Antonio Machado: Poesías Completas. Antonio Machado

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Antonio Machado: Poesías Completas - Antonio Machado

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que nunca llega:

      la historia confusa

      y clara la pena.

      Seguía su cuento

      la fuente serena;

      borrada la historia,

      contaba la pena.

      IX

      Se ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario.

      Girando en torno a la torre y al caserón solitario,

      y las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno,

      de nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno.

      Es una tibia mañana.

      El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana.

      Pasados los verdes pinos,

      casi azules, primavera

      se ve brotar en los finos

      chopos de la carretera

      y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente.

      El campo parece, más que joven, adolescente.

      Entre las hierbas alguna humilde flor ha nacido,

      azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido,

      y mística primavera!

      ¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera,

      espuma de la montaña

      ante la azul lejanía

      sol del día, claro día!

      ¡Hermosa tierra de España!

      X

      conduce un laberinto de callejas.

      A un lado, el viejo paredón sombrío

      de una ruinosa iglesia;

      a otro lado, la tapia blanquecina

      de un huerto de cipreses y palmeras,

      y, frente a mí, la casa,

      y en la casa la reja

      ante el cristal que levemente empaña

      su figurilla plácida y risueña.

      Me apartaré. No quiero

      llamar a tu ventana ... Primavera

      viene —su veste blanca

      flota en el aire de la plaza muerta—;

      viene a encender las rosas

      rojas de tus rosales... Quiero verla ...

      XI

      de la tarde. ¡Las colinas

      doradas, los verdes pinos,

      las polvorientas encinas!...

      ¿Adonde el camino irá?

      Yo voy cantando, viajero

      a lo largo del sendero...

      —La tarde cayendo está—,

      “En el corazón tenía

      la espina de una pasión;

      logré arrancármela un día:

      ya no siento el corazón.”

      Y todo el campo un momento

      se queda, mudo y sombrío,

      meditando. Suena el viento

      en los álamos del río.

      La tarde más se obscurece;

      y el camino que serpea

      y débilmente blanquea,

      se enturbia y desaparece.

      Mi cantar vuelve a plañir:

      “Aguda espina dorada,

      quién te pudiera sentir

      en el corazón clavada.”

      XII

      tu pura veste blanca ...

      No te verán mis ojos

      ¡mi corazón te aguarda!

      El viento me ha traído

      tu nombre en la mañana;

      el eco de tus pasos

      repite la montaña ...

      No te verán, mis ojos;

      ¡mi corazón te aguarda!

      En las sombrías torres

      repican las campanas...

      No te verán mis ojos;

      ¡mi corazón te aguarda!

      Los golpes del martillo

      dicen la negra caja;

      y el sitio de la fosa,

      los golpes de la azada...

      No te verán mis ojos;

      ¡mi corazón te aguarda!

      XIII

      caminaba el sol de estío,

      y era, entre nubes de fuego, una trompeta gigante,

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