E-Pack Jazmín B&B 2. Varias Autoras
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–Sería el lugar perfecto para una taza de té.
–No se me ocurre un lugar mejor –replicó Daisy con una sonrisa.
La única objeción que Justice puso a la partida fue Pretorius.
–Estas semanas ha tenido que soportar muchos cambios. No quiero presionarle más de la cuenta.
–Si no sale bien, lo reconsideraremos –replicó Daisy–. Esperemos a ver qué pasa.
–Creo que me toca a mí –dijo una voz a través de los altavoces.
Justice miró a Daisy con asombro.
–Es Pretorius…
Los dos se acercaron a la puerta del salón y observaron la mesa. El grupo de las tres mujeres estaba sentado alrededor de la mesa, tomando té. El cuarto lugar estaba vacío, aunque un soporte sostenía las cartas de aquella porción de la mesa.
–Este té está delicioso, Aggie –comentó Pretorius.
–Gracias, Pretorius. Es una mezcla inglesa.
–Te agradezco que me hayas enviado una bandeja con Jett para que pueda disfrutarlo con el resto de las damas.
–Y nosotras agradecemos que seas el cuarto jugador –dijo una de las mujeres–. Tal vez, cuando te apetezca, consideres reunirte con nosotras en persona.
Un profundo silencio recibió aquella sugerencia. Entonces, para sorpresa de todos, Pretorius dijo:
–Tal vez lo haga.
–Increíble –susurró Daisy desde el otro lado de la puerta–. Está relacionándose con otras personas.
–Jamás pensé que llegaría a ver a algo así –afirmó Justice–. Ni pensé nunca que él podría cambiar. Llevas aquí solo diecinueve días, tres horas y cinco minutos y mira lo que has conseguido.
Ella notó la emoción que teñía las palabras de Justice. Pretorius no era el único que estaba cambiando. Justice estaba bajando la guardia en el férreo control que ejercía sobre sus sentimientos. En ocasiones, hasta permitía que el corazón rigiera su intelecto, tal y como había hecho hacía diez años. Tal vez aprendiera a confiar. A abrir su corazón a los demás. Tal vez, en vez de tratar de enseñar a un robot a sentir, aprendería él mismo a hacerlo.
–El programa está preparado –anunció Pretorius–. Cuando hayáis terminado de jugar…
Justice tenía en brazos a su hija. Por una vez, la pequeña estaba completamente quieta y en silencio. Observaba con fascinación cómo Justice creaba formas con un cordón y le hacía repetir sus nombres. A cada logro de la pequeña, los dos se miraban con orgullo por lo inteligente que era. Sin embargo, fue la última palabra la que verdaderamente llegó al corazón de Justice.
–Papá… –susurró la niña. Inmediatamente, extendió los bracitos para que su padre la tomara en brazos.
Él la estrechó con fuerza contra su cuerpo mientras la pequeña apretaba el rostro contra el de él y le daba un beso.
Los sentimientos fluyeron con rapidez por el cuerpo de Justice. Las sensaciones eran abrumadoras. Aspirando el dulce aroma de la pequeña, acariciando la increíble suavidad de su piel, sintió una oleada de sensaciones que amenazaban con apoderarse por completo de él.
Por suerte, Pretorius no se percató del estado en el que se encontraba porque estaba ocupado tecleando en su ordenador, lo que le dio tiempo a Justice para recuperarse.
–Bueno, ¿nos ponemos manos a la obra, papá? –le preguntó Pretorius–. No sé cuántas paredes le quedan a Daisy por pintar. Si no quieres que se entere de lo que estamos haciendo, sugiero que nos demos prisa.
En el momento en el que trató de quitarle a la pequeña el cordón, Noelle comenzó a protestar. No le gustaba que le quitaran su juego.
–Maldita sea… ¡piii! Maldita sea. ¿Cómo vamos a poder medirla si no deja de moverse?
Noelle se quedó quieta y miró atentamente a su padre.
–Maldita sea…
Por algún motivo, la sirena no sonó con la voz del bebé.
–Estoy empezando a sentir una profunda antipatía por tu ordenador.
–Maldita sea, Justice… ¡Piii! No es mi ordenador. Es el de Jett. No es culpa mía. Esa delincuente juvenil me lo ha instalado de tal manera que, cada vez que trato de borrarlo, vuelve a saltar. Hablaré con ella.
Se pusieron de nuevo a trabajar. Mientras lo hacía, Noelle se entretuvo quitándose toda la ropa. Si Justice no hubiera estado observándola, se habría quitado también el pañal.
–Bueno, ya tengo la primera medida. ¿Estás listo? –le preguntó a Pretorius.
–Sí. Tú dirás.
–Altura, 74,2936 centímetros.
–Muy bien. Sigue.
–Peso, 9,0356 gramos.
–Ya está anotado.
–Perímetro craneal, 45, 5930 centímetros. Tal vez se me haya ido un poco. No deja de moverse.
–Está bien. Bueno, no tengo ni idea si esto es bueno o malo, así que no mates al mensajero. Y, por el amor de Dios, no infrinjas la condición número uno.
–Venga ya, hombre.
–En cuando a la altura, está en el percentil 65,1.
–Bien. Yo soy más alto que la mayoría y la altura es un gen dominante. Es lógico pensar que ha heredado esa propensión genética de mí. ¿Qué me dices del perímetro craneal?
–Percentil 71. ¿Significa eso que será muy inteligente?
–Ha habido estudios que han defendido la correlación entre el tamaño de la cabeza y la inteligencia, aunque los resultados no son definitivos. En general, los individuos que tienen la cabeza grande tienen un cociente intelectual más elevado. ¿Peso?
–Maldita sea… ¡Piii! No te disgustes, Justice, pero Noelle está solo en el percentil 37,6.
–¿Cómo? Hazlo otra vez.
–Ya lo he hecho. Tres veces. Treinta y siete punto seis. ¿Acaso crees que Daisy no le da de comer lo suficiente?
–Al menos no deliberadamente. Por lo que he observado, es una madre excelente. ¿Cuánto tendría que pesar Noelle para estar en el percentil 50?
–En Navidad, tendría que pesar 11 kilos y 450 gramos.
Justice asintió.
–En ese caso, será mejor que nos pongamos manos a la obra. Tienes veinticuatro horas para buscar las necesidades dietéticas óptimas