El Aroma De Los Días. Chiara Cesetti

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El Aroma De Los Días - Chiara Cesetti

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la noche Antonino se había movido mucho debajo de las mantas sin conseguir dormirse, los ojos abiertos mirando fijamente a las paredes, en un tumulto de pensamientos que a duras penas conseguía esclarecer. Giovanni, Rudi y Fosco había pasado la noche insomnes, en el espeso silencio de las noches de nieve, cuando todos los sonidos desaparecen, la oscuridad no es tan oscura y los insólitos rayos de luz tenue se filtran por todas partes.

      Por la mañana temprano se encontraron en la cocina a la espera del desayuno que Giulia estaba preparando. Sentados alrededor de la mesa miraban fuera de la ventana.

      –Durante unos días no habrá manera de moverse ―dijo Rudi.

      –¿Cuánto piensas que durará? ―preguntó Fosco volviéndose a Giovanni.

      –Es difícil decirlo. Habitualmente un par de días pero si continúa con esta intensidad las carreteras pueden ser intransitables incluso más tiempo.

      –¿Aquí nieva a menudo? ―preguntó Fosco.

      Rudi se había levantado y miraba afuera con aire absorto.

      –No, no a menudo. Hay años en que jamás nieva.

      De repente una sonrisa iluminó sus ojos:

      –Giulia, ¿te acuerdas aquel año en que la nieve duró casi un mes? Yo era muy pequeño. ¿Cuántos años tenía?

      –Cuatro ―respondió Giulia a la que la imagen de ellos dos de pequeños volvió a su mente con toda la dulzura de los recuerdos lejanos.

      –¿Y tú sólo diez? Me parecías tan grande… Recuerdo que tenía unos guantes de lana roja que desteñían y los muñecos de nieve llevaban las huellas rojas de mis manos.

      –Dormías y te habíamos despertado ansiosos por ver qué efecto te haría observar la nieve por primera vez. Cuando abrimos la puerta te quedaste un momento en silencio, luego abriste los brazos y exclamaste: ¡mamá, mamá, cuánta azúcar!… Estabas siempre mojado y a mamá no le daba tiempo de secar toda tu ropa. Rodabas sobre la nieve fresca como un cachorrito y si te obligaban a permanecer en casa llorabas desesperado.

      –Lo recuerdo, lo recuerdo bien. Extraño, era tan pequeño y sin embargo lo recuerdo perfectamente…

      –¡La nieve, hay nieve!

      El grito de Agnese y Luciano llenó la casa y los gemelos entraron en la cocina alegres para compartir con los otros la felicidad de una jornada inesperada.

      En un decir Jesús estaban fuera y a grandes pasos pisoteaban el patio donde la espesa capa, semejante a una gran manta blanca sobre una cama enorme, recubría todo.

      –Luciano, mira, aquí me hundo hasta las rodillas ―gritaba Agnese invitando al hermano a caminar en los puntos donde el viento, durante la noche, había creado pequeños montículos. Luciano comenzó a golpearla con bolas de nieve cada vez más grandes.

      –¡Me haces daño, para!

      Maltratada por los golpes no conseguía defenderse y, con la espalda girada hacia el hermano aceptaba inerme la masa blanca que le caía encima, pidiendo a grandes voces ayuda y piedad.

      En ese momento Rudi y Antonino salieron de casa y, coaligados contra el agresor, en poco tiempo lo neutralizaron, poniendo fin a una batalla que, ahora ya, se había convertido en dispar.

      La tregua hizo que entrasen todos, cansados y empapados, mientras desde la casa, los otros, detrás de los vidrios, habían seguido divertidos el enfrentamiento.

      Clara había asistido a la escena desde la ventana de su habitación y había bajado a la cocina en cuanto la paz fue firmada.

      Nevó ininterrumpidamente todavía durante tres días y tres noches. La nieve cubría todo con un manto espeso que continuaba aumentando a cada hora. Las carreteras  estaban impracticables y todas las faenas del campo se habían suspendido. De esta forma transcurrieron bastantes días, luego Fosco y Rudi, no obstante las dificultades que encontrarían, decidieron partir de todas formas. Sobre todo a Fosco le urgía volver a Milano y no hubo manera de detenerlos. Giulia había hablado con su hermano y junto con Giovanni habían establecido que su primer deber era proteger a la familia y, por lo tanto, de mala gana, se inscribirían al partido fascista.

      En el momento de despedirse había atraído hacia sí a Rudi.

      –¿Cuándo volveré a verte? ―le había murmurado.

      –Pronto, Giulia, pronto, no te preocupes ―había respondido con un tono de emoción que a ella no le había escapado. La había besado en las mejillas manteniendo el rostro entre sus manos y, volviéndole la espalda, se había alejado rápidamente.

      Capítulo XVII Junio de 1926

      Sentada inmóvil sobre el borde de la cama Giulia tenía entre las manos la carta todavía cerrada y miraba la ventana sin verla. La luz se filtraba desde las contraventanas cerradas manteniendo la habitación en aquella penumbra acogedora que acompaña el despertar con la incertidumbre de descubrir una jornada de sol o un cielo gris que promete lluvia.

      Había subido las escaleras para entrar en la habitación de Clara buscando alejar la extraña inquietud cuando no la había visto descender a la hora habitual. El solo pensamiento de que un peligro pudiese amenazar a sus hijos la asfixiaba. Había llamado con calma esperando una respuesta lenta, cargada de sueño, pero nadie había respondido. El lecho, todavía intacto y aquel sobre apoyado sobre la almohada, le habían quitado la esperanza, estrujándole el corazón con una dolorosa opresión que la privaba de todas sus fuerzas.

      Para mamá.

      Era para ella.

      –Para mamá ―pensó ―para mamá… ―buscando en aquellas palabras la Clara que demasiado a menudo había permanecido escondida, que nunca había conseguido abandonarse totalmente a sus abrazos, separada por un velo imperceptible que mitigaba sus enfrentamientos y sus acuerdos.

      Abrió con lentitud el sobre. Sabía lo que estaba escrito. En un instante había comprendido todo lo que había quedado sumergido durante meses o que, quizás, había rehusado conocer.

      Querida mamá:

      Al ver la carta estoy segura de que ya habrás entendido todo.

      Me voy porque, te parecerá extraño, ya no puedo soportar veros apenados por mis decisiones. Habría habido discusiones infinitas e inútiles. Todos habrían sufrido por ello y nada de lo que podríais haber dicho me habría convencido para hacer algo distinto.

      Lo sabes. Esto lo sabes.

      Así, de repente, es mejor, para mí y para vosotros. Como sacarse de encima de una sola vez una venda que se había pegado demasiado a la herida que debía proteger.

      Cuando leas esta carta estaré ya en el tren que me llevará hasta Milano. No te preocupes. En cuanto pueda te llamaremos, yo o el tío Rudi te llamaremos y estaréis más tranquilos.

      No culpes a nadie por mis decisiones, son sólo mías. Tampoco he hablado sobre ello con el tío pero estoy segura de que Fosco lo ha puesto al corriente de todo hace tiempo.

      Sabes porqué he actuado así. Lo sabes porque amas y has amado con mi misma intensidad y por eso comprendes cómo no puedo renunciar a lo que siento por él. Soy consciente de las dificultades a las que nos enfrentaremos en un tiempo tan difícil de vivir, pero sé también

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