E-Pack Jazmín Luna de Miel 2. Varias Autoras

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que no parecía ni remotamente avergonzado. Seguramente, estaba acostumbrado a ser el centro de atención y a que alabaran su atractivo.

      Después, le llegó el turno al padrino.

      –En España no se hacen discursos en las bodas –explicó Raúl, inclinándose para hablar con Gordon.

      Estelle percibió entonces el olor de su colonia y notó la cercanía de su brazo. Tensó los dedos alrededor de la copa.

      –Celebramos la boda, después el banquete y luego a la cama –dijo Raúl.

      Era el primer comentario que podía considerarse insinuante e, incluso entonces, Estelle se dijo que estaba exagerando. Pero, aun así, le entraron ganas de alzar la mano y exigir que cesara aquel ataque a sus sentidos.

      –¿De verdad? –preguntó Gordon–. Pues debería ir a vivir a España. Es más, estaba pensando…

      El zumbido del teléfono le interrumpió y Raúl se echó de nuevo hacia atrás. Estelle estuvo observando a la pareja de recién casados bailando en la pista.

      –Cariño, lo siento mucho –se disculpó Gordon mientras leía el mensaje que acababa de recibir–. Voy a tener que irme a algún lugar en el que pueda hacer unas llamadas y utilizar el ordenador.

      –Suerte con el acceso a Internet –le deseó Raúl.

      –Es posible que me lleve algún tiempo –advirtió Gordon.

      –¿Ha surgido algún problema? –preguntó Estelle.

      –Siempre hay problemas, aunque este es inesperado. Pero lo resolveré tan pronto como pueda. Siento dejarte sola.

      –No estará sola. Yo estaré pendiente de ella –se ofreció Raúl.

      Estelle habría preferido que no lo estuviera.

      –Muchas gracias –dijo Gordon–. Con ese vestido se merece al menos un baile –se volvió hacia Estelle y le dio un beso en la mejilla.

      En cuanto Gordon se fue, Estelle se volvió hacia James y Verónica y, desesperada, intentó entablar conversación. Pero ellos no tenían el menor interés en conocer a la última amante de Gordon y, al cabo de unos minutos, siguieron a otras parejas a la pista de baile, dejándola sola con Raúl.

      –De espaldas, podrías parecer española.

      Estelle se volvió al oír su voz.

      –Pero por delante…

      Deslizó la mirada por su cutis cremoso y Estelle sintió arder sus mejillas. Aunque Raúl no apartó la mirada de su rostro, ella se sintió como si la estuviera desnudando, tal era la fuerza de aquel hombre.

      –¿ERES irlandesa? –preguntó Raúl.

      Estelle vaciló un instante antes de asentir.

      –Pero tu acento es inglés.

      –Mis padres se mudaron a Inglaterra antes de que yo naciera –contestó con frialdad.

      –¿En qué parte de Inglaterra viven?

      –No viven –contestó Estelle.

      Raúl dejó de insistir y cambió de tema.

      –¿Y dónde conociste a Gordon?

      –Nos conocimos en Dario’s –contestó Estelle, sintiendo todo su cuerpo en alerta–. Es un bar…

      –Del Soho, sí, he oído hablar mucho de Dario’s. No es que haya estado. Creo que todavía soy demasiado joven para ir allí –sonrió ligeramente al advertir el sonrojo de Estelle–. Aunque a lo mejor debería probarlo.

      Se acercó más a Estelle. Aquella joven de ojos verdes y pómulos redondeados le parecía asombrosamente atractiva. Había algo particularmente dulce en ella a pesar del vestido y del maquillaje, y su azoro resultaba tan raro como refrescante.

      –Así que, al final, los dos estamos solos en la boda.

      –Yo no estoy sola. Gordon no tardará en volver –no quería preguntar, pero se descubrió mirando la silla vacía que había al otro lado de Raúl–. ¿Cómo es que…? –se interrumpió. No era posible hacer esa pregunta de forma educada.

      –Hemos roto esta mañana.

      –Lo siento.

      –No tienes por qué. En realidad, decir que hemos roto es una exageración. Solo llevábamos saliendo unas cuantas semanas.

      –Aun así, las rupturas son duras –respondió Estelle, intentando ser educada.

      –Nunca me lo han parecido –replicó Raúl–. Es la situación previa la que me resulta difícil.

      –¿Cuando las cosas empiezan a ir mal?

      –No, cuando empiezan a ir bien.

      La miraba a los ojos, su voz era grave y profunda y lo que decía le resultaba interesante. A pesar de sí misma, Estelle quería saber algo más sobre aquel hombre tan fascinante.

      –Lo duro viene cuando empiezan a preguntar qué vamos a hacer el próximo fin de semana. O cuando empiezan a decir «Raúl dice…» o «Raúl piensa». No me gusta que nadie diga lo que estoy pensando.

      –Puedo imaginármelo.

      –¿Sabes lo que estoy pensando ahora?

      –No, no lo sé –estaba segura de que estaba pensando lo mismo que ella.

      –¿Te gustaría bailar?

      –No, gracias. Prefiero esperar a Gordon.

      –Por supuesto –contestó Raúl–. ¿Has conocido ya a los novios?

      –No –Estelle se sentía como si le estuvieran haciendo una entrevista–. ¿Eres amigo del novio?

      –Fui con él a la universidad aquí en Escocia. Estudié aquí durante cuatro años y después me fui a Marbella. Pero esto sigue gustándome. Escocia es un país precioso.

      –Sí, lo es. Bueno, por lo menos, lo poco que he visto.

      –¿Esta es la primera vez que vienes?

      Estelle asintió.

      –¿Has estado en España alguna vez?

      –El año pasado, pero solo unos días. Surgió una urgencia familiar y tuve que volver.

      –¿Raúl?

      Raúl apenas alzó la mirada cuando se acercó aquella mujer. Era la misma a la que habían apartado antes de la mesa.

      –He pensado que podríamos bailar.

      –Estoy ocupado.

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