E-Pack Bianca y Deseo septiembre 2020. Varias Autoras
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Y pronto terminaría y estarían solos en la suite.
El cuarteto de cuerda estaba tocando piezas de baile, y varias parejas estaban bailando en la terraza. Joe recordó la primera vez que había bailado con Juliette, cómo se había movido con él a un ritmo tan natural como si llevaran años haciéndolo.
Hacer el amor había sido lo mismo.
Tras una aventura de una sola noche, ambos siguieron sus caminos por separado, pero Joe no había sido capaz de sacársela de la cabeza. Joe tenía compromisos en Italia y otro proyecto en Alemania, pero no había dejado de pensar en ella. Y entonces, de repente, Juliette le llamó y le dijo que estaba esperando un hijo suyo. La noticia le había impactado. Habían utilizado protección, pero el destino había decidido entrar en el juego y crear una nueva vida. Una vida que no había durado lo suficiente para tomar una sola bocanada de aire.
Joe dejó escapar un largo suspiro cuando aquel dolor familiar se apoderó de su pecho, como cada vez que pensaba en su hijita. Se culpaba por no haber estado allí cuando Juliette se puso de parto antes de lo esperado. Tal vez si hubiera estado allí para llevarla al hospital, las cosas podrían haber salido de manera distinta. Había muchas cosas que le hubiera gustado hacer de otra manera.
Joe se abrió paso entre la gente para unirse a ella y la tomó de la mano.
–¿Quieres bailar?
Se había imaginado que aquella era una manera legítima de poder tenerla entre sus brazos. Y lo que era más importante, evitar así que bailara con alguien más.
Parecía que Juliette estaba a punto de negarse, pero entonces se encogió de hombros sin mirarlo a los ojos.
–Claro, ¿por qué no?
Joe la guio hacia la zona de baile, que daba hacia el mar. El cuarteto de cuerda estaba tocando ahora una balada romántica, y Joe la atrajo hacia sí, moviéndose con ella al ritmo lento de la música.
–No parecía que estuvieras disfrutando de la conversación que mantenías –dijo aspirando el aroma a flores de su cabello.
Juliette alzó la vista y lo miró frunciendo el ceño.
–¿Tan obvio era?
–Solo para mí –la apartó más de los otros invitados que se habían unido en la pista de baile.
–¿Conoces bien a los padres de Lucy?
–Muy bien. Me pasaba mucho tiempo en su casa cuando Lucy y yo éramos adolescentes –suspiró ligeramente–. Yo le tenía mucha envidia –añadió–. Sus padres eran muy distintos a los míos.
–¿En qué sentido?
Juliette guardó silencio durante un largo instante, y Joe se preguntó si le habría oído. Pero luego alzó la mirada hacia le pechera de su camisa y dijo en tono bajo:
–Eran muy… poco críticos. Creo que nunca los escuché decir nada negativo respecto a las decisiones que Lucy tomaba.
Joe se echó un poco hacia atrás y la miró.
–¿Y tus padres eran críticos y negativos?
Juliette puso los ojos en blanco durante un segundo y bajó la vista.
–Cuando había gente delante, no. Eran demasiado educados y sutiles como para eso. Pero sé que estaban muy decepcionados conmigo porque no estaba tan dotada académicamente como mis dos hermanos mayores.
Joe no podía decir que estuviera sorprendido por su confesión. Pero le carcomía un poco no haberle preguntado más cosas respecto a su familia cuando vivían juntos. ¿Qué decía eso de él? ¿Qué clase de marido no mostraba interés por el pasado de su mujer?
Un marido con un pasado conflictivo propio que no quería que le hicieran preguntas, ese tipo de marido.
Joe había visto a sus padres y hermanos solo dos veces… en la boda y en el funeral de Emilia. El funeral lo tenía un poco confuso, y no habían sido particularmente cariñosos con él en la boda, aunque Joe tampoco esperaba que lo recibieran con los brazos abiertos. Habían sido correctos de un modo distante y arrogante, pero lo cierto era que la manera de cortejar a su hija tampoco había sido la ideal. Una aventura de una noche no era el modo de impresionar y ganarse a sus suegros, pero no quería que su hijo creciera sin conocerlo. El matrimonio había sido en su opinión la mejor opción.
El bebé tenía que ser lo primero. Y se había convertido en su mayor prioridad.
Los padres de Juliette no habían ido al hospital cuando perdieron a la niña porque estaban en un vuelo de larga distancia. Juliette había ido a visitarlos a Inglaterra antes de que partieran a un viaje de tres meses en el extranjero. Ella había reservado un vuelo de regreso a Italia al día siguiente, pero se puso de parto. Joe se subió al primer avión en el que encontró billete en cuanto supo la noticia, pero llegó demasiado tarde.
–Tú tienes mucho talento, Juliette. Tus ilustraciones son increíbles. ¿No estás orgullosa de tu trabajo?
Ella tenía la boca curvada hacia abajo.
–Soy la única persona de mi familia sin un título universitario. No consideran que ser ilustradora de libros infantiles sea una profesión de prestigio, sobre todo si no tienes un título en Artes. Sí, están orgullosos de que haya publicado cosas, pero siguen viéndolo como una especie de afición.
Juliette volvió a suspirar y se le cayeron un poco los hombros hacia abajo.
–No he hecho ni un esbozo desde hace meses, así que tal vez tengan razón. Ha llegado el momento de buscar otra cosa. No sé cómo Lucy me ha aguantado tanto tiempo. No solo he dejado en suspenso mi carrera, sino también la suya.
Joe le puso una mano en la suave mejilla y la miró a los ojos.
–No tienes que pensar en tu carrera hasta que estés preparada, cara. He ido depositando fondos en tu cuenta bancaria que cubren de sobra cualquier pérdida de ingresos.
Un sonrojo cubrió el rostro de Juliette, al tiempo que en sus ojos aparecía un brillo de determinación.
–No quiero tu dinero y no lo necesito. No he tocado ni un penique.
Joe le pasó el pulgar por la barbilla.
–¿Tanto me odias?
Algo cruzó por los ojos de Juliette antes de que bajara las pestañas.
–Nunca he querido tu dinero. Esa no fue la razón por la que me casé contigo.
Se apartó de él y se cruzó de brazos como si tuviera frío, aunque el aire de la noche era suave y cálido.
–Sí, bueno, los dos sabemos por qué te casaste conmigo –Joe no pudo evitar a tiempo el tono cínico–. Querías demostrarle a tu ex que habías seguido adelante.
Juliette apretó los labios.
–Eso no es verdad. No tuvo nada que ver