Sin segundo nombre. Lee Child

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Sin segundo nombre - Lee Child

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yo llegara ahí sano y salvo.

      —¿Y?

      —No esperaban que viniera de vuelta esta mañana. Así que no asignaron custodia. Así que cuando llegó el momento tuvieron que armar un equipo de cabotaje que ya tenía muchas otras cosas que hacer hoy.

      —Eso no tiene sentido. Todos esperaban que viniera de vuelta esta mañana. Para la lectura de derechos. Procedimiento estándar. Conocimiento general.

      —¿Entonces por qué armaron ese otro equipo?

      —No lo sé.

      —No estaban esperando que volviera.

      —Sabían que tenía que volver.

      —No si estaba en coma en un hospital. O muerto en la morgue. Lo que normalmente sería algo inesperado. Pero lo sabían bien de antemano. No organizaron transporte de ida y vuelta.

      Aaron hizo una pausa.

      —Fue usted ahí en la cárcel –dijo.

      —El tipo ni siquiera me conocía –dijo Reacher–. Nunca nos habíamos cruzado. Así y todo vino directo hacia mí. Mientras sus amigotes armaban un lío lejos de ahí. Estaba por salir en libertad condicional. Lo que yo creo es que Delaney fue el que lo metió en la cárcel, en su momento. ¿Estoy en lo cierto?

      —Sí, es así.

      —Así que hicieron un trato. Si el grandote se encargaba de mí, sin que lo descubrieran, entonces Delaney lo ayudaría en la audiencia ante el comité de libertad condicional. Diría que era una persona reformada. ¿Quién lo podía saber mejor que el oficial que lo arrestó? La gente asume una especie de conexión mística. A los comités de libertad condicional les encanta toda esa mierda. El tipo habría salido. Excepto si no hacía el trabajo. Subestimó a su oponente. Posiblemente le informaron mal.

      —Está admitiendo una agresión delictiva.

      —No me va a encontrar nunca. Podría estar en California mañana mismo.

      —Dígame quién era la chica –dijo Aaron–. Y el chico de buzo. Demuéstreme que sabe de lo que está hablando.

      —El chico y la chica eran dos títeres. A los dos los amenazaron para que participaran. Probablemente a la chica la acababan de agarrar. Quizás por segunda vez. Quizás incluso la primera. La DEA del estado. Delaney. Ella piensa que él está intentando decidir si dejarla ir o no. Él le propone un trato. Lo único que tiene que hacer es llevar un bolso. Le propone un trato similar al chico. Un caso menor puede pasar. Iba a poder volver a Yale o a Harvard o de donde sea que fuera sin ningún tipo de antecedente. Papá no tiene por qué enterarse. Lo único que tiene que hacer es correr un poco y arrebatar un bolso. El chico y la chica no se conocen. Son de casos distintos. ¿Hasta acá tengo razón?

      —¿Qué había en el bolso? –dijo Aaron.

      —Estoy seguro de que el informe oficial dice que era o metanfetamina o OxyContin o dinero. Una cosa o la otra. Una entrega o un pago.

      —Era dinero –dijo Aaron–. Era un pago.

      —¿Cuánto?

      —Treinta mil dólares.

      —Salvo que no lo era. Piénselo. ¿Qué es lo que me vuelve exactamente igual que el chico y la chica? ¿Y qué me vuelve completamente distinto?

      —Estoy seguro de que usted me lo va a decir.

      —Tres personas en el mundo pueden testificar que el bolso estuvo siempre vacío. El chico y la chica, porque lo tuvieron que llevar, así que sabían que era liviano como una pluma, y entonces después yo, porque voló por el aire a un metro de mi cara, y pude ver que no había nada adentro. Era obvio.

      —¿De qué manera es usted distinto?

      —Él controla al chico y a la chica. Pero no me controla a mí. Soy una variable imprevista dando vueltas por ahí en público diciendo que el bolso estaba vacío. Eso es lo que él escuchó. En la cinta. A eso es a lo que reaccionó. No me podía dejar decir eso. Se suponía que nadie más supiera que el bolso estaba vacío. Podía arruinar todo. Así que borró la cinta y después trató de borrarme a mí.

      —Se está anticipando a los hechos.

      —Por eso preguntó cómo se contactaba conmigo la gente. Se dio cuenta de que me podía tirar a la fosa común y nunca se iba a enterar nadie.

      —Está especulando.

      —Estas cosas funcionan de una sola manera. Delaney se robó los treinta mil. Sabía que venían. Es de la DEA. Pensó que se podía salir con la suya si armaba un accidente extraño. Digo, a veces hay accidentes, ¿no? Como si a usted se le incendiara la casa y tuviera todo el dinero debajo del sillón. Es una pérdida operativa. Es un error de redondeo. Es el costo de hacer negocios con estos tipos. No confían en sus propias madres, pero saben que a veces estas cosas pasan. Una vez leí en el diario que un tipo perdió cerca de un millón de dólares, todo comido por los ratones en el sótano. Así que Delaney supuso que se podía salir con la suya. Sin que le rompieran las piernas. Lo único que tenía que hacer era poner cara seria y no salirse de su libreto.

      —Espere –dijo Aaron–. Nada de eso tiene sentido.

      —A no ser que.

      —Eso es ridículo.

      —Dígalo en voz alta. Vea cuán ridículo suena.

      —Nada de eso tiene sentido, porque OK, Delaney podía saber que estaban viniendo treinta mil dólares, pero ¿cómo tiene acceso a ese dinero? ¿Cómo decide quién lleva qué en el bolso? ¿Y cuándo y dónde y por qué ruta?

      —A no ser que –volvió a decir Reacher.

      —Esto es una locura.

      —Dígalo.

      —A no ser que Delaney esté caminando por la vereda de la sombra.

      —No se esconda en un lenguaje florido. Dígalo en voz alta.

      —A no ser que Delaney sea él mismo un eslabón en la cadena.

      —Todavía un poco florido.

      —A no ser que Delaney sea en secreto dealer y también agente de la DEA.

      —Treinta mil deben ser más o menos lo que necesita para la clase de cuota de franquicia que tiene que pagar. Para la clase de dealer que es. Que no es grande. Pero tampoco chico. Probablemente mediano, con una clientela relativamente civilizada. El trabajo es fácil. Está bien ubicado como para ayudarse a sí mismo con problemas legales. Con eso obtiene un ingreso decente. Mejor de lo que va a ser su jubilación. Todo iba bien. Pero incluso así se empezó a poner codicioso. Esta vez quiso quedarse con todo el dinero. Sólo hizo de cuenta que iba a entregar la parte de su jefe. El bolso estaba vacío desde el vamos. Pero nadie lo sabría. En el informe policial estaría asentado que se perdieron treinta mil dólares. Cualquier comentario sobre lo que vieron los testigos presenciales haría que sonara exactamente como un robo raro. Su jefe lo podría dar por perdido como algo genuino. Quizás Delaney planeaba hacerlo una vez al año. Más o menos al azar. Como un pequeño margen

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