milano, llegaría con su carga de noticias y de regalos. Antonino y Clara advertían la extraña inquietud de los adultos y, cada uno a su manera, intentaba mantenerla alejada. Antonino entraba en la cocina a todas horas y, robando con descaro los dulces que la madre y la tía estaban preparando, bromeaba con ellas consiguiendo siempre hacerlas sonreír. Clara sentía el peso de una ansiedad que todos, por cariño hacia los otros, intentaban disimular y por su parte se esforzaba por estar mas disponible, luchando para no escapar arriba y encerrarse en la habitación dejando afuera al resto del mundo. Tampoco esto, lo sabía bien, habría bastado y el buscado aislamiento no habría hecho otra cosa que intensificar su desazón. Mejor esforzarse intentando participar en los pequeños hechos cotidianos que preparaban para la fiesta.

      Para los gemelos era distinto. Con trece años su Navidad estaba hecha de vacaciones, de libertad, de regalos y de buena comida. El mundo externo apenas comenzaba a mostrarse ante sus ojos, difuminado, marginal con respecto al propio ser que todavía ocupaba todo el espacio dentro y fuera de ellos.

      La llegada de Rudi se esperaba durante la noche.

      Había telefoneado la noche anterior diciendo que no se preocupasen porque desde Viterbo tomaría el autobús de línea para llegar al pueblo, así que Giovanni podía ahorrarse el viaje. No estaba todavía completamente seguro pero, había añadido, a lo mejor Fosco llegaba con él, dado que tenía que hacer unas gestiones en Roma. Giovanni se había alegrado. Giulia no había escondido una cierta incomodidad. Tenía tantas cosas de las que hablar con Rudi, esperaba poder compartir algunos días de intimidad y  pensaba que Fosco le quitaría un tiempo muy valioso para sus conversaciones. Visto que la noticia no estaba todavía confirmada deseó que en el último momento sus planes pudiesen cambiar.

      No fue así.

      A la noche siguiente Rudi y Fosco bajaron del autobús de línea con paquetes y paquetitos.

      Estaban Antonino y los gemelos esperándoles. No había sido posible de otra manera. Luciano y Agnese habían sido inflexibles: si no tenían su puesto en la carreta se irían a pie hasta el pueblo y lo mismo harían

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