E-Pack Jazmín Luna de Miel 2. Varias Autoras
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El olor de Raúl era exquisito y el tacto de su mejilla contra la suya la hizo desear volver la cabeza y buscar el alivio de sus labios. Estelle no conocía el alcance de un orgasmo y era demasiado inocente como para saber que Raúl estaba haciendo todo lo posible para provocárselo.
Raúl sintió que Estelle descendía ligeramente sobre su pecho y, por un breve instante, se relajaba contra él.
–Gracias por el baile –aturdida y sin aliento, Estelle comenzó a retroceder.
Pero Raúl la retuvo, le levantó la barbilla y lanzó su veredicto.
–¿Sabes? Me gustaría verte maldecir y gritar en español.
La soltó entonces y Estelle buscó rápidamente refugio en el tocador de señoras y se mojó las muñecas con agua fría. «Cuidado», se dijo a sí misma, «tienes que tener cuidado, Estelle». La atracción era más intensa que cualquier otra que hubiera conocido. Pero sabía que un hombre como Raúl sería capaz de destrozarla.
Se miró en el espejo y se retocó el lápiz de labios; no podía comprender lo que acababa de ocurrir. Y menos que lo hubiera permitido. Que hubiera participado voluntariamente en ello.
–¡Ah, estás aquí!
Gordon le sonrió cuando regresó a la mesa y Estelle no pudo sentirse más culpable: había fallado incluso como acompañante.
–Siento haberte dejado. Un ministro quería hablar urgentemente conmigo, pero no conseguíamos establecer el contacto y, cuando lo hemos conseguido –sonrió con cansancio–, la verdad es que no tengo la menor idea de lo que pretendía decirme. Venga, ¡vamos a bailar!
Bailar con Gordon fue muy diferente. Se rieron y hablaron mientras Estelle intentaba no pensar en el baile que había compartido con Raúl.
–Raúl no te quita los ojos de encima –comentó Gordon–. Creo que le has causado una gran impresión.
Estelle se tensó en sus brazos.
–Tranquila, Estelle. Me siento halagado. Competir con Raúl es todo un cumplido.
Le dio un beso en la mejilla y Estelle apoyó la cabeza en su hombro. Después, miró a Raúl, que continuaba clavando sus ojos en ella. Intentó desviar la mirada, pero no fue capaz. Vio a Raúl curvando los labios en una lenta sonrisa, hasta que Gordon cambió de rumbo y Raúl desapareció de su línea de visión. Un segundo después, recorrió el salón con la mirada, rezando para que aquella peligrosa parte de la velada hubiera terminado. Y sí, Raúl había desaparecido.
Capítulo 6
–¡LO SIENTO!
Gordon se disculpó profusamente por haberla asustado, después de que, al entrar en su habitación, se hubiera encontrado con lo que le había parecido un monstruo.
Gordon se quitó la mascarilla.
–Es para respirar. Tengo apnea del sueño.
Estelle se había cambiado en el cuarto de baño que había en el pasillo y, en aquel momento, llevaba un viejo pijama rosa. Era el único que tenía, pero estaba segura de que Gordon no esperaba un camisón de pronunciado escote.
Se ofreció a dormir ella en el sofá, puesto que era él el que pagaba, pero, fiel a su palabra, Gordon insistió en que ocupara ella la cama.
–Gracias por esta noche, Estelle.
–Lo he pasado muy bien –contestó Estelle–. Pero para ti debe de ser muy difícil tener que ocultar tu verdadera vida.
–No ha sido fácil, pero, dentro de seis meses, podré ser yo mismo de verdad.
–¿Y no puedes serlo ahora?
–Si de mí dependiera, probablemente ya se sabría todo –le explicó Gordon–. Pero Frank es un hombre muy reservado y para él sería terrible que se hablara públicamente de nuestra relación. Pero, dentro de seis meses, nos iremos a vivir a España.
–¿Queréis vivir allí?
–Y casarnos. En España, es legal el matrimonio homosexual.
Estelle estaba agotada. Se acostaron y estuvieron hablando un poco más.
–¿Sabes que Virginia está a punto de terminar la carrera? –le preguntó Gordon.
–Sí, lo sé.
–El mes que viene comenzará a trabajar. No pretendo ofenderte sugiriendo nada, pero si quieres seguir acompañándome durante estos meses…
No la presionó, a pesar de que ella no contestó, y Estelle lo agradeció.
–Piensa en ello –le pidió Gordon y le deseó buenas noches.
Estelle pronto comenzó a divagar, pero no pensando en la oferta de Gordon, sino en Raúl.
Desde el instante en el que cerró los ojos, Raúl apenas abandonó sus pensamientos. Todavía no comprendía lo que había pasado en la pista de baile; casi esperaba sentir las campanas, las sirenas y los silbidos del orgasmo y, sin embargo, había experimentado algo infinitamente delicioso y delicado. ¿Cuánto más le quedaba por saber? Ni siquiera se atrevía a pensar en ello. Agotada después de un largo día, estaba a punto de hundirse en el sueño cuando Gordon encendió la máquina para respirar.
Ginny no le había hablado de aquella parte de la velada.
Así que permaneció tumbada, con la cabeza debajo de la almohada. A las dos, continuaba escuchando el siseo y el zumbido de la máquina y, al final, se rindió. Se levantó y, descalza, se dirigió al cuarto de baño y bebió un poco de agua del grifo, deseando que la noche acabara cuanto antes. Pero al salir del baño, olvidó sus lamentaciones. Salió a una enorme balconada de piedra y contempló la vista del lago. Era increíble que hubiera tanta luz a aquella hora de la madrugada. Respiró la cálida brisa del verano y comenzó a pensar en la oferta de Gordon.
Justo en ese momento, se abrió la puerta del balcón. Se volvió y puso los ojos como platos al ver a Raúl vestido únicamente con la falda escocesa.
Estelle habría preferido que fuera completamente vestido. Y no porque tuviera nada que resultara decepcionante. Todo lo contrario. Pero la visión de aquella piel de color oliva y del ligero vello oscuro que cubría su pecho le dejaba un único lugar en el que fijar la mirada. Y mirarle a los ojos no era en absoluto seguro.
Advirtió entonces que Raúl no la había seguido hasta allí. Estaba hablando por teléfono.
Seguramente tenía mejor cobertura allí fuera. Estelle le dirigió una breve sonrisa e intentó alejarse de él, pero Raúl la agarró por la muñeca, obligándola a permanecer a su lado.
–No tienes por qué saber en qué