E-Pack Jazmín Luna de Miel 2. Varias Autoras

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–Estelle tenía la sensación de llevar encima más de tres centímetros de maquillaje.

      –Y ponerte máscara en las pestañas.

      Observó a Estelle mientras esta se quitaba los rulos y su oscura melena caía en una cascada de rizos.

      –Y también una buena cantidad de laca. ¡Ah, por cierto! Gordon me llama Virginia, te lo digo por si alguien me menciona.

      Ginny parpadeó varias veces cuando Estelle se volvió. La sombra de ojos de color gris y las capas de máscara realzaban el verde esmeralda de sus ojos. El lápiz de labios acentuaba sus labios llenos. Al ver los rizos negros enmarcando el bello rostro de su amiga, por fin comenzó a creer que podría llevar a buen puerto su plan.

      –¡Estás increíble! Ahora veremos cómo te queda el vestido.

      –¿No me cambiaré allí?

      –Gordon tiene un horario muy apretado. Supongo que, en cuanto aterricéis, iréis directamente a la boda.

      El vestido era precioso, transparente y dorado, y se pegaba a todas sus curvas. Era excesivamente revelador, pero era maravilloso.

      –Creo que Gordon podría dejarme por ti –le dijo Ginny con admiración.

      –Esta será la primera y la última vez.

      –Eso es lo que dije yo cuando comencé a trabajar en la agencia. Pero si las cosas van bien…

      –¡Ni lo sueñes! –respondió Estelle justo en el momento en el que un coche tocaba el claxon en la acera.

      –Todo saldrá bien –le aseguró Ginny al ver que Estelle se sobresaltaba–. Estoy segura de que lo harás perfectamente.

      Estelle se aferró a aquellas palabras mientras abandonaba su piso de estudiante. Tambaleándose sobre los tacones, salió a la calle y caminó hacia el coche que la estaba esperando, asustada ante la perspectiva de conocer a aquel político.

      –¡Tengo un gusto increíble!

      Gordon la recibió con una sonrisa mientras el chófer le abría la puerta. El político era un hombre rechoncho, iba vestido con el traje de gala escocés e hizo sonreír a Estelle incluso antes de que se hubiera sentado en el coche.

      –Y tienes unas piernas mucho más bonitas que las mías. Me siento ridículo con la falda escocesa.

      Estelle se relajó inmediatamente. Mientras el coche se dirigía hacia el aeropuerto, Gordon le explicó rápidamente lo que debía saber sobre su relación.

      –Nos conocimos hace dos semanas…

      –¿Dónde? –preguntó Estelle.

      –En Dario’s…

      –¿Qué Darío? –le interrumpió Estelle antes de que hubiera terminado.

      Gordon se echó a reír.

      –Realmente, no estás al tanto de nada, ¿verdad? Es un bar del Soho… frecuentado por hombres ricos que buscan la compañía de mujeres más jóvenes.

      –¡Dios mío…! –gimió Estelle.

      –¿Trabajas?

      –En la biblioteca, a tiempo parcial.

      –Quizá sea mejor no mencionarlo. Limítate a decir que trabajas ocasionalmente como modelo. O, mejor aún, di que ahora mismo dedicas todo tu tiempo a hacerme feliz –Estelle se sonrojó y Gordon lo notó–. Lo sé, es terrible, ¿verdad?

      –Me preocupa no ser capaz de representar bien mi papel.

      –Lo harás perfectamente –la tranquilizó Gordon, y continuó repasando toda la información con ella.

      Durante el vuelo a Edimburgo, repasaron la historia una y otra vez. Gordon le preguntó incluso por su hermano y su sobrina, y a Estelle le sorprendió que estuviera al tanto de las dificultades que atravesaban.

      –Virginia y yo hemos llegado a ser buenos amigos a lo largo de este año –le explicó Gordon–. Estuvo muy preocupada por ti cuando tu hermano sufrió el accidente y al saber que tu sobrina había nacido con una enfermedad. ¿Cómo está ahora?

      –Esperando una operación.

      –Tú intenta recordar que les están ayudando –le recomendó Gordon mientras se dirigían al helicóptero.

      Minutos después, mientras cruzaban el patio del castillo, Gordon le dio la mano y Estelle agradeció que lo hiciera. Era un hombre encantador y, si se hubieran conocido en otras circunstancias, habría estado deseando disfrutar de aquella velada.

      –Estoy deseando ver el interior del castillo –admitió Estelle.

      Ya le había contado a Gordon lo mucho que le interesaba la arquitectura antigua.

      –No creo que tengamos tiempo de explorarlo –respondió Gordon–. Nos enseñarán nuestra habitación y después solo tendrás tiempo de refrescarte un poco antes de bajar a la boda. Y recuerda –añadió–, dentro de veinticuatro horas, todo habrá terminado y no tendrás que volver a ver a ninguno de los invitados en toda tu vida.

      NI EL sonido de las gaviotas en la distancia ni el latido de la música sacaron a Raúl de su sueño; al contrario, fueron precisamente esos sonidos los que le tranquilizaron cuando se despertó sobresaltado. Permaneció tumbado con el corazón palpitante durante unos segundos, diciéndose que solo había sido una pesadilla, aunque sabía que, en realidad, había sido un recuerdo lo que le había despertado tan bruscamente.

      El delicado movimiento del yate le invitaba a volver a dormir, pero recordó de pronto que se suponía que debía reunirse con su padre. Se obligó a abrir los ojos y fijó la mirada en la melena rubia que cubría su almohada.

      –Buenos días –ronroneó su propietaria.

      –Buenos días –contestó Raúl, pero, en vez de acercarse a ella, le dio la espalda.

      –¿A qué hora tenemos que salir para la boda?

      Raúl cerró los ojos ante aquella presunción. Él jamás le había pedido a Kelly que fuera con él a la boda, pero ese era el problema de salir con su asistente personal: Kelly conocía su agenda. La boda iba a celebrarse aquella tarde en las Tierras Altas de Escocia y era evidente que Kelly pensaba que estaba invitada.

      –Hablaremos de eso más tarde –respondió Raúl, mirando el reloj–. Ahora tengo que reunirme con mi padre.

      –Raúl… –Kelly se volvió hacia él con un movimiento que pretendía ser seductor.

      –Hablaremos después –repitió Raúl, y se levantó de la cama–. Se supone que tengo que estar en el despacho dentro de diez minutos.

      –Eso no te habría detenido antes.

      Raúl subió por las escaleras a cubierta y se abrió camino a través

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