Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten. Victoria Dahl

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Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten - Victoria Dahl Tiffany

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       Si te ha gustado este libro…

Lo que hacen los chicos malos

      Agradecimientos

      Quiero dar las gracias a Jennifer Echols por su conocimiento del mundo universitario y de los estudiantes de posgrado. Al no haberme doctorado, necesitaba echar un vistazo a lo que se escondía entre bastidores. También quiero agradecerle a Amy el que haya hecho todo lo posible para mantenerme cuerda durante todo este tiempo. Lamento que haya recaído sobre ti esa responsabilidad a lo largo de todo el año. Y mis más enormes gracias a Tara por su maravilloso apoyo.

      Y, como siempre, familia de Twitter, sois los mejores comentaristas virtuales que una mujer puede desear. Habéis hecho una gran labor distrayéndome del estrés, por no hablar del trabajo. Pero, por una vez, también me habéis ayudado a concentrarme, así que quiero dar públicamente las gracias a todos los amigos del Twitter #1k1hr. Y gracias también a Jared por haber empezado la conversación sobre la falda escocesa.

      Mi marido me ha ayudado a llegar hasta el final de esta novela, que no habría podido escribir sin él. Y, chicos, os prometo unas magníficas vacaciones para compensar los días que he pasado encerrada en mi dormitorio con el café y el ordenador portátil.

      Y, en último lugar, sin que por ello sean menos importantes, quiero dar las gracias a mis lectores. Sin vosotros, yo no escribiría. Sois vosotros los que hacéis posibles mis libros.

      Esta novela está dedicada a Amy, mi maravillosa agente. Gracias por estar siempre a mi lado.

      1

      Aquello no era un club de lectura; era una cacería.

      A Olivia le costaba creer que hubiera terminado allí. En realidad… ni siquiera podía creer que se hubiera metido sin pensárselo en una cosa así. Había leído el libro recomendado dos veces. Había entresacado los temas de discusión más importantes. Había tomado notas detalladas, había marcado las páginas. Y, al final, antes de entrar en la cervecería, se había pasado diez minutos en el coche, preparándose para su primera incursión en un encuentro exclusivo para mujeres.

      «Son mujeres como yo», se había asegurado a sí misma. «No tengo por qué estar asustada. Encajaré sin problemas en el grupo porque todas tenemos el libro en común».

      Y allí estaba en aquel momento, sentada en la cervecería Donovan Brothers, escuchando a siete mujeres hablando de sus citas y de sus aventuras sexuales. Y Olivia, que no tenía citas ni aventuras sexuales que aportar, permanecía sentada sin decir ni mu, aferrada al libro seleccionado por el club de lectura con dedos tensos.

      Y no porque no hubiera tenido amigas. Había tenido una amiga íntima en el colegio. Y otra en la universidad. Y después… después había tenido a su marido. Su ex era lo más parecido a un amigo íntimo que había tenido durante los últimos diez años y Víctor había fracasado estrepitosamente en aquel aspecto. Necesitaba amigas, y las necesitaba rápido.

      Cuando Gwen Abbey la había invitado a unirse al club de lectura, Olivia se había sentido halagada y aliviada.

      Pero debería habérselo imaginado. Gwen no era la clase de persona a la que le gustara hablar sobre literatura. Por supuesto, era una mujer inteligente, pero su atención revoloteaba como un colibrí después de haberse tomado un café expreso. Podía leer un libro, pero Olivia no la imaginaba pasando dos horas hablando de él.

      –Me alegro mucho de que hayas venido –susurró Gwen, pasándole el brazo por los hombros y apretándola un instante–. ¿No te parece muy divertido?

      –¡Sí! –contestó Olivia, sintiendo los dedos entumecidos contra la cubierta del libro.

      Deseó con todas sus fuerzas no haber pegado tantas notas entre las páginas. Ondeaban como banderines azules bajo el aire del ventilador del techo.

      –¿No te parece increíble lo guapo que es?

      Olivia miró hacia la barra donde un hombre muy joven y muy atractivo iba llenando los vasos en el grifo de cerveza. Era Jamie Donovan, por lo que le habían dicho. Su saludo de bienvenida había desatado risitas nerviosas en toda la mesa minutos antes. A las risas les habían seguido promesas, o amenazas, sobre lo que aquellas mujeres harían si pudieran quedarse a solas con Jamie Donovan durante unos minutos. «Buscar lo que esconde debajo de la falda escocesa» había sido el referente común.

      –¿Entonces él es la razón por la que quedáis en esta cervecería?

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