E-Pack Jazmín Luna de Miel 2. Varias Autoras
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Recién afeitado y con la cabeza algo más despejada, pasó por delante de Ángela dispuesto a hablar con su padre.
–Deséame suerte –le pidió, pero al ver la tensión que reflejaban las facciones de Ángela, la tranquilizó–. Mira… –sabía que Ángela jamás le ocultaba nada a su padre–, estoy saliendo con alguien, pero no quiero que mi padre me presione.
–¿Con quién? –preguntó Ángela con los ojos abiertos como platos.
–Es una antigua novia. Nos vemos de vez en cuando. Vive en Inglaterra y voy a verla en la boda.
–¡Araminta!
–Dejémoslo ahí.
Raúl sonrió. Era todo lo que necesitaba. Sabía que había sembrado la semilla.
Llamó a la puerta del despacho de su padre y entró.
Debería haber habido fuego, pensaría después. Olor a azufre. Definitivamente, debería haber percibido el olor a gasolina y el sonido de un trueno seguido por un largo silencio. Algo debería haberle advertido que estaba regresando al infierno.
Capítulo 3
ESTELLE se sentía como si todo el mundo supiera que era una farsante.
Cerró los ojos con fuerza y tomó aire. Estaban en uno de los jardines del castillo, disfrutando de unos aperitivos y unas copas antes de la ceremonia.
¿Por qué demonios habría aceptado hacer algo así? Sabía exactamente por qué, se dijo a sí misma, intentando reafirmarse en su decisión.
–¿Estás bien, cariño? –le preguntó Gordon–. La boda no tardará en empezar.
–Sí, estoy bien –contestó Estelle, y se aferró con fuerza a su brazo.
Gordon la presentó a una pareja que se acercó a ellos. Estelle advirtió que la mujer arqueaba ligeramente una ceja.
–Esta es Estelle –la presentó Gordon–. Estelle, estos son Verónica y James.
–Estelle –la saludó Verónica con una inclinación de cabeza, y se alejó con James.
–Lo estás haciendo maravillosamente –le aseguró Gordon.
Le apretó la mano y la apartó del resto de invitados para que pudieran hablar sin que les oyeran.
–Creo que deberías sonreír un poco más –le recomendó–. Y ya sé que para eso hace falta ser una gran actriz, pero ¿podrías fingir que estás locamente enamorada de mí?
–Por supuesto –contestó Estelle temblorosa.
–El gay y la virgen –le susurró Gordon al oído–. ¡Si ellos supieran!
Estelle abrió los ojos escandalizada y Gordon se disculpó rápidamente.
–Solo pretendía hacerte sonreír.
–¡No me puedo creer que te lo haya contado!
Estaba horrorizada al saber que Ginny había compartido una información tan personal con Gordon. Pero, por supuesto, era más que posible. A Ginny le parecía infinitamente divertido que Estelle no se hubiera acostado nunca con nadie. En realidad, no había sido algo que Estelle hubiera decidido de una forma consciente. Pero la muerte de sus padres la había traumatizado de tal manera que los libros habían sido su única vía de escape. Para cuando había superado el duelo, Estelle se sentía muy diferente a sus amigas. Los pubs y las fiestas le parecían una frivolidad. Eran las ruinas antiguas y los edificios los que la fascinaban y, cada vez que conocía a alguien, siempre surgía el terror a que su condición de virgen implicara que estaba buscando marido. Poco a poco, su virginidad había llegado a convertirse en un problema.
¡Y Gordon hablaba de ello como si fuera una broma!
–Virginia no me lo comentó con malicia –Gordon parecía desolado–, estuvimos hablando de ello una noche. No debería haber sacado el tema.
–No pasa nada –cedió Estelle–. Supongo que soy un poco rara.
–Todos tenemos nuestros secretos. Y, esta noche, los dos tenemos que ocultarlos –sonrió–. Estelle, sé lo difícil que ha sido para ti aceptar este compromiso, pero te prometo que no tienes por qué ponerte nerviosa. Yo pronto seré un hombre felizmente casado.
–Lo sé –Gordon le había contado que pensaba casarse con Frank, su novio de hacía muchos años–. Lo que pasa es que no soporto que todo el mundo piense que soy una cazafortunas. Aunque, en realidad, ese sea el objetivo de esta noche.
–Deja de preocuparte por lo que piensen los demás.
Era lo mismo que ella le decía a Andrew, que sufría por estar en una silla de ruedas.
–Tienes razón.
Gordon le hizo alzar la barbilla y ella le sonrió mirándole a los ojos.
–Así está mejor –Gordon le devolvió la sonrisa–. Lo superaremos juntos.
Así que Estelle le agarró del brazo e hizo todo lo que estuvo en su mano por parecer convenientemente enamorada e ignorar las ocasionales miradas de desprecio de otros invitados. Y estaba comenzando a relajarse cuando llegó él.
Hasta ese momento, Estelle había pensado que sería la novia la que hiciera una entrada triunfal, pero fue la llegada de un helicóptero y el hombre que descendió de él lo que atrajo las miradas de todo el mundo.
–¡Esto se pone interesante! –exclamó Gordon, mientras un hombre imponente se agachaba bajo las hélices del helicóptero y comenzaba a caminar hacia los invitados.
Era alto, llevaba el pelo negro peinado hacia atrás y tenía un gesto sombrío. Su fisonomía mediterránea podría haberle hecho parecer ridículo con una falda escocesa, pero parecía haber nacido para llevarla. Con las caderas estrechas y las piernas tan largas y musculosas, cualquier cosa le quedaría bien. Incluso ella quedaría bien a su lado, pensó Estelle.
Le observó aceptar un whisky que le ofrecía un camarero. Parecía distante. Incluso a las mujeres que revoloteaban a su alrededor las despachaba rápidamente.
Y, entonces, la miró a los ojos.
Estelle intentó desviar la mirada, pero no pudo. El recién llegado deslizó la mirada por el vestido dorado, pero no con la expresión de desaprobación de Verónica. Aunque tampoco lo estaba aprobando. Se limitaba a analizarlo.
Estelle se sintió arder cuando le vio desviar la mirada hacia su acompañante y deseó decirle que aquel hombre de sesenta años no era su amante. Pero, por supuesto, no podía.
–Solo tienes que tener ojos para mí –le recordó Gordon, consciente