E-Pack Bianca 2 septiembre 2020. Varias Autoras

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en blanco. Nada. Frustración.

      La doctora habló de nuevo. Tranquilizándola.

      –Sasha. Te llamas Sasha y estás casada con este hombre. Con Apollo Vasilis.

      Ella miró de nuevo al hombre. Él tenía el ceño fruncido y no parecía especialmente contento de estar casado con ella. Ella negó con la cabeza y sintió un fuerte dolor en un ojo.

      –No es posible, acabamos de conocernos.

      «Entonces, si acabas de conocerlo, ¿cómo puedes conocerlo de forma íntima? ¿Cómo podéis estar casados?»

      Empezaba a dolerle la cabeza. La doctora se percató de que no se encontraba bien y dijo:

      –Basta por ahora. Necesita descansar. Podemos continuar más tarde.

      Una enfermera dio un paso adelante y reguló un gotero que estaba junto a la cama. Enseguida, Sasha se sintió inmersa en la oscuridad que le proporcionaba tranquilidad, dejando atrás el miedo y las preguntas inquietantes. Y a él, lo más inquietante de todo. Aunque ella no supiera muy bien por qué.

      Dos días más tarde

      –Creemos que su pérdida de memoria se debe a la experiencia traumática del accidente. Los escáneres no muestran ninguna lesión evidente en su cerebro, sin embargo, solo recuerda haber visto a su marido el primer día que se conocieron y nada más. Nada del antes ni del después. A veces, el cerebro hace eso como manera de protección ante un evento. No tenemos motivo para no creer que recuperarás la memoria en un futuro. Puede que sea poco a poco, como un puzle, o puede que pase de golpe.

      «¿Y puede que no pase nunca?», pensó ella.

      –Y por eso debe de estar en observación mientras se recupera –la doctora miró a Apollo Vasilis un instante.

      Después volvió a mirar a Sasha.

      –No se esfuerce mucho en tratar de recuperar la memoria. Ha de concentrarse en recuperarse de las lesiones. Estoy segura de que todo volverá a funcionar correctamente.

      En aquellos momentos, eso le parecía una posibilidad lejana. Se sentía confusa. ¿Y dónde estaba su casa? La doctora le había dicho que era inglesa, así que era posible que hubiera nacido allí.

      Cuando preguntó por su familia, su marido le dijo que sus padres habían muerto y que no tenía hermanos. Así sin más. Ella sintió un dolor en el pecho, cerca de su corazón, pero puesto que no era capaz de recordar el rostro ni los nombres de sus padres, no podía sentir pena profunda.

      La doctora se marchó y Sasha miró a Apollo Vasilis. Su marido. Él estaba muy serio. ¿No se alegraba de que hubiera sobrevivido al accidente? No obstante, Sasha sentía su malestar.

      Curiosamente, Sasha recordaba la noche en que se conocieron. Lo recordaba sonriendo. Incluso riéndose. Y recordaba su rostro atractivo y su voz profunda.

      Le habían contado que esa noche había tenido lugar cuatro meses atrás. Y que llevaban casados desde entonces. Que ella se había mudado a Grecia desde Inglaterra. Era demasiado para asimilar y Sasha trataba de evitar pensar en ello.

      –¿Estás preparada? Afuera hay un coche esperándonos.

      ¿Estaba preparada para marcharse con un hombre que no era más que un desconocido? ¿En un país al que no recordaba haber llegado? No obstante, ella asintió.

      Apollo recogió una bolsa. Le había llevado ropa para cambiarse y, al verla, ella se sintió todavía más desorientada ya que no se imaginaba eligiendo ropa como aquella. Un pantalón de seda color crema y con aperturas en los laterales, a juego con un top y una chaqueta. Zapatos de tacón.

      Él abrió la puerta y se echó a un lado. Sasha salió de la habitación.

      Apollo caminó por el pasillo junto a su esposa. Ella caminaba despacio, como si nunca hubiera llevado antes zapatos de tacón. Era extraño, porque la única vez que él recordaba haberla visto con zapatos planos había sido la primera noche en que se conocieron.

      Sasha se tambaleó una pizca y él la agarró del codo para estabilizarla. Ella lo miró y se sonrojó.

      –Gracias.

      –De nada –él apretó los dientes al ver que su cuerpo reaccionaba al tocarla. Ella no llevaba su perfume habitual. Él había visto que lo había sacado de su bolsa, que se había puesto un poco en su muñeca y que, al olerlo, había fruncido la nariz.

      –¿Este es mi perfume? –le había preguntado.

      Él asintió.

      Apollo solo podía percibir su aroma femenino y recordó la primera vez que la vio y, cómo se quedó asombrado por su belleza. El impacto fue tal que se le entrecortó la respiración.

      No era capaz de comprenderlo. Había visto muchas mujeres mucho más bellas que Sasha. Y también se había acostado con ellas. No obstante, ella tenía algo que lo había cautivado, por mucho que odiara tener que admitirlo.

      Ella lo había seducido con su mirada inocente, y lo había atrapado con un viejo truco. La marca que había dejado en él aquella transgresión y su momento de debilidad por ella, había provocado un constante mal humor. El deseo que había sentido por ella se había disipado tan pronto como él había descubierto su traición, pero, de pronto, había regresado como para mofarse de él, por haber pensado que tenía todo bajo control.

      Sasha hizo una mueca al sentir que Apollo le agarraba el brazo con fuerza. Intentó soltarse y él la miró.

      –Ya estoy bien, puedes soltarme.

      Al instante, él retiró la mano y dijo:

      –Mi coche está ahí, justo en la puerta.

      Sasha vio un automóvil plateado y a un chófer que sujetaba abierta la puerta trasera. Salió del hospital y respiró una bocanada de aire fresco. Sasha se subió en el coche. Sus zapatos le hacían daño a pesar de que solo había caminado unos pasos. No podía creer que habitualmente llevara ese tipo de zapatos.

      ¿O era que a Apollo le gustaban y ella los llevaba para complacerlo?

      La idea la hizo estremecer. La idea de complacerlo. Excepto que parecía que él no se sentía complacido y ella no sabía por qué.

      El chófer arrancó el vehículo y Apollo le hizo un comentario en griego. El hombre levantó el cristal de privacidad. Sasha era tan consciente de la presencia de Apollo que se sentía como si le hubieran quitado una capa de piel.

      Él colocó la mano sobre su muslo. Tenía los dedos largos y las uñas bien cortadas. Parecía que el traje que llevaba se lo habían hecho a medida para resaltar su poderoso físico. Él la miró y ella no tuvo tiempo de disimular y de hacer como si no estuviera mirándolo.

      –¿Estás bien?

      Ella asintió.

      –¿A dónde vamos?

      –A casa. No está muy lejos de aquí.

      –¿He vivido

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