El Aroma De Los Días. Chiara Cesetti

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El Aroma De Los Días - Chiara Cesetti

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la guerra no son buenas… Ha escrito Rudi…

      –¿Rudi… qué dice… desde dónde ha escrito…? ¿Cómo está? ―Ada apoyó las manos cerradas en un puño sobre el estómago y su voz tenía ahora un tono de temor.

      –Ha escrito desde el frente ―respondió Giulia que, volviendo con sus pensamientos al presente, parecía que había recuperado el dominio de sí misma ―Dice que ha combatido en Caporetto y que está en un hospital de campaña… por lo menos hasta hace diez días, cuando la carta fue escrita… toma, lee..

      Ada cogió los folios en los que la escritura de Rudi, habitualmente de letras grandes y desunidas, aparecía vacilante y medio caída. Comenzó a leer en silencio y rápidamente.

      Queridos Giulia y demás:

      Como veis soy capaz de escribir así que no os preocupéis por mí.

      Estoy ingresado en el hospital de campaña de… porque durante una acción fui herido en un hombro, por suerte no es muy grave. Lo que he vivido junto con mis compañeros en los últimos meses no es casi nada en comparación a lo ocurrido en los últimos días. Espero que hayáis recibido mis cartas anteriores. Si es así conocéis la situación en la que nos hemos visto obligados a vivir desde hace meses: nuestra casa son las trincheras, estos agujeros en los que el barro llega hasta las rodillas, sin posibilidad de salir sino es para combatir al enemigo que está cerca de nosotros. Hace frío, mucho frío y a vosotros os lo puedo decir: tengo miedo. Miedo cuando consigo dormir un poco y me despiertan los estallidos de las bombas que caen cerca, miedo cuando hay que avanzar y mis bersaglieri3 me miran con ojos asustados, sin expresión, casi indiferentes por su suerte, miedo cuando mi compañero Tornieri me cayó cerca con el vientre destrozado que se le veía el interior y me implora que lo ayude, no con las palabras, que ya no puede, sino con los ojos, y yo lo observaba llorando y de esta manera comprende que no puedo hacer nada y que lo debo abandonar porque hay que seguir adelante, así que avanzo sin ver porque las lágrimas me ofuscan todo y rezo, sólo un momento, rezo para que Tornieri, con el que un momento antes estaba hablando, muera lo antes posible. Rezo para que muera, tan joven y lejos de su casa, que había aprendido a conocer por sus conversaciones, sin nadie cerca. ¡No, no, no de esta manera! Entonces vuelvo atrás casi sin tiempo para estrechar su mano sucia de lodo y de sangre y él parece que me sonríe y muere a mi lado sin ni siquiera un lamento sólo un pequeño gemido, y deja de existir.

      Tengo miedo porque no sé qué pasará mañana y siento terror a que sea como hoy o quizás peor.

      La noche del 24 de octubre estábamos dentro de una trinchera en la sella di Lucio4  a la espera del ataque de las fuerzas enemigas. Es noche cerrada, llueve a chorros y estamos inmersos en la niebla. Hacia las dos comienza el primer fuego, cada vez más intenso, cada vez más intenso. Durante horas el fuego continúa y los cañonazos son tan densos que al amanecer el terreno estaba devastado por profundos agujeros, tan próximos que los hombres saltan dentro para protegerse durante el avance. Porque la orden es la de defender la posición y así se debe hacer, mientras que los agujeros en los que se salta para protegerse están llenas de cadáveres y de hombres retorcidos por el ansia de respirar, asfixiados por el gas.

      La noche es interminable. Avanzamos unas decenas de metros pero cuando parece que la posición se ha consolidado los enemigos aparecen enfrente de nosotros, preparados para un asalto. Reúno a mis hombres, ahora ya son tan pocos que veo inútil toda tentativa de resistencia, sin embargo se combate, se avanza sin pensar, luego nos replegamos de nuevo, de nuevo sobre los cadáveres de los compañeros muertos. Y de repente, de este infierno no recuerdo nada, a no ser un calor que del hombro desciende hasta el brazo y un vértigo casi placentero que ya no me deja escuchar los ruidos del miedo.

      Me desperté en un hospital y aquí me han puesto al corriente de la tragedia que ha conmocionado a nuestro ejército y he sabido de esta retirada que ha destruido todos nuestros esfuerzos de estos años.

      Yo estoy mejor y no debéis preocuparos por mí.

      Ahora esta guerra ya no me da ni miedo. Es como si la derrota me hubiese hecho consciente de que, ahora, después de tantos sufrimientos, es todavía más necesario defender nuestro país para no convertir en inútil el sacrificio de tantos compañeros. Espero que acabe pronto y que pronto podré volver con vosotros pero no ante de haber cumplido con mi deber.

      Dad un beso a los niños. Parra vosotros un abrazo.

      Vuestro Rudi.

      María levantó los ojos de la carta y miró con consternación a Giovanni.

      –¿Rudi está herido?¿… Estamos perdiendo la guerra?

      Las noticias llegaban a casa sólo por los periódicos que Giovanni compraba siempre cuando había algo especialmente importante y aquel día en primera página se mostraban perfectamente los comunicados sobre la retirada de nuestra línea y la sustitución en el Comando Supremo del general Cadorna por el general Díaz.

      –Pienso que sí ―respondió preocupado ―Está yendo peor de como podíamos imaginar.

      Las palabras, finalmente dichas, fueron acogidas en silencio, casi como certificando los pensamientos de todos ellos. Ahora, cada tarea cotidiana se veía como un peso que soportar y un alivio al mismo tiempo, un modo para deberse mover y sacarse de encima la angustia de horas interminables.

      Capítulo IV Agnese y Luciano

      Los gemelos, como eran llamados en la familia, habían cumplido cinco años. Para todos eran los gemelos y no sólo porque lo eran sino porque estaban unidos el uno a la otra de aquella manera que parecía no haberse disuelto desde su nacimiento.

      –Los gemelos no han comido

      –Los gemelos tienen fiebre

      –Mira dónde están los gemelos

      Nunca nadie los llamaba por su nombre. La diferencia de edad con los hermanos mayores los había convertido en un núcleo cerrado y, sobre todo desde que los mayores iban a la escuela, transcurrían sus días constantemente juntos, completándose en una simbiosis que, a veces, los aislaba tanto que se olvidaban casi de ellos. Raramente se les sentía pelear y en el intercambio de juguetes o en los roles que se atribuían era difícil que surgiese una disputa.

      –Haz esto

      –No, hazlo tú.

      –Vale, entonces lo hago yo

      O

      –Yo ahora juego con esto

      –Y yo con esto, luego nos los cambiamos

      Cualquier compromiso, con tal de estar juntos. Y no porque, habitando un poco en las afueras del pueblo, no tuviesen otros compañeros de juegos. Los labriegos a menudo traían a sus hijos con ellos y éstos, aunque intimidados, se quedaban en casa junto con ellos pero, sobre todo, porque para los dos era fácil comunicarse incluso sin palabras, sin necesidad de muchas explicaciones. Todo era más sencillo.

      De los gemelos la más robusta era Agnese. Lo había sido desde el nacimiento y también al crecer había mantenido su corpulencia. Era una niña alegre pero no ruidosa, con grandes ojos oscuros que se iluminaban cuando sonreía y casi desaparecían escondidos por las mejillas mofletudas si reía de corazón. Más que con su muñeca le gustaba jugar más con la que había sido de Clara porque pertenecía a la hermana mayor que había renunciado a ella sin arrepentirse. Por su cumpleaños el padre le había traído de la feria del

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<p>3</p>

Nota del traductor: cuerpo militar italiano de infantería con los típicos sombreros emplumados, en tiempos especializados en el tiro y la carrera rápida, hoy trabajan en colaboración con las unidades acorazadas. Una especie de francotirador.

<p>4</p>

Nota del traductor: Valle en la región de Friuli-Venezia-Giulia