E-Pack Jazmín Luna de Miel 2. Varias Autoras

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saldrá algo.

      –No sirvo para nada. No sé qué hacer, Estelle. Les he pedido a los padres de Amanda que nos ayuden… –se le quebró la voz. Estelle sabía el daño que aquello tenía que haberle hecho a su orgullo–. Pero no pueden.

      –Seguro que encuentras algo –pero hasta a ella misma le costaba parecer convincente–. Lo único que tienes que hacer es seguir buscando trabajo.

      –Lo sé –Andrew soltó una bocanada de aire, intentando recuperar la compostura–. Pero ya está bien de hablar de mí. Ginny me ha dicho que estabas en Escocia. ¿Qué hacías allí?

      –He ido a una boda.

      –¿De quién?

      –Mañana te lo contaré.

      –¿Mañana?

      –Quiero hablar contigo de algo.

      Un coche paró fuera de la casa y Ginny se levantó.

      –Andrew, tengo que colgar –le dijo Estelle–. Te llamaré mañana.

      Estelle no sabía cómo decirle a Andrew que tenía dinero para él, pero, en cualquier caso, el pago de un mes de hipoteca sería solo una ayuda provisional. Se alegraba de que Ginny se fuera unos días porque necesitaba tiempo para pensar en su situación.

      En la biblioteca le habían ofrecido más horas de trabajo. A lo mejor podía aplazar los estudios e irse a vivir con Andrew y con Amanda durante un año, pagarles el alquiler y quizá incluso aceptar la oferta de Gordon.

      –Muchas gracias por lo de anoche, Estelle –le dijo Ginny antes de irse.

      Ginny agarró el bolso, salió y se metió en el coche de su padre sin fijarse en el lujoso coche que había aparcado en la carretera.

      Pero Raúl sí se fijó en ella y frunció el ceño al ver a Virginia, la acompañante de Gordon, meterse en el coche de otro hombre. Después de lo que le había revelado su padre, ya nada le sorprendía, pero sintió una extraña decepción al pensar que Virginia y Estelle estaban juntas con Gordon. No le gustó la imagen que aquello conjuraba, así que se decidió por una versión más digerible: que Estelle no había conocido a Gordon en el Dario’s y, en realidad, Virginia y ella trabajaban para la misma agencia de acompañantes.

      Él necesitaba una mujer dura, se dijo Raúl a sí mismo, una mujer capaz de separar el sexo de los sentimientos, que comprendiera que le proponía una oportunidad de mejorar sus finanzas y que no le estaba haciendo una proposición romántica. Pero se estaba aferrando al volante con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos. Desde la noche anterior, sentía un vacío en el estómago cada vez que se imaginaba a Estelle con Gordon. Estelle estaría mucho mejor con él.

      –¿Te has olvidado al…? –a Estelle se le quebró la voz al ver que no era Ginny quien llamaba a la puerta.

      A Raúl le había gustado más la noche anterior en el balcón, pero el aspecto que tenía en aquel momento, maquillada y con minifalda, le facilitaba las cosas.

      –¿Qué quieres? –le increpó Estelle en cuanto le vio.

      –Quería disculparme por lo que te dije anoche. Creo que no me expresé correctamente.

      –Y yo creo que dejaste las cosas perfectamente claras –tomó aire–. Disculpas aceptadas. Y ahora, si me perdonas…

      Tenía la mano preparada para cerrar la puerta. Raúl solo contaba con unos segundos y sabía que tenía que aprovecharlos. No había tiempo para mensajes equívocos.

      –Tenías razón, no quería que volvieras con Gordon, pero no solo… –la puerta comenzó a cerrarse, de modo que Raúl le dijo lo que pretendía–: Quiero pedirte que te cases conmigo.

      Estelle soltó una carcajada. Después de la tensión de las últimas veinticuatro horas, de la llamada de su hermano y de la sorpresa de encontrarse a Raúl en la puerta de su casa, lo único que pudo hacer fue echar la cabeza hacia atrás y soltar una carcajada.

      –Lo digo en serio.

      –Sí, claro. Y también hablabas en serio anoche, cuando me dijiste que no querías casarte nunca.

      –No quiero casarme por amor, pero necesito una esposa. Quiero casarme con alguien que sepa lo que quiere y esté dispuesta a hacer todo lo posible para conseguirlo.

      Ahí estaba de nuevo la insinuación, comprendió Estelle. Estaba a punto de cerrar la puerta, pero entonces vio el cheque que Raúl tenía en la mano y la cantidad que le ofrecía. No podía estar hablando en serio. Pero alzó la mirada y comprendió que posiblemente sí, que estaba dispuesto a pagar por sus servicios, igual que Gordon.

      –Mira, pienses lo que pienses, Gordon y yo…

      –¿No deberías decir Gordon, Virginia y yo? –la vio palidecer–. Acabo de verla salir. ¿Salís las dos con él?

      –No tengo por qué darte ninguna explicación.

      –Tienes razón.

      –¿Cómo te has enterado de dónde vivo?

      –Revisé tu bolso cuando estabas bailando con Gordon.

      Estelle parpadeó. Era sincero, brutalmente sincero. Y, sí, no podía evitarlo, despertaba su curiosidad.

      –¿Vas a invitarme a entrar o tenemos que seguir hablando aquí? Solo te pido diez minutos, si después quieres que me vaya, lo haré y no volveré a molestarte nunca más.

      Hablaba en un tono de total profesionalidad. Era evidente que para él aquello solo era un negocio y asumía que también lo era para ella.

      –Diez minutos –le dijo Estelle, y abrió la puerta.

      Raúl miró a su alrededor. Aquella parecía la típica casa de estudiantes, pero no podía decirse que Estelle fuera la típica estudiante.

      –¿Estás estudiando?

      –Sí.

      –¿Puedo preguntar qué?

      Estelle vaciló un instante.

      –Arquitectura Antigua –respondió por fin.

      –¿De verdad? –no era la respuesta que él esperaba.

      Estelle le ofreció asiento y Raúl se sentó. Ella se sentó en el otro extremo de la habitación. Y Raúl fue al grano.

      –¿Te he dicho que mi padre está enfermo? –preguntó. Estelle asintió–. Lleva mucho tiempo pidiéndome que siente la cabeza y, ahora que se acerca su muerte, está cada vez más empeñado en que se cumplan sus deseos. Está convencido de que una esposa me ayudará a amansarme.

      Estelle no dijo nada. Se limitó a mirar a aquel hombre al que dudaba que nadie pudiera amansar. Había saboreado su pasión y había oído hablar de su reputación. Desde luego, una alianza de matrimonio no habría impedido lo que había pasado la noche anterior.

      –¿Recuerdas que te conté también que mi

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