E-Pack Bianca y Deseo septiembre 2020. Varias Autoras

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E-Pack Bianca y Deseo septiembre 2020 - Varias Autoras Pack

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estaba preparada. Me parecía demasiado… arriesgado.

      Joe se acercó más a ella y le rozó suavemente el dorso de la mano con un dedo.

      –Eso es completamente comprensible –su voz era como una caricia, y a Juliette le tembló la mano como si hubiera recibido una descarga eléctrica.

      Alzó los ojos para mirarlo.

      –¿Piensas en ella?

      Joe parpadeó como si estuviera sufriendo un dolor interno que tratara de controlar.

      –Todo el rato. Por eso he estado donando y recaudando fondos para la fundación sobre la investigación de muerte en el parto durante los últimos meses. Quería hacer algo positivo para ayudar a otras personas en nuestra situación. Si hubieras leído alguno de mis correos electrónicos, lo sabrías. He donado en nombre de los dos.

      ¿Una fundación para la investigación de la muerte en el parto? A Juliette se le encogió el corazón. ¿Había estado recaudando fondos para aquella causa?

      La rabia que llevaba puesta como una armadura se le cayó como si fuera piel muerta, dejándola sin defensas. Defensas que necesitaba para evitar sentir otra vez tanto dolor. No había leído ninguno de sus correos electrónicos durante los últimos quince meses. Los había marcado como spam, sintiéndose tremendamente satisfecha al hacerlo. Saber ahora que estaba haciendo algo por los demás estaba muy bien, pero, ¿y ayudarla a ella en el peor momento de su vida? Juliette había estado sola en la tumba de su hija. Había llorado sola una y otra vez.

      –No lo entiendo. Dices que has donado dinero, y conociéndote, seguro que ha sido una gran cantidad. Pero no has visitado su tumba ni una sola vez desde el funeral.

      Joe apretó los labios.

      –Las tumbas no son lo mío. Prefiero rendir homenaje de otra manera.

      Cada semana, cuando Juliette visitaba la tumba de su hija, esperaba que Joe hubiera dejado flores, alguna tarjeta o un juguete. Pero nunca había nada. No podía entenderlo y no podía perdonarlo, a pesar de su generosidad hacia otros. Joe viajaba a Londres por trabajo con frecuencia, ¿qué le hubiera costado pasarse por el cementerio y llevar unas flores o un peluche? ¿O no quería que nada le recordara a su bebé ni a su matrimonio roto?

      –¿Querías evitar encontrarte conmigo?

      No pudo contener el tono acusatorio de su voz. Joe la miró con expresión indescifrable. Parecía que tuviera las facciones esculpidas en piedra.

      –¿Con qué frecuencias vas?

      –Todas las semanas.

      –¿Te ayuda en el proceso de duelo?

      Juliette exhaló un suspiro de frustración.

      –Nada ayuda a eso. Pero al menos no siento que la estoy ignorando.

      –¿Es eso lo que crees que hago yo?

      Juliette alzó la barbilla en expresión combativa.

      –¿Me equivoco?

      Joe volvió a aspirar con fuerza el aire y giró la cabeza para observar la vista. Tenía una postura rígida y tensa, como si se mantuviera recto gracias a unos cables de acero invisibles.

      –No hay una manera correcta de vivir el duelo, Juliette. Lo que me sirve a mí, puede no funcionar para otra persona –hablaba con los dientes apretados. Volvió a meterse las manos en los bolsillos traseros.

      –¿Y tu proceso de duelo funciona?

      Joe se giró y la miró con expresión adusta.

      –¿A ti qué te parece?

      Juliette ladeó la boca y apartó la mirada. El problema estaba en que no sabía qué pensar. Joe nunca se había comportado como ella esperaba. No había expresado con palabras lo que ella quería escuchar ni había hecho lo que le hubiera gustado que hiciera. Su relación había estado basada en el sentido del deber de Joe hacia ella y el bebé, así que cuando perdieron a su hija no había motivos para que estuvieran juntos. Él no le había dado un buen motivo para continuar con su relación. No había expresado ningún sentimiento hacia ella. Aunque tampoco había sucedido a la inversa. Juliette había sido incapaz de expresar nada más aparte de un profundo dolor, que con el tiempo se había convertido en rabia.

      Juliette recuperó la compostura y se volvió hacia él.

      –Creo que en el fondo te alivia que ya no tengamos ninguna razón para estar juntos.

      Joe apretó las mandíbulas de manera casi imperceptible.

      –Dejemos esa conversación para más adelante. Estamos en la boda de nuestros amigos, ¿recuerdas?

      Y sin decir una palabra más, se dio la vuelta y la dejó con la única compañía de la brisa del mar.

      TRAS el breve ensayo de la boda, Joe charló de naderías con algunos de los miembros de la comitiva nupcial, pero tenía la mente clavada en Juliette. Seguía buscándola entre la gente y experimentaba una sensación de tirantez en el pecho cada vez que veía su cabeza castaña entre los asistentes.

      Había pensado con frecuencia en ir al cementerio inglés en el que estaba enterrada su hija, pero siempre se echaba atrás. Su padre lo había llevado a rastras a la tumba de su madre el día de su cumpleaños hasta que era un adolescente. Había sido una forma de tortura estar allí frente a la lápida sabiendo que él había sido la causa de que su madre estuviera allí enterrada. Todos sus deseos, plegarias y esperanzas no lograrían devolver la vida a su madre ni a su hija. No habría visitas, flores o tarjetas que pudieran deshacer lo hecho. Siempre le había parecido que la manera que tenía su padre de llevar el duelo era un proceso destructivo. Joe había elegido una salida distinta, una manera constructiva de procesar su dolor recaudando dinero para la investigación que podría salvar vidas y, sin duda, relaciones.

      Pero ahora, al tocar a Juliette, que estaba a su lado, al aspirar aquel aroma que le despertaba la sangre y le aceleraba el pulso, no podía evitar preguntarse si cabría la posibilidad de que saliera algo positivo de su situación. La química seguía allí, tan eléctrica y ardiente como siempre. La química explosiva que había dado inicio a su relación era en lo único que podía apoyarse para volver a impulsarla. Sentía su tirón como una fuerza invisible que lo atraía hacia ella. Tuvo que meterse las manos en los bolsillos para evitar abrazarla. No podía estar en la misma habitación que Juliette sin desearla. Maldición, no podía estar en el mismo país sin que ardiera en el deseo de estrecharla entre sus brazos.

      Juliette se giró y lo miró desde el otro extremo de la terraza ahora iluminada por la luz de la luna y Joe sintió un pellizco en el corazón. Era mona más que una belleza clásica, pero seguía teniendo el poder de dejarlo sin aliento. Sus ojos azul verdoso le recordaban a un mar tormentoso envuelto en sombras cambiantes. Tenía el cuerpo esbelto de una bailarina y una elegancia natural de movimientos. Y una piel pálida, pero con varias pecas salpicadas por el puente de la nariz respingona. Sus labios eran de un rosa sensual que atraían su mirada una y otra vez como un imán. Joe fue consciente con una punzada de cuánto echaba de menos su sonrisa luminosa como el sol. No aquellas sonrisas que fingía cuando era necesario, sino una genuina que le iluminara el rostro y los ojos.

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