Tres flores de invierno. Sarah Morgan

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Tres flores de invierno - Sarah Morgan Top Novel

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      —El alcohol y la hipotermia no son una buena combinación —contestó Posy.

      Le gustaba charlar con él. Probablemente más de lo que sería aconsejable.

      La llegada de Luke a Glensay había calmado el desasosiego que parecía invadirla siempre últimamente. Era como si él hubiera llevado consigo parte del mundo exterior, calmando un poco la sed de aventura de ella.

      Bonnie corría alegremente en círculos, moviendo la cola.

      —Tienes suerte de que sea una superestrella o habrías estado mucho más tiempo ahí —comentó Posy.

      —¿Tengo que estar agradecido por estar frío y mojado?

      —Si esto fuera una avalancha de verdad, estarías de rodillas delante de ella jurándole amor y libertad eternos.

      Luke pateó para sacudirse la nieve de las botas.

      —Si esto fuera una avalancha de verdad, yo habría llevado un transmisor, una pala y una sonda.

      —Eso suponiendo que estuvieras escalando o esquiando con gente que supiera qué hacer con un transmisor, una pala y una sonda.

      —¿La gente se ofrece voluntaria para esto más de una vez?

      Sí. Tenemos un equipo de voluntarios que se ofrecen a hacer el trabajo sucio en nuestros ejercicios de entrenamiento.

      —¿Y siguen con vida?

      —La mayoría sí. No siempre hacemos entrenamiento de avalanchas. A veces solo tienes que estar tumbado en un charco en la hierba en la ladera de la montaña.

      —Calla o no podré superar la terrible decepción de saber que me he perdido esa experiencia —comentó él.

      Tenía el cuerpo fuerte y atlético de un escalador y el aire todoterreno de un hombre que pasaba la vida expuesto a los elementos.

      La fuerza de la atracción por él había sido una sorpresa para Posy.

      Recelaba de las relaciones. En una comunidad pequeña, como la que ella vivía, uno no podía alejarse cuando terminaba una aventura. Era muy probable que siguiera viendo a esa persona todos los días. Le había ocurrido ya, y no tenía ninguna prisa por repetir la experiencia.

      —¿Todo bien por allí? —les gritó Rory.

      Posy volvió la cabeza.

      —Creo que la víctima tiene hipotermia.

      —¿Víctima? —Luke enarcó una ceja—. Nada de «víctima», por favor. Yo no me veo así —se agachó a acariciar a Bonnie—. Tú eres mi chica favorita. Si hubiera estado de verdad enterrado en esa avalancha y me hubieras rescatado, habría tenido que casarme contigo.

      —Señor y señora Golden Retriever. Os vaticino muchos años de felicidad —comentó Posy.

      Antes de que pudiera esquivarlo, Luke le metió un puñado de nieve por el cuello del anorak.

      El hielo le cosquilleó la piel y ella lanzó un gritito.

      —Eso es de críos.

      —Pero muy placentero. Y ahora tú también tienes frío, lo cual nivela un poco el campo de juego. Deberíamos calentarnos mutuamente. Una ducha caliente. Un fuego de troncos. Una botella de vino tinto…

      Sería muy fácil hacerlo porque, técnicamente, vivían bajo el mismo techo.

      En el terreno de Glensay Lodge había un granero, que contenía un pajar. Los padres de Posy habían tenido la buena idea de convertirlo en dos propiedades. Posy vivía en el loft, el antiguo pajar, que tenía techos inclinados y vistas de las estrellas. El granero se alquilaba. Estaba a setecientos cincuenta metros de la casa, donde vivían sus padres, y rodeado de bosques de pinos y abedules. Un corto paseo llevaba hasta un lago profundo, alimentado por arroyos y habitado por truchas marrones.

      Esa soledad no era para todo el mundo y, en verano, los ocupantes eran mayoritariamente parejas que buscaban una semana romántica en las salvajes Highlands. Era un sitio ideal para montar en bici, observar pájaros, hacer senderismo y nadar en el lago. Pero su mayor atractivo era su proximidad a las grandes montañas. En invierno, el granero a menudo lo reservaban a escaladores.

      Las estancias cortas implicaban más trabajo para Posy. Tenía que cambiar la ropa de cama y toallas más a menudo y lavar más. Así que se había alegrado cuando Luke Whittaker lo había alquilado por cuatro meses con opción a ampliar la estancia.

      Era escalador y escritor. Necesitaba paz y tranquilidad para terminar un libro y una base que le permitiera escalar. El granero ofrecía la posibilidad de hacer ambas cosas.

      De vez en cuando, cuando ella volví a casa tarde de una sesión de entrenamiento, veía las luces de él encendidas todavía, así que sabía que Luke era un ave nocturna.

      Sabía también que se le daban bien los animales. En aquel momento, por ejemplo, llevaba a Bonnie al éxtasis acariciándole el estómago.

      Luke alzó la vista hacia ella.

      —¿Asumo que Bonnie ha pasado la prueba?

      —Sí. Ha captado tu olor inmediatamente.

      Él se enderezó.

      —¿Me estás diciendo que huelo?

      —Da gracias a eso. Así es como te ha encontrado. Está entrenada para buscar el olor humano. Si tienes miedo y estás sudando, emites un olor más fuerte.

      —Estaba enterrado en la nieve. Te puedo asegurar que de mis poros congelados no ha emanado ni una sola gota de sudor.

      —En eso te equivocas. Ella ha captado tu miedo —a Posy le gustaba bromear con él—. Y probablemente podía sentir las vibraciones de tus temblores en la nieve. Pero, en serio, gracias. Has hecho algo bueno y todos te estamos agradecidos.

      —A mí me parece que es una perra de rescate muy buena.

      —Ir a buscar cosas es su juego favorito, lo cual ayuda. Necesitas un perro que tenga un instinto fuerte de recuperar algo. Y, además, el olfato es su superpoder.

      Se abrieron paso por entre los montones de nieve hasta el camino en el que Posy había aparcado su coche. Una capa nueva de polvo blanco suave cubría la superficie de la nieve y el aire frío le adormecía las mejillas a ella.

      —¿Habéis rescatado a muchos senderistas y escaladores atrapados en la nieve? —preguntó él.

      —Sí, y a veces me llama la policía para que ayudemos a buscar a una persona desaparecida. Hace un par de semanas, Bonnie ayudó a encontrar a un anciano con demencia senil que se había perdido. Su familia estaba desesperada. Al parecer, había conseguido abrir la puerta principal, que estaba cerrada con llave, y se había ido a andar. Les alivió mucho que lo encontráramos.

      —Espera —él dejó de andar—. Pensaba que un perro rastreador y uno de rescate eran dos cosas distintas.

      —A menudo lo son. Normalmente, los

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