E-Pack Jazmín Luna de Miel 2. Varias Autoras
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Capítulo 1
–ESTELLE, te lo prometo, no tendrás que hacer nada más que darle la mano a Gordon y bailar.
–¿Y? –presionó Estelle.
Dobló la esquina de la página del libro que estaba leyendo y lo cerró sin poder creer apenas que estuviera considerando la posibilidad de aceptar el plan de Ginny.
–A lo mejor, también un beso en la mejilla, o en los labios. Lo único que tendrás que hacer es fingir que estás locamente enamorada.
–¿De un hombre de sesenta años?
–Sí –Ginny suspiró, pero, antes de que Estelle pudiera protestar, continuó diciendo–: Todo el mundo pensará que eres una cazafortunas y que estás con Gordon por su dinero. Cosa que será… –Ginny dejó de hablar, interrumpida por un ataque de tos.
Ginny y Estelle eran compañeras de piso, dos jóvenes que estaban intentando sacar adelante sus estudios universitarios. Estelle, de veinticinco años, era unos años mayor que Ginny. Tiempo atrás, se había preguntado cómo era posible que Ginny pudiera tener coche y vestir tan bien. Al final lo había averiguado: Ginny trabajaba para una agencia de acompañantes y tenía un cliente fijo, Gordon Edwards, un político que ocultaba un secreto que, precisamente, era la razón por la que no esperaría nada de Estelle si ocupaba su lugar como pareja en la boda que iba a celebrarse aquella tarde.
–Tendré que compartir habitación con él.
Estelle no había compartido habitación con un hombre en su vida. No era una mujer tímida ni retraída, pero no tenía el interés de Ginny por la vida social. Ginny pensaba que los fines de semana estaban destinados a las fiestas, mientras que la idea que Estelle tenía de un fin de semana perfecto consistía en ir a visitar edificios antiguos y acurrucarse con un libro en el sofá.
–Gordon siempre duerme en el sofá cuando compartimos habitación.
–No.
Estelle se colocó bien las gafas y volvió al libro. Intentaba concentrarse en aquel libro sobre el mausoleo del primer emperador Qin, pero le resultaba muy difícil. Estaba preocupada por su hermano, que todavía no había llamado para decirle si había conseguido trabajo. Y no podía negar que el dinero que Ginny le ofrecía le serviría de ayuda.
Pero estaba en Londres y la boda se celebraba aquella misma tarde en un castillo de Escocia. Si de verdad pensaba ir, debería comenzar a prepararse porque tendrían que volar a Edimburgo y desde allí trasladarse en el helicóptero al castillo.
–Por favor –le suplicó Ginny–. En la agencia están aterrorizados porque no encuentran a ninguna sustituta en tan poco tiempo. Y Gordon va a venir a buscarme dentro de una hora…
–¿Y qué pensará la gente? –preguntó Estelle– Si están acostumbrados a verle contigo…
–Gordon se ocupará de eso. Contará que hemos roto. En cualquier caso, íbamos a tener que terminar pronto la relación ahora que estoy a punto de acabar la universidad. Sinceramente, Estelle, Gordon es un hombre adorable. Sufre constantemente la presión de fingir que es heterosexual y no irá solo a esa boda. ¡Y piensa en el dinero!
Estelle no podía dejar de pensar en el dinero. Si asistía a aquella boda, podría pagar un mes de la hipoteca de su hermano. Sabía que aquello no resolvería del todo su problema, pero les daría a Andrew y a su familia algo más de tiempo y, teniendo en cuenta todo lo que habían tenido que soportar durante el año anterior y lo que todavía estaba por llegar, les iría muy bien aquella prórroga.
Andrew había hecho mucho por ella. Cuando sus padres habían muerto, a los diecisiete años de Estelle, había dejado de lado su propia vida para asegurarse de que su hermana disfrutara de una vida lo más normal posible. Ya era hora de que ella hiciera algo por él.
–Muy bien –Estelle tomó aire. Había tomado una decisión–. Llama y di que iré.
–Ya les dije que habías aceptado –admitió Ginny–. Estelle, no me mires así. Sé lo mucho que necesitas el dinero y, sencillamente, no soportaba decirle a Gordon que no había conseguido a nadie.
Ginny miró atentamente a Estelle. Llevaba su larga melena negra recogida en una cola de caballo, su cutis pálido no tenía una sola mancha y no quedaban restos de maquillaje en sus ojos verdes porque rara vez se maquillaba. Estaba intentando disimularlo, pero, en realidad, estaba preocupada por el aspecto de Estelle y por su capacidad para llevar adelante aquella actuación.
–Tienes que arreglarte. Te ayudaré con el pelo y con todo lo demás.
–Con esa tos, ni se te ocurra acercarte a mí. Ya me las arreglaré sola –vio la expresión dubitativa de su amiga y añadió–: Todas podemos vestirnos como mujerzuelas, si es necesario –sonrió–. Aunque la verdad es que creo que no tengo nada que ponerme. ¿Crees que alguien se dará cuenta si me pongo algo tuyo?
–Compré un vestido nuevo para la boda.
Ginny se dirigió al armario que tenía en el dormitorio y Estelle la siguió. Cuando vio el ligerísimo vestido dorado que sostenía entre las manos, se quedó boquiabierta.
–¿Eso es lo que va debajo del vestido?
–Es despampanante.
–Cuando te lo pones tú, a lo mejor –respondió Estelle. Ginny era mucho más delgada y tenía poco pecho, mientras que ella, aunque delgada, era una mujer de curvas–. Yo voy a parecer una…
–Y esa es precisamente la cuestión. Sinceramente, Estelle, si te relajas, hasta podrás divertirte.
–Lo dudo –respondió Estelle.
Se sentó en el tocador de Ginny y comenzó a ponerse rulos calientes en el pelo y a maquillarse