Leyes de fuego. Sergio Milán-Jerez
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Leyes de fuego - Sergio Milán-Jerez страница 3
—Haya paz —pidió John Everton—. Si no te hemos dicho nada, es porque no era seguro. —Explicó en tono conciliador—. Competíamos con una empresa de Marruecos.
Óliver meneaba la cabeza en señal de desaprobación.
—¿Y qué? Sabes que ese no es el motivo.
—No vayas por ahí, Óliver —le advirtió Brian.
—¿Acaso no tengo razón? Durante varios meses he llevado el peso de las negociaciones con Neissy. ¿Entiendes lo que quiero decir? He pasado muchas horas en reuniones vespertinas, intentando convencerles de que todavía somos un grupo fuerte, experimentado y capaz de producir sus asientos, con la calidad y eficacia que merecen. ¿Crees que serías capaz de hacer lo mismo? Me atrevería a decir, Brian, que tus intereses profesionales están proyectados en otros menesteres más «exuberantes».
Brian se percató del sentido pícaro que transmitían estas últimas palabras y se levantó de la silla dando un respingo.
—¿Me lo puedes repetir? —preguntó, amenazante.
Óliver no vaciló en ningún momento y también se puso de pie.
—Estaré encantado de explicártelo, lentamente, para que lo entiendas —respondió, con aparente calma—, pero quizás no te guste lo que tenga que decir.
El rostro de Brian dibujaba una mezcla de enfado y desconcierto.
—Hay asuntos importantes que debemos tratar —intervino Gabriel Radebe, con severidad, intentando calmar el foco de tensión que había entre ambos—. Agradecería que se dejasen a un lado las disputas personales.
Óliver y Brian se miraron durante un par de segundos y, luego, se sentaron en sus respectivos asientos.
—Muy bien —prosiguió Gabriel Radebe—. Habrá que realizar una inyección de dinero para contratar a personal y comprar las máquinas de montaje. ¿Estamos todos de acuerdo?
Hubo una pequeña pausa.
—Hay un tema que me gustaría poner encima de la mesa —dijo Brian, dirigiéndose a todos los presentes—. Creo que es demasiado importante como para obviarlo en esta reunión. Se trata del sueldo que estamos pagando a nuestros empleados. —Hizo una pequeña pausa, respiró hondo y prosiguió—. Bien, pues he pensado que, para reducir costes, sería necesario que los trabajadores que se incorporen en los futuros procesos de selección de Everton Quality cobren un 40% menos de salario.
Óliver hizo un gesto categórico, que no dejaba lugar a dudas de cuál era su posición respecto a ese planteamiento y, por ello, no pudo mantener la boca cerrada.
—¿Cómo pretendes que seamos competitivos, si pagamos a nuestros empleados sueldos insignificantes? —preguntó Óliver a Brian—. Si queremos volver a ser la referencia a nivel nacional, debemos actuar con nuestros profesionales de manera diligente y honesta.
—Esto es un negocio —le contestó—. Nosotros buscamos obtener la máxima rentabilidad en cada una de nuestras acciones. Te guste o no, esto es así y seguirá siéndolo por el bien de la empresa.
—Estoy en desacuerdo con tus ideas.
—¿Por qué?
—Dices que nosotros buscamos obtener la máxima rentabilidad. Muy bien. ¿Quieres que te muestre las cuentas de resultados de los últimos cinco años? Logramos beneficios en cada una de ellas. Por lo tanto, no contemplo ningún pretexto para bajar un cuarenta por ciento el sueldo de futuros operarios.
—Quizá Óliver tenga razón —añadió John Everton.
Brian frunció el ceño.
—¿Cómo dices?
—Es cierto que las ventas han bajado, pero hemos podido salir adelante. Además, da por hecho que, si bajásemos tanto los salarios, los sindicatos aprovecharían la oportunidad y se nos tirarían encima como hienas; créeme. Y lo peor de todo, dañaría la reputación de Everton Quality; algo que no podemos permitirnos, sin haber firmado el contrato con Neissy.
Los cuatro se quedaron en silencio. Unos segundos después, Gabriel Radebe dijo:
—Esta operación es muy importante, Brian. Recuerda que muchas familias dependen de nosotros.
Óliver miró al señor Radebe con cara de auténtica incredulidad al escuchar esto último. Le pareció una tomadura de pelo que hiciera el intento de comportarse como un buen samaritano, como si le importasen de verdad las demás personas que formaban parte de Everton Quality. Así que, con la voz firme y decidida, le replicó.
—Tenemos el 47% de la plantilla fija. Además, llevamos a cabo contratos de un año de duración a personas que, perfectamente, podrían quedarse con nosotros. ¿Y qué es lo que hacemos? Los mandamos a su casa y les volvemos a llamar en seis, a veces ocho o, incluso, diez meses. Otras personas, sin embargo, no tienen esa suerte. —Dio un pequeño sorbo a la taza antes de continuar—. ¿Por qué actuamos así? ¿Porque somos así de soberbios y no nos importa la gente lo más mínimo? No sé cómo eran las cosas antiguamente, pero desde que llegué aquí, la política de contratación es de risa.
Después de oír estas palabras, John Everton esbozó una leve sonrisa.
—Sí. Está todo dicho. Queda clara cuál es tu posición. Es más, en algunas cosas puede que esté de acuerdo contigo, pero así ha funcionado hasta ahora. Con esto, no quiero decir que esté en contra de los cambios; los habrá. Y quiero que seas partícipe de ellos. Además, hace años que la empresa dejó de ser solo mía. Sé que tengo que aceptarlo, Óliver, que las decisiones las tomamos entre todos, pero supongo que hasta ahora me resistía a llegar a esa parte. Escucharé tus peticiones. Es primordial que lleguemos a un acuerdo antes del fin de semana.
—Me parece bien —dijo Óliver—. Pongámonos a ello.
La negociación a cuatro que se mantuvo el viernes de la semana anterior, por fin había dado sus frutos. Después de estar encerrados durante varias horas en aquella amplia sala, consiguieron resolver varios puntos clave, en los que no lograban ponerse de acuerdo. Uno de ellos, era la remuneración que percibirían los nuevos trabajadores que entrasen a trabajar en las próximas semanas en Everton Quality.
Brian Everton expuso de nuevo sus motivos, por los que creía que deberían percibir un 40% menos en su sueldo anual. Creía firmemente en lo que manifestaba. Estaba convencido de que era la mejor solución para que hubiese una mejora en la rentabilidad de la empresa.
Sin embargo, en su pobre argumento quedó patente lo que su padre siempre había sospechado: Brian solamente tenía en la cabeza poder aumentar los ceros de su cuenta corriente. Solo pensaba en sí mismo. En vivir el aquí y el ahora. En ningún momento de su razonamiento explicó, a los allí presentes, en qué se utilizaría el recorte impuesto al total de las retribuciones de los nuevos operarios.
Se echó en falta propuestas, ideas concretas, el deseo de invertir en I+D; y lo que resultaba todavía peor, dejó al descubierto muchas carencias y demostró un hecho que para cualquier empresario que quisiera crecer exitosamente sería insólito e imperdonable: no tenía visión de futuro.
Ello desazonó en exceso