E-Pack Jazmín Luna de Miel 2. Varias Autoras
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–Raúl Sánchez de la Fuente –respondió Gordon en voz baja–. Nuestros caminos se han cruzado varias veces. Ese canalla está guapo hasta con falda. Me ha ganado por completo el corazón… aunque no creo que lo quiera.
Estelle no pudo por menos que echarse a reír.
Raúl recorrió con la mirada a los invitados. Estaba comenzando a cuestionarse la decisión de ir solo. Aquella noche necesitaba diversión y, cuando había pensado en las antiguas amantes con las que se encontraría, había evocado los pechos erguidos y las cinturas estrechas del pasado, como si el tiempo se hubiera detenido en sus días de universitario. Pero las manillas del reloj habían continuado moviéndose.
Estaba Shona. La otrora larga melena pelirroja había dado paso a un severo corte de pelo. Shona permanecía junto a un tipo sin ninguna personalidad. Al ver a Raúl, se sonrojó y le miró furiosa, como si su tórrido pasado hubiera sido borrado y olvidado.
–Raúl…
Raúl frunció el ceño al ver a Araminta caminando hacia él con una sonrisa suplicante que activó todas sus alarmas. Lo que necesitaba aquella noche era una distracción, no desesperación.
–¿Cómo estás? –le preguntó a Araminta.
–No muy mal –contestó ella.
E inmediatamente procedió a hablarle de su horrible divorcio, de lo mucho que había pensado en él desde su ruptura y de cuánto se arrepentía de que hubieran roto.
–Ya te dije que te arrepentirías –respondió Raúl sin ningún sentimiento–. Ahora tendrás que perdonarme. Tengo que hacer una llamada de teléfono.
–¿Podremos hablar más tarde?
Raúl advirtió la esperanza en su voz y aquello le irritó. ¿Sería ya suficientemente bueno para su padre? ¿Suficientemente rico?
–No hay nada de lo que tengamos que hablar.
Ni siquiera la miró mientras ella se alejaba sollozando.
¿Qué demonios estaba haciendo allí?, se preguntó Raúl. Debería estar preparando una fiesta en el yate. Debería estar olvidándose de sí mismo en vez de reencontrándose con su pasado. Además, no podía decirse que hubiera un número infinito de mujeres elegibles en aquel castillo de las Tierras Altas de Escocia. Y, después de lo que Raúl había averiguado aquella mañana sobre su padre, no tenía ganas de estar solo.
Tensó la mano sobre el vaso de whisky. Apenas estaba comenzando a asimilar el impacto de lo que le había contado su padre.
Sus pensamientos eran tan sombríos que consideró seriamente la posibilidad de marcharse. Pero, justo en ese momento, una caída de pelo negro y una tez pálida le llamaron la atención. La joven parecía nerviosa, algo extraño en las acompañantes de Gordon, normalmente, mujeres atrevidas y desenvueltas.
Le sostuvo la mirada cuando le miró y, a partir de entonces, se convirtió en la única mujer a la que le hubiera permitido acercarse. El problema era que estaba aferrada al brazo de Gordon.
Aquella mujer le ofrecía algo más que una distracción. Le ofrecía olvido. Porque, por primera vez en el día, había conseguido olvidar la conversación que había mantenido con su padre.
En ese momento, una voz con marcado acento escocés anunció que estaba a punto de comenzar la boda y solicitó a los invitados que ocuparan sus asientos.
–¡Vamos! –Gordon tomó la mano de Estelle–. Me encantan las bodas.
–Y a mí –Estelle sonrió.
Caminaron juntos a través de aquella cálida noche. El suelo estaba iluminado por antorchas y habían preparado ya las sillas. Con el castillo de fondo, la escena era imponente y Estelle se olvidó del sentimiento de culpa y se dispuso a disfrutar. Había volado en avión por primera vez en su vida, había montado en helicóptero, estaba en un castillo de las Tierras Altas de Escocia y Gordon era absolutamente encantador, se dijo mientras se sentaban y continuaba hablando con Gordon.
–Donald dice que Victoria está muy nerviosa –le explicó él–. Es muy perfeccionista y, por lo visto, lleva meses pendiente de hasta el último detalle.
–Bueno, pues parece que todo está saliendo muy bien. Estoy deseando ver el vestido.
Y, justo cuando empezaba a relajarse y todos se levantaron para recibir a la novia, se volvió… y descubrió que Raúl estaba sentado detrás de ella.
No tenía ninguna importancia, se dijo a sí misma. Era una simple coincidencia. Al fin y al cabo, en algún lugar tenía que sentarse. El problema era que Estelle era agudamente consciente de su presencia.
Intentó concentrarse en la novia. Victoria estaba deslumbrante. Llevaba un sencillo vestido blanco y un ramillete de brezo. La sonrisa que Donald le dirigió a la futura esposa hizo sonreír también a Estelle, pero no durante mucho tiempo. Podía sentir la mirada de Raúl ardiendo en su espalda y, poco después, tuvo la sensación de que le abrasaba la nuca.
Hizo todo lo que pudo para concentrarse en la ceremonia, que fue increíblemente romántica. Tanto que, cuando el sacerdote recitó lo de «en la salud y en la enfermedad», los ojos se le llenaron de lágrimas al recordar la boda de su hermano. ¿Quién podía haber imaginado el duro golpe que les tenía reservado el destino a Amanda y a él?
Gordon, siempre caballeroso, le tendió un pañuelo de papel.
–Gracias –Estelle sonrió emocionada y Gordon le apretó la mano.
«¡Por favor!», pensó Raúl, «¡ahórrame esas lágrimas de cocodrilo!». Había ocurrido lo mismo con la novia anterior de Gordon, ¿cómo se llamaba? ¡Ah, sí! Virginia. La nueva, aunque no parecía del gusto habitual de Gordon, era increíble. Las mujeres de pelo negro no eran ninguna rareza en el país de Raúl, y él, normalmente, prefería a las rubias. Sin embargo, aquella noche, deseaba a una mujer con el pelo negro azabache.
«Date la vuelta», le ordenó en silencio, porque quería mirarla a los ojos. La vio tensar los hombros e inclinar ligeramente la cabeza, como si le hubiera oído, pero se estuviera resistiendo a su demanda.
Raúl quería preguntarle qué demonios estaba haciendo con aquel hombre que la triplicaba en edad. Pero, por supuesto, conocía la respuesta: le interesaba su dinero.
Raúl supo entonces lo que tenía que hacer. Encontró la respuesta al dilema al que se había visto obligado a enfrentarse a la hora del desayuno. Curvó los labios en una sonrisa al verla alzar la mirada bruscamente hacia el cielo. Vio arquearse su pálido cuello y deseó posar los labios en él.
Un gaitero lideró el regreso al castillo. Caminaba delante de Gordon y Estelle. A ella se le clavaban los tacones en la hierba, pero aquella incomodidad no era nada comparada con la sensación de estar hundiéndose en arenas movedizas que la asaltaba cada vez que miraba a Raúl a los ojos.
La falda de Raúl era de tonos grises y violeta, la chaqueta, morada, de terciopelo oscuro, y su zancada, firme y sensual. A Estelle le entraron ganas de acercarse a él, darle unos golpecitos en el hombro y pedirle que por