E-Pack Jazmín Luna de Miel 2. Varias Autoras

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de que Estelle pudiera darse cuenta de lo que estaba pasando, la estrechó entre sus brazos y presionó la boca contra sus labios mientras deslizaba la mano por la parte superior del pijama. Estelle se resistió, hasta que se dio cuenta de lo que estaba pasando. Oyó a Araminta llamando a gritos a Raúl. Podía aparecer en el balcón en cualquier momento, pero lo pasó de largo sin volver siquiera la cabeza.

      Raúl podría haberse detenido en ese momento, pensó Estelle. Pero tenía el pijama completamente abierto y sus senos presionaban el pecho desnudo de Raúl.

      Deberían parar inmediatamente, se dijo mientras la lengua de Raúl buscaba la suya.

      Raúl gimió débilmente en su boca. Fue la cosa más sexy que Estelle había oído o sentido en su vida. Raúl deslizó la mano por su trasero mientras la hacía sentir su lengua caliente y húmeda.

      Estelle quería poner fin a aquel beso y, al mismo tiempo, deseaba que se prolongara… Era como si estuviera recorriendo un camino prohibido y estuviese deseando llegar hasta el final para ver la mujer en la que Raúl la había convertido.

      –No vuelvas con él –le ordenó Raúl sin abandonar apenas su boca.

      Tenía intención de hablar con ella en otro momento, de pedirle el número de teléfono, pero no podía soportar la idea de que volviera a la cama con Gordon. De modo que le revelaría sus planes inmediatamente.

      –Ven conmigo.

      Estelle se dio cuenta entonces de lo que le estaba pidiendo. Había dado por sentado que para ella era habitual entregar su cuerpo. Cuando Raúl intentó besarla otra vez, le dio una bofetada.

      –Tú pagas más, ¿verdad?

      –No pretendía que lo interpretaras así.

      Raúl sintió el escozor de la bofetada en la mejilla y supo que se la merecía. Pero en lo último que estaba pensando él era en el dinero. Sencillamente, no quería que Estelle volviera con otro hombre.

      –Lo que pretendía decir…

      –Sé exactamente lo que pretendías decir.

      –¡Sinvergüenza!

      Ambos se volvieron y vieron a Araminta con el rostro empapado en lágrimas.

      –¡Me has dicho que estabas cansado, que querías acostarte!

      –¿Puedo sugerirte que vuelvas a la cama? –le espetó Raúl a Araminta, molesto por aquella intrusión.

      Estelle pudo ser testigo una vez más de lo brutal que podía ser aquel hombre cuando se lo proponía.

      –¿De qué manera puedo dejar más claro que no tengo ningún interés en ti?

      Se volvió para ayudar a una mortificada Estelle a abrocharse los botones del pijama, pero Estelle le apartó la mano.

      –¡No me toques!

      Salió disparada del balcón y se dirigió a su habitación, donde intentó olvidar la sensación de las manos y la boca de Raúl. Donde intentó negar que era la primera vez que deseaba realmente a un hombre.

      –ESTELLE…

      Gordon se mostró encantador cuando le contó lo que había pasado. Que, pretendiendo evitar a otra mujer, Raúl la había besado. Fue una conversación terriblemente embarazosa, pero Gordon le estaba firmando ya el cheque para no tener que hacerlo delante del chófer, y Estelle, que no quería aceptarlo, tuvo que explicarle por qué.

      –Frank y yo tenemos tres pases libres –le dijo Gordon.

      Estelle parpadeó y Gordon sonrió mientras le tendía el cheque.

      –Tenemos tres personas con las cuales, si ocurriera algo, no sería considerado una infidelidad. Es solo un juego, por supuesto, y casi todos son actores, pero no me importaría incluir a Raúl en mi lista. Nadie puede resistirse a él, y menos una mujer tan encantadora como tú.

      –Me siento fatal.

      –No tienes por qué. Competir con Raúl servirá para mejorar mi reputación, en el caso de que llegue a saberse.

      –Lo siento.

      –No tienes por qué –insistió Gordon, y le dio un beso en la mejilla–. Pero ten cuidado con él.

      –No volveré a verle nunca más. No sabe nada de mí.

      –Para un hombre como él, eso es un simple detalle.

      A Estelle se le pusieron los pelos de punta al recordar que le había dicho su nombre.

      –Tú ahora péinate y maquíllate para que bajemos a desayunar. Y, si alguien dice algo sobre lo que pasó anoche, limítate a reírte y a encogerte de hombros –le recomendó Gordon.

      Fue un alivio poder disimular su sonrojo con el maquillaje. Estelle se puso una minifalda y unos tacones, se recogió el pelo en una cola de caballo y después se echó laca.

      –Me siento como un payaso –le dijo a Gordon mientras miraba su reflejo en el espejo.

      –Bueno, reconozco que a mí al menos me haces sonreír.

      Raúl ya se había ido, de modo que lo único que tuvo que soportar Estelle durante el desayuno fueron algunas miradas asesinas de Araminta.

      Por fin pudieron marcharse, pero Estelle no llegó a su casa hasta última hora de la tarde.

      –Piensa en lo que te he dicho –le recordó Gordon a Estelle mientras salía del coche.

      –Creo que ya he tenido suficientes emociones para todo un año –admitió Estelle mientras se despedía de él.

      Entró por fin en territorio familiar y suspiró antes de anunciar a Ginny que ya estaba en casa.

      –¿Cómo te encuentras? –le preguntó a su amiga cuando entró en el salón.

      –¡Fatal! Voy a irme un par de días a mi casa. Mi padre vendrá a recogerme. Necesito a mi madre, sopa casera y mimos. ¿Y a ti cómo te ha ido?

      –Bien –se limitó a responder Estelle.

      No estaba de humor para contarle a Ginny todo lo que había pasado.

      –Gordon ha sido encantador.

      –Ya te dije que no tenías nada por lo que preocuparte.

      –Pero estoy agotada. No me dijiste que Gordon tenía apnea. Me llevé el susto de mi vida cuando entré en la habitación y le vi pegado a una máquina.

      –La verdad es que se me olvidó –contestó Ginny riéndose–. Tu hermano te ha llamado varias veces.

      El teléfono volvió a sonar. Al ver que era su hermano, a Estelle le dio un vuelco el corazón.

      –A lo mejor ha conseguido ese trabajo.

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