E-Pack Bianca 2 septiembre 2020. Varias Autoras

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a la gente.

      Sasha se acercó a la cama y sacó de la bolsa los analgésicos que le habían recetado. Vio una bandeja con agua y vasos y se tomó dos pastillas.

      Entró en el baño y vio que había una bañera enorme y una ducha. Dos lavabos. Los baldosines eran color crema con incrustaciones doradas.

      Sasha se miró en el espejo y respiró hondo. Estaba muy pálida. No era de extrañar que Apollo le hubiera preguntado si se encontraba bien. Tenía profundas ojeras. El arañazo en la mejilla. La frente amoratada por el golpe que se había dado.

      Se sentía desconectada de sí misma y suponía que era normal. Y sentía que no pertenecía a aquel lugar, donde la gente la miraba como si les hubiera hecho algo. Donde su esposo la acusaba de mentir.

      ¿Por qué pensaba que podía hacer tal cosa?

      Decidió que no era el momento de pensar en ello.

      –Sasha… –mencionó su nombre en voz alta. Todavía no reconocía su nombre–. Hola, me llamo Sasha Vasilis –nada…

      No era necesario que tuviera arañazos y moratones para saber que no estaba a la altura de ese hombre. Sin embargo, de pronto, recordó una imagen de él sonriéndole con indulgencia.

      «Me sentía tan feliz».

      Si acaso, el recuerdo solo le había hecho sentirse más desorientada. Se fijó en la bañera y deseó meterse en ella para borrar tanta confusión.

      La llenó de agua, se desnudó y se sumergió en ella minutos después. El agua calmó el dolor de su cuerpo, pero no pudo calmar el nudo que sentía en el estómago ni la confusión que invadía su cabeza.

      Apollo se quedó mirando a la mujer que estaba tumbada sobre la cama. Iba vestida con un albornoz y tenía el cabello extendido sobre la almohada. Uno de los brazos lo tenía sobre el pecho, el otro, por encima de la cabeza.

      Apollo se fijó en que una de sus piernas asomaba por la apertura del albornoz y vio las pecas que cubrían su rodilla. Su cuerpo reaccionó.

      «Maldita sea».

      La había conocido cuatro meses antes y, desde entonces, no había podido dormir una noche seguida. Primero porque había sido incapaz de quitársela de la cabeza y, después, porque ella le había demostrado quién era en realidad. Una mujer manipuladora, conspiradora, mercenaria…

      Ella se movió en la cama e hizo un suave sonido.

      Abrió los ojos y él se fijó en sus grandes ojos azules. Tenían un color tan intenso que la primera vez que los vio él recordó el color del cielo de su infancia, antes de que todo se volviera mucho más oscuro.

      Ella pestañeó y Apollo salió de su ensoñamiento. Dio un paso atrás y dijo:

      –He llamado a la puerta, pero no obtuve respuesta.

      Sasha se sentó y él percibió un aroma a rosas. Y a piel limpia. Apretó los dientes y dijo:

      –La cena está lista. Puedo pedir que te la traigan a la habitación.

      Ella negó con la cabeza y su cabello se deslizó sobre un hombro. Él recordó haberlo enrollado en su mano para echarle la cabeza hacia atrás y besarla en el cuello y, después, en sus pezones turgentes.

      –No, estoy bien. Bajaré. Ya no me duele tanto la cabeza.

      Sasha estaba medio dormida todavía. Cuando se acostó para dormir una siesta después del baño, no pensaba que fuera a dormir tanto rato. Se fijó que en el exterior estaba oscureciendo. Al abrir los ojos y ver que Apollo estaba junto a la cama, pensó que estaba soñando. Fue la dura expresión de su rostro lo que la había despertado del todo.

      Recordó sus palabras de enfado.

      –¿Qué diablos es lo que te propones?

      Él se había puesto un pantalón y una camisa oscura, desabrochada en el cuello. Llevaba las mangas subidas hasta los codos como si hubiese estado trabajando en su escritorio. Mirándolo desde la cama, parecía una situación de intimidad y, de pronto, tuvo un leve recuerdo, como si hubiese estado mirándolo desde esa posición en otras ocasiones, pero en una situación muy diferente.

      –Me vestiré y bajaré –dijo ella.

      Apollo dio otro paso atrás y Sasha se sintió más relajada.

      –Muy bien. Enviaré a Kara para que te acompañe abajo en unos minutos.

      Sasha tenía la sensación de que él hubiera preferido que ella hubiese elegido quedarse a comer sola en su habitación y, en cierto modo, para ella también habría sido más sencillo. No obstante, también quería tratar de recuperar la memoria y si para ello necesitaba interactuar con su hostil marido, lo haría.

      –Por aquí, kyria Vasilis.

      Sasha sonrió a Kara, la mujer que antes le había subido su bolsa, pero la chica no sonrió.

      Después de que Apollo se marchara, Sasha se había aseado y se había acercado al vestidor para buscar algo de ropa. Eligió las prendas más sencillas y modestas que pudo encontrar. Un pantalón amarillo y una camiseta blanca sin mangas. Y, por suerte, encontró unos zapatos planos. Unas alpargatas de plataforma nuevas, que todavía nadie había sacado de la caja.

      La guiaron hasta un salón del piso de abajo y salieron a la pequeña terraza que ella había visto desde el balcón, cubierta de una enredadera con flores. Desde allí se veía la piscina exterior.

      El aroma de las flores inundaba el ambiente. El aire era cálido y la tranquilidad ayudó a calmar su mente. Apollo levantó la vista y dejó de mirar a la distancia. Tenía una copa de vino en la mano.

      Se puso en pie y separó una silla para que ella se sentara. Su aroma masculino eclipsó el aroma a flores.

      Ella percibió que había tensión entre ellos. Después de lo que él le había dicho antes, no le extrañaba, pero también sentía otro tipo de tensión más profunda.

      Él se sentó frente a ella y agarró una botella de vino blanco griego.

      –¿Te apetece un vaso?

      Sasha no estaba segura. ¿Le gustaba el vino? ¿Quizá la ayudaría a relajarse?

      –Un poco, por favor –contestó.

      Cuando él le sirvió el vino, ella bebió un sorbo y le gustó. Rhea, el ama de llaves, apareció con los aperitivos. Apollo empujó uno de los platos hacia Sasha.

      –Esto es tzatziki con menta, y lo otro es hummus.

      Ella untó un poco de cada salsa en pan y lo saboreó.

      –Tienes una casa preciosa –comentó ella. No le parecía su casa, aunque hubiera estado viviendo allí unos meses–. Debes ser un hombre exitoso.

      Apollo bebió un sorbo de vino.

      –Podría decirse que sí.

      Sasha tenía la sensación de que

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