Leyes de fuego. Sergio Milán-Jerez
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Durante el transcurso de la resolución del conflicto, Óliver tuvo que aguantar de Brian lindezas como: «¿Y tú quién eres para opinar de los derechos de los trabajadores?», «Sería increíble que alguien que vive en un ático de ensueño nos dé lecciones de moralidad», «No estoy por la labor de tomar en serio a una persona que piensa antes en los intereses de los trabajadores, que en los de su propia empresa» o «Ya solo hace falta que te asocies directamente con los sindicatos y te unas a su causa».
El ataque a la yugular de Brian hacia Óliver puso de relieve la mala relación que había entre los dos y, asimismo, dejó claro que sería un hueso duro de roer.
Aunque Óliver, claro está, sabía que, en algún momento de la embestida, Brian tendría que ceder o, por lo menos, bajar la guardia. En realidad, era contraproducente seguir por el mismo camino de despropósitos. Por eso, Óliver, en todo el proceso, demostró tener una gran entereza y saber estar e hizo saber, no solo a Brian, sino a John Everton y a Gabriel Radebe, que él estaba exclusivamente para llegar a un acuerdo que satisficiera a todas las partes.
Así que, en lugar de dejar en ridículo a Brian o aprovecharse de su falta de experiencia e instrucción, Óliver mostró su mejor cara y le pidió, amablemente, que justificase con datos objetivos las razones por las que querría llevar a cabo un cambio tan riguroso del actual convenio colectivo.
Pero Brian no dio, en ningún momento, con la tecla adecuada.
John Everton, de la manera menos traumática posible, no tuvo más remedio que pedir a su hijo que mantuviera la boca cerrada. Sabía de la importancia que tenía para él esta reunión, pero su inmadurez acarrearía graves resultados para el bienestar de sus intereses. Y no podía dejar que eso sucediera.
Gabriel Radebe se alineó con Óliver por primera vez, desde que éste aterrizara en Everton Quality. Entendió que el tiempo apremiaba y que las consecuencias por no llegar a un acuerdo podían ser catastróficas para el futuro de la empresa. Por supuesto, intentó expresarse de la mejor manera posible; no quiso sonar desafiante ni tampoco provocar que se alborotase, de nuevo, el gallinero.
Tras unos momentos de desconcierto, John Everton miró a Óliver y le pidió su opinión sobre lo que había pensado.
—En este caso, creo que es visible la mala sintonía existente entre Brian y yo. Eso es algo innegable; pero lo más importante, es llegar a un buen acuerdo entre nosotros, para ofrecer un convenio digno y respetable a los sindicatos. Es evidente que no se puede tirar por tierra, de un plumazo, el convenio existente. Eso lo sabéis bien tanto vosotros, como lo sé yo. A la gente hay que tratarla con respeto y no ofrecerle las migajas, porque éstas podrían desmenuzarse y estallar ante nuestras propias narices.
—¿A dónde quieres llegar? —preguntó John Everton.
—Como he podido comprobar a lo largo de la reunión, no vamos a ir a ninguna parte si no planteamos juntos una reducción efectiva de los salarios encima de la mesa. Por lo tanto, el acuerdo al que lleguemos con los sindicatos integrará dicha reducción, en la nueva escala salarial, pero no de un 40%.
Se hizo un leve silencio.
—¿Y de qué porcentaje estaríamos hablando? —preguntó Gabriel Radebe.
—De un 17% —respondió Óliver.
—Esa cantidad la veo más acorde para empezar a negociar con ellos —manifestó John Everton—. ¿No crees, Brian?
Pero Brian miró hacia otro lado.
—El 30% de los trabajadores fijos en plantilla supera los 60 años —puntualizó Óliver—. Es un dato más que interesante, teniendo en cuenta la cantidad de jóvenes operarios que han pasado por nuestras instalaciones durante todo este tiempo y han tenido que marcharse. Al fin y al cabo, en la actualidad, solo contamos con un fiel cliente, ¿verdad?
John Everton le miró con gesto serio, pero guardó silencio.
—En mi humilde opinión, debemos dejar de ser tan retraídos y volver a ponernos en el mercado. Es inaudito que, hoy por hoy, solo elaboremos los asientos de automóvil de un único fabricante. Durante los últimos seis meses, hemos estado con la soga al cuello, esperando a que Neissy resolviese el concurso de manera favorable a Everton Quality. Esta vez ha sido así; pero podría haberse dado de un modo completamente distinto. —Se terminó el café con leche que restaba en la taza y dijo en tono resuelto—: Es el momento idóneo para captar a nuevos clientes. Y me ofrezco voluntario para llevar las riendas del Departamento Comercial. Para ello, necesito tener plenos poderes para poder trabajar en una reestructuración de la empresa, cuando sea el momento oportuno.
—¿Cuál sería el siguiente paso? —preguntó John Everton.
—Creo que, en el fondo, siempre lo has sabido, John. Cuando tengamos todo listo y comencemos a producir en masa, calculo que será dentro de unos tres meses, tendrás que mantener una reunión con los altos mandatarios de Neissy y hacerles comprender que necesitamos abrirnos al mundo. Quiero que los sindicatos tengan en cuenta, en el plan de viabilidad que les presentemos, nuestro compromiso de contactar con otros fabricantes y ofrecerles nuestros servicios. Después de tantos años volando solos, es nuestra obligación.
—¿Y si te dijera que no aceptamos tu propuesta? —dijo John Everton—. Personalmente, no apruebo la imposición con respecto a que tengamos que cederte el mando de la empresa; aunque sí podría discutir contigo la posibilidad de que seas el nuevo jefe del departamento que, hasta ahora, he dirigido yo. Por otro lado, creo que es necesario esperar hasta el año que viene, para comunicar a ambas partes la pretensión de trabajar algún día para otros fabricantes.
Óliver notó que estaba entrando en un callejón sin salida y decidió jugarse todo a una carta.
—Diría que no se me está tomando en serio. Si se diera el caso, aunque no deseo tener que llegar a tal extremo, convocaría una reunión extraordinaria con los representantes de los trabajadores. No estoy tan seguro de que les sentase muy bien el hecho de que Brian, en su brillante intervención, haya asegurado que se tendría que bajar el 40% del sueldo anual a futuros operarios; ni tampoco que vuestro deseo es estancar la posibilidad de incorporar a nuevos clientes en un futuro. Además, no tengo muy claro cómo afectaría a la productividad de Everton Quality; es decir, ¿hasta dónde estaríais dispuestos a llegar para seguir conservando la estabilidad en la fábrica? ¿No sería perjudicial para nuestros intereses que, en esta mesa, se decidiese continuar por el mismo camino? Piénsalo, John. Sería importante que reconsiderases tu postura.
—¿Serías capaz de echarnos a los leones a tan solo unos días de rubricar el acuerdo con Neissy? —preguntó John Everton, con el ceño fruncido.
—Sin que sirva de precedente —dijo Gabriel—, creo que esta vez estoy con Óliver. Como bien sabes, no podemos arruinar una operación que nos va a suponer millones, por una cuestión de egos, ni tampoco soportar una huelga a la vuelta de la esquina. Lo siento, John, pero mi decisión es firme.
John Everton se quedó en silencio durante casi un minuto, mientras asentía con la cabeza, pensativo.