Leyes de fuego. Sergio Milán-Jerez
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Sergio Milán-Jerez
LEYES DE FUEGO
TRILOGÍA DE VIDAR 1
Primera edición: noviembre de 2019
©Grupo Editorial Max Estrella
©Editorial Calíope
©Sergio Milán-Jerez
©Trilogía de Vidar 2
©El ocaso del hielo
©Portada: Alex Dmetal Designs
ISBN: 978-84-121004-8-8
Grupo Editorial Max Estrella
Calle Doctor Fleming, 35
28036 Madrid
Editorial Calíope
www.editorialcaliope.com
Quiero dedicar mi primera novela a mis padres
y a mi hermano Cristian; por estar siempre ahí,
en los buenos y en los malos momentos.
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SEGUNDA PARTE
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Epílogo
Prólogo
Dos semanas antes, cerca de la Catedral de Barcelona
Jueves, 15 de abril de 2010
La puerta de la taberna se abrió y se encontró con una joven camarera que sostenía una bandeja llena de refrescos; Óliver Segarra tuvo que dar un paso atrás para no chocar con ella. Era un hombre bien proporcionado y atractivo, de treinta y dos años. Llevaba ropa elegante y una bandolera colgada del hombro. El sol de mediados de abril era intenso y molesto; así que, antes de salir de su casa, se puso unas gafas de sol.
—¿Va a pasar? —le preguntó ella, amablemente.
Él volvió la mirada hacia su derecha. Observó a un hombre sentado en la terraza y vio cómo éste le miraba, levantaba su vaso de tubo y bebía a placer. Después, le hizo un gesto con la mano para que tomase asiento.
Entonces, Óliver sonrió tímidamente a la camarera.
—No, gracias. —Y se alejó torpemente.
Se sentó en silencio y miró el reloj. Eran las doce del mediodía. Tenía la boca seca y las manos le temblaban. Con un leve tartamudeo, pidió un güisqui doble con hielo. Mientras esperaba a que trajeran la copa, permaneció en silencio y clavó la mirada en el tipo que tenía enfrente.
Se hacía llamar Jósef, aunque Óliver no estaba muy seguro de ello. Frisaba los cuarenta. Poseía unas facciones duras e imponía respeto. Era muy alto y de hombros anchos, y llevaba el pelo rapado por los lados y engominado de punta de forma exagerada.
Cuando se alejó la camarera, iniciaron la conversación.
—Si he contactado con usted es porque me han dado buenas referencias —dijo Óliver. Agarró el vaso y le dio un pequeño sorbo—. ¿Cree que podrá hacerlo?
El hombre asintió. Seguidamente, Óliver miró a un lado y al otro, abrió la bandolera, sacó un sobre y lo arrastró sobre la mesa, hasta dejarlo justo delante de él.
—Me juego mucho en esto —manifestó.
El hombre lo miró fijamente a los ojos.
—Descuide, señor Segarra. —Tenía acento extranjero, quizá de Europa del Este—. Mis hombres son muy meticulosos en su trabajo.
Óliver soltó una risita forzada.
—Bien. De aquí a tres días recibirá el segundo ingreso…
—Espero que la primera parte acordada esté en el sobre.