Tres flores de invierno. Sarah Morgan

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Tres flores de invierno - Sarah Morgan Top Novel

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allí.

      Asfixiándose en una tumba de nieve sin aire.

      Stewart se levantó a su vez.

      —Se pasará —extendió el brazo para tomar su bata—. No te voy a preguntar si quieres hablar de ello, porque nunca quieres.

      Y esa vez no era diferente.

      Suzanne no podía parar las pesadillas, pero podía impedir que la envolviera la oscuridad cuando estaba despierta. Era su modo de recuperar el control.

      —Deberías seguir durmiendo —dijo.

      —Ambos sabemos que es imposible volver a dormir después de unas de tus pesadillas —contestó él—. Y, de todos modos, tenemos que estar en pie dentro de una hora —tenía el cabello de punta y ojeras de cansancio—. Esta mañana llega un grupo de veinte al Adventure Centre. Habrá bastante ajetreo. Me vendrá bien empezar temprano.

      —¿Tienen experiencia?

      —No. Es un grupo escolar en una semana de aventura al aire libre.

      A Suzanne la invadió la ansiedad. Su instinto la impulsaba a pedirle que no fuera, pero eso habría sido ceder al miedo. También habría significado pedirle a Stewart que dejara de hacer algo que amaba, y ella no haría eso.

      —Ten cuidado.

      —Siempre lo tengo —Stewart la besó y se dirigió a la puerta—. ¿Café?

      —Por favor —la idea de seguir en la cama no seducía nada a Suzanne—. Me ducho y empiezo a planear.

      —¿A planear qué?

      —Eso solo lo preguntaría un hombre. ¿Tú crees que la Navidad se prepara sola? —ella se ató el cinturón de la bata. Sabía por experiencia que la actividad era el mejor modo de expulsar las sombras de su cabeza—. Faltan solo unas semanas. Quiero hacer todos los preparativos por adelantado para luego pasar el máximo tiempo posible con nuestras nietas. He pensado comprar algunos juegos más por si hace mal tiempo. No quiero que se aburran. ¡Llevan una vida tan ajetreada en Manhattan!

      —Si se aburren, pueden ayudar con los animales. Dar de comer a las gallinas con Posy o reunir a las ovejas. Y pueden montar a Socks.

      Socks era el poni de Posy. Con dieciocho años cumplidos, disfrutaba de una semijubilación bien ganada en los campos que rodeaban la casa.

      —Beth se pone nerviosa cuando montan a caballo.

      Stewart movió la cabeza.

      —Hay muchas cosas que ponen nerviosa a Beth. Los dos sabemos que es sobreprotectora. Los niños no se rompen tan fácilmente.

      —Como si tú no fueras el padre más sobreprotector del mundo. Especialmente con ella.

      Él sonrió con timidez.

      —Posy era fuerte como una pelota. Rebotaba. Beth era una cosita delicada.

      —Siempre ha sido una niña de papá. Y, si ahora es una madre sobreprotectora, los dos sabemos por qué.

      —No he dicho que no lo entienda, pero tienes que dejar que los chicos se diviertan. Que exploren. Que cometan errores. Que vivan.

      —Es más fácil decirlo que hacerlo —Suzanne sabía que ella también era sobreprotectora—. Hablaré con Beth. Intentaré persuadirla de que las chicas monten. Y, si hace mal tiempo, pueden ayudar en la cocina. Haremos repostería.

      —Se me ocurre una idea —Stewart tomó su vaso de whisky vacío de la noche anterior—. En vez de planearlo todo y volverte loca de estrés, ¿por qué este año no te relajas? Deja de esforzarte tanto.

      Suzanne lo miró con desmayo.

      —¿Tú crees que la comida aparece por arte de magia? ¿Crees que Santa Claus reparte los regalos ya envueltos? —preguntó.

      Pero el comentario era tan típico de él, que le dio risa. Para alguien de fuera, seguramente resultarían ridículamente tradicionales, pero su vida era exactamente como quería que fuera.

      —Debes saber que la clave de la relajación es la planificación. Quiero que sea especial.

      El hecho de que fuera el único momento del año en el que estaban las tres chicas juntas incrementaba la presión para que todo resultara perfecto. Se acercó a la ventana, apartó las cortinas y apoyó la frente en el cristal frío. Desde la ventana de su dormitorio, podía ver hasta el valle. La nieve, luminosa, reflejaba el brillo apagado de la luna y lanzaba parpadeos de luz por la superficie inmóvil del lago. El lago estaba rodeado de árboles nevados y, más allá de este, se alzaban las montañas, dominándolo todo con su belleza letal.

      Aun sabiendo el peligro que acechaba en esas cumbres nevadas, se sentía atraída por ellas. Nunca podía vivir en lugares que no tuvieran montañas, pero ya no escalaba en invierno. Stewart y ella hacían algo de senderismo en invierno, y marchas más ambiciosas en primavera y verano, cuando hacía más calor y se retiraba la nieve.

      —¿Fue egoísta por nuestra parte mudarnos aquí? ¿Tendríamos que haber vivido en una ciudad? —preguntó ella.

      —No. Y tienes que dejar de pensar así —repuso él con cierta dureza—. Es por el sueño. Tú sabes que es la pesadilla.

      Suzanne lo sabía. Adoraba vivir allí, en aquella tierra de niebla y montañas, de lagos y leyendas.

      —Me preocupa Hannah —se volvió—. Cómo le pueda afectar estar aquí.

      —A mí me preocupa más cómo te afecte a ti que esté aquí. O puede que me atormenten los fantasmas de las Navidades pasadas —Stewart dejó el vaso vacío en la mesa y se frotó la frente con los dedos—. Tienes que dejarla en paz. No puedes arreglarlo todo, aunque sé que nunca dejarás de intentarlo —la luz suavizaba los ángulos duros de su rostro y le hacía parecer más joven.

      Su trabajo lo mantenía en forma y había días en los que casi no aparentaba cincuenta años, y mucho menos sesenta. La única pista de su edad eran los mechones plateados en su pelo, los mismos que habría mostrado el cabello de ella, de no haber optado por algo de ayuda artificial.

      Se habían enamorado trabajando juntos como guías de montaña, cuando la vida les parecía una gran aventura. Entonces solo les importaba la siguiente escalada. La siguiente cima. Habían estado juntos desde entonces y, en su mayor parte, su vida seguía un ritmo cómodo. Ritmo que se alteraba en esa época del año.

      Suzanne pensó que el pasado no desaparecía nunca. Se desdibujaba y a veces era poco más que una sombra, pero siempre estaba allí.

      —Haré que la hospedería resulte lo más acogedora posible. ¡Hannah trabaja tanto!

      —Tú también. Tu vida no son solo tus hijas, Suzanne. Diriges un negocio y este es uno de los períodos más ajetreados del año en el café.

      La ansiedad de ella cambió de dirección.

      —Y ahora me has recordado que todavía tengo que tejer cuarenta calcetines para recaudar fondos para el equipo de rescate de montaña. Gracias por estresarme.

      Stewart

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