Tres flores de invierno. Sarah Morgan

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Tres flores de invierno - Sarah Morgan Top Novel

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y la colgaré en la página del equipo en Facebook.

      Suzanne hizo una mueca.

      —No son para que se los pongan, idiota. Son para llenarlos de regalos. Los venderemos a buen precio. Y antes de que te burles, te recordaré que, con los beneficios de los calcetines del año pasado, el equipo compró un transmisor-receptor para avalanchas y pagó parte de esa camilla tan chula que usáis ahora.

      —Lo sé.

      —Entonces, ¿por qué…?

      —Me gusta gastarte bromas. Me gusta cómo te pones cuando te enfadas. Haces mohínes con la boca y frunces el ceño y… ¡Ay! —Stewart se agachó cuando ella le arrojó una almohada—. ¿Tú has hecho eso? ¿Cuántos años crees que tienes?

      —Los bastantes para haber desarrollado una puntería perfecta.

      Él arrojó de nuevo la almohada sobre la cama, volvió a dejar su ropa en el respaldo de la silla y empujó a Suzanne hacia la cama.

      Ella cayó con un respingo.

      —¡Stewart!

      —¿Qué?

      —Tenemos cosas que hacer.

      —Eso es cierto —él bajó la cabeza y lo último que vio ella antes de que la besara, fueron sus ojos azules riendo cerca de los de ella.

      Cuando salieron por segunda vez de la cama, los primeros dedos de luz débil asomaban entre las cortinas.

      —Y ahora llego tarde —Stewart se dirigió al baño—. Es culpa tuya.

      —¿Y por qué es culpa mía? —preguntó ella.

      Pero él estaba ya en la ducha, tarareando desafinadamente debajo del agua.

      Suzanne siguió un momento tumbada, con la mente confusa, satisfecha, olvidada ya la pesadilla.

      Sabía que tenía que empezar la tarea de los calcetines.

      Tejer era un modo perfecto de relajarse, aunque ella había tardado años en descubrirlo.

      No había empezado a hacerlo hasta bien entrada ya la treintena.

      Al principio había sido un modo de mostrar su amor por las chicas. Las vestía y las abrigaba. Cuando tomaba las agujas y el ovillo, no tejía solo un jersey, unía con la lana su familia fracturada y dañada, tomando hilos separados y convirtiéndolos en algo completo.

      Stewart salió de la ducha, secándose el pelo con una toalla.

      —¿Quieres que elija un árbol de Navidad de camino a casa?

      —Posy dijo que lo haría ella. Podemos esperar unos días más. No quiero que se caigan las agujas antes de Navidad. ¿Cuántos árboles ponemos este año? He pensado uno en la sala de estar, uno en la entrada, uno en el cuarto de la tele y quizá uno en la habitación de Hannah.

      —¿Y no quieres poner uno en el armario de los zapatos? ¿O en el baño de abajo?

      Ella lo observó.

      —Puedo tirarte otra almohada, si quieres —dijo.

      Pero él la había distraído de su pesadilla. Suzanne sabía que esa había sido su intención y lo amaba por ello.

      —Solo digo que quizá debas dejar alguno en el bosque —Stewart arrojó la tolla húmeda sobre la silla, pero, cuando captó la mirada de ella, la recuperó y la llevó al cuarto de baño—. Todos los años te matas convirtiendo este sitio en un cruce entre un país de las maravillas invernal y el taller de Santa Claus —empezó a vestirse rápidamente, poniéndose todas las capas necesarias para su trabajo—. Tienes grandes expectativas, Suzanne. No es fácil cumplirlas.

      —Es verdad que las cosas pueden ser un poco estresantes cuando las chicas están juntas…

      —Son mujeres, no chicas. Y «un poco estresantes» es decir muy poco.

      —Quizá este año sea diferente —Suzanne quitó las sábanas de la cama—. Beth y Jason son felices. Estoy deseando tener a mis nietas aquí. Colgaré calcetines encima de la chimenea y prepararé bandejas de dulces. Y Hannah no tendrá que hacer nada, porque pienso tenerlo todo hecho cuando llegue para poder pasar tiempo con ella. Quiero que me ponga al día de lo que hace —sujetó las sábanas contra su pecho—. ¡Ojalá encontrara a alguien especial para…!

      —¿Para qué? ¿Para comérselo con patatas? —Stewart movió la cabeza—. Te suplico que no le digas eso a ella. Las relaciones de Hannah son asunto suyo. Y no me parece que tenga mucho interés.

      —No digas eso —repuso ella.

      Se negaba a creer que pudiera ser verdad. Hannah necesitaba una relación íntima. Una familia propia. Un círculo protector. Todo el mundo necesitaba eso.

      Era algo que ella, Suzanne, siempre había deseado. Con seis años había soñado ya con eso. Había pasado sus primeros años con una madre demasiado borracha para ser consciente de su existencia. Más tarde, cuando los órganos internos de su madre habían dejado de luchar contra el maltrato constante que sufrían, Suzanne había entrado en una casa de acogida. Todas las historias que escribía en el colegio tenían que ver con ella formando parte de una familia cariñosa. En sus sueños tenía padres y hermanos. Cuando cumplió los diez años, se había resignado ya a que eso nunca iba a ocurrir.

      Al final había acabado en una residencia y allí había conocido a. Esta se había convertido en la hermana que Suzanne tanto había anhelado y había volcado en esa amistad todo el amor que le sobraba. Estaban tan unidas, que la gente asumía que eran familia.

      El amor de Cheryl había llenado todas las grietas y huecos en el alma de Suzanne, como pegamento que juntara fragmentos rotos. Dejó de sentirse sola y perdida. Ya no quería que la adoptaran porque tendría que irse de la residencia y eso implicaba dejar a Cheryl.

      Compartían habitación, compartían ropa y compartían risas. Compartían también esperanzas y sueños.

      El recuerdo era tan vívido y la necesidad de oír la risa contagiosa de Cheryl tan fuerte, que Suzanne estuvo a punto de alcanzar el teléfono.

      Hacía veinticinco años que no hablaban y, sin embargo, el impulso de llamarla no había desaparecido.

      La parte de ella que echaba de menos a su amiga no se había curado nunca.

      La voz de Stewart la arrastró de vuelta al presente.

      —¿Suzanne? ¿En qué piensas?

      Él creía que Cheryl era una mala influencia.

      Lo irónico de eso era que Suzanne no habría conocido a Stewart de no ser por Cheryl. No habría sido guía de montaña de no ser por Cheryl.

      —Estaba pensando en Hannah —contestó.

      —Si le hablas de su vida amorosa, te garantizo que subirá al primer avión que salga de aquí y no tendremos una Navidad feliz.

      —No le diré ni una palabra. Le pediré a Beth

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