E-Pack Bianca 2 septiembre 2020. Varias Autoras

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le mostró su estudio de la primera planta. Una habitación muy masculina con paredes llenas de libros. Después, abrió otra puerta al otro lado del pasillo y dijo:

      –Este es tu despacho.

      –¿Yo tengo un despacho? –preguntó ella, sorprendida.

      Él hizo un gesto para que entrara y ella obedeció. La habitación tenía una alfombra blanca y un escritorio del mismo color. Sobre él, un ordenador.

      Las paredes tenían papel de flores y estaban decoradas con fotos de revistas. Había muchas estanterías vacías. Y un puñado de libros.

      Una butaca de terciopelo rosa y un reposapiés a juego. Parecía que nadie lo hubiera usado.

      –¿Para que utilizaba este espacio?

      Apollo estaba apoyado en el marco de la puerta. Tenía los brazos cruzados y la miraba casi con desdén.

      –Dijiste que querías montar un negocio de relaciones públicas.

      –¿A eso me dedicaba? ¿A las relaciones públicas?

      Él se encogió de hombros.

      –Cuando nos conocimos estabas sirviendo copas en un evento. No creo que tu conocimiento sobre el tema de las relaciones públicas fuera más allá del sector servicios.

      Sasha decidió ignorar su sarcasmo. Lo siguió hasta la segunda planta, donde se encontraban los dormitorios. Él le mostró varias habitaciones de invitados y, al final del pasillo, abrió una puerta y dijo:

      –Éste es tu dormitorio.

      Ella se volvió para mirarlo.

      –¿Mi dormitorio?

      –Tu dormitorio.

      Sasha sintió que se le secaba la boca. Le dolían los pies por las sandalias de tacón. Y notaba dolor en la frente.

      –¿No compartíamos habitación?

      Apollo negó con la cabeza.

      –No.

      Sasha deseaba saber el motivo, pero no estaba preparada para hacer la pregunta. Seguramente, la respuesta explicaría el motivo por el que Apollo la trataba con tanta frialdad y por qué la ama de llaves la había mirado con suspicacia.

      Así que, no dijo nada y entró en la lujosa habitación. La alfombra era tan gruesa que los tacones se clavaron en ella. De forma instintiva, Sasha se quitó los zapatos y se sintió aliviada.

      Se fijó en que había una cama enorme en el lado izquierdo de la habitación, pero decidió ignorarla y dirigirse hacia la terraza. Allí había una mesa con sillas y una tumbona. Desde ese lugar se veía que la casa tenía otra ala y también la piscina exterior, rodeada de buganvillas.

      Los jardines se extendían en la lejanía y Atenas se veía en la distancia.

      Tanto lujo era abrumador. Se volvió de nuevo hacia el dormitorio y vio que Apollo estaba más cerca de lo que esperaba.

      Al instante, se le aceleró el corazón. La cama quedaba justo detrás de él. Apollo la miraba de manera extraña. Se había desanudado la corbata y desabrochado el botón del cuello de la camisa.

      Él pestañeó y cambió la expresión. Dio un paso atrás y se acercó a una puerta.

      –Este es tu vestidor y tu baño.

      Sasha lo siguió. Se sentía inquieta y un poco mareada. Pero su manera de mirarla pasó a segundo plano cuando vio que el vestidor contenía más ropa de la que ella había visto en su vida. Y zapatos. Y joyas dentro de una vitrina de cristal.

      La ropa estaba colgada y doblada y había prendas de todos los colores del arco iris.

      Sin darse cuenta, Sasha estiró el brazo para acariciar un vestido de lamé azul oscuro. Después se volvió y, medio asustada y medio asombrada, preguntó:

      –¿Todo esto es mío?

      Apollo todavía estaba intentando recuperar el control de su cuerpo. Por un momento, cuando Sasha volvió de la terraza al balcón, el sol la iluminó por detrás y la tela de su blusa se transparentó lo justo para que él pudiera ver el sujetador de encaje que llevaba. Entonces, él deseó dar un paso adelante, tomarla entre sus brazos y averiguar por qué ella actuaba poniendo cara de inocencia. Era algo que ella ya había hecho en otra ocasión.

      No obstante, ese deseo desapareció y fue sustituido por otro más peligroso, cuando ella lo miró como si él fuera un lobo a punto de devorarla. Entonces, lo único que deseó fue besarla y castigarla por haber despertado de nuevo su deseo. Un deseo que había permanecido dormido durante los últimos tres meses, a pesar de que ella había hecho lo posible por seducirlo.

      Su deseo era voraz y él sabía que todo se trataba de un juego. Después de todo, fingir amnesia no sería difícil para una mujer que había fingido mucho más.

      Ya había tenido bastante. La rabia también se había apoderado de él y Apollo trató de convencerse de que era eso, y no deseo, lo que estaba sintiendo.

      –Sabes muy bien que esta es tu ropa, porque pasaste muchas horas comprándola con mi tarjeta de crédito. Quizá hayas engañado a los médicos del hospital, pero ahora solo estamos tú y yo, así que, ¿a quién intentas engañar, Sasha? ¿Qué diablos es lo que te propones?

      QUÉ DIABLOS es lo que te propones?

      Sasha miró a Apollo y tardó unos segundos en asimilar sus inesperadas palabras. De pronto, se sintió aliviada al descubrir por qué Apollo se había comportado con tanta frialdad.

      –¿De qué estás hablando?

      –De esta farsa acerca de que has perdido la memoria.

      Sasha se sentía confusa.

      –No es cierto. ¿No crees que quiero saber quién soy o qué es lo que pasa? –negó con la cabeza–. ¿Por qué iba a hacer tal cosa? –sintió un fuerte dolor de cabeza y se llevó la mano a la frente, mareada.

      –¿Qué pasa?

      –Me duele la cabeza. La doctora dijo que durante los próximos días podía dolerme a menudo. Si me excedo.

      Apollo dio un paso atrás y dijo:

      –Deberías descansar un poco. Puedo decirle a Rhea que en un par de horas traiga algo de comer.

      –No, bajaré yo. Estoy segura de que me sentiré mejor.

      Apollo salió del vestidor y dejó a Sasha con su dolor de cabeza y desconcertada. ¿Pensaba que ella estaba mintiendo?

      Sasha oyó un ruido en la habitación y salió para ver a una mujer joven dejando la bolsa del hospital sobre la cama. La chica la miró, pero no sonrió. Dio un paso atrás, y dijo en inglés:

      –Su bolsa, kyria Vasilis.

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