Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten. Victoria Dahl
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¡Dios santo! ¿Sería capaz de hacer eso a voluntad? Aquella mirada era un arma letal. Olivia desvió la mirada intentando protegerse y mantuvo los ojos bajos hasta que se fue. Aquel hombre era belleza y simpatía en estado puro. Una simpatía que no discriminaba objetivos. Un rasgo divertido para chicas acostumbradas a disfrutar de aventuras de una noche, pero, desde luego, no era algo por lo que ella debiera sentirse halagada. Lo sabía por propia, y dolorosa, experiencia.
Pero sí se sentía halagada por el hecho de que Gwen se hubiera tomado la molestia de engañarla para que asistiera. Bastó aquello para hacerla sonreír mientras bebía un sorbo de la más clara de las dos cervezas. Pero aquella claridad ocultaba un sabor amargo y tuvo que disimular una mueca. A lo mejor podía convencer al grupo para que salieran a tomar un martini en otra ocasión. Sin embargo, a medida que fue avanzando la velada, fue acostumbrándose a aquel brebaje. Aquella cervecería no era como esos bares en los que los varones se agrupaban como los hombres de las cavernas. Era un espacio seguro y acogedor y Olivia descubrió que le gustaba. Incluso llegó a beberse medio vaso de aquella repugnante cerveza y, para cuando se disculpó para ir al cuarto de baño, sentía un zumbido muy agradable en la cabeza.
Aquello iba a formar parte de su nueva vida. Un club de lectura sin libros. Mujeres que disfrutaban de su compañía. Y hombres encantadores dispuestos a atenderla. Bueno, por lo menos, un hombre encantador.
De pie ante el espejo, Olivia se retocó el brillo de labios, parpadeó varias veces para humedecer las lentes de contacto y se alisó su nuevo peinado, una media melena. Había estado a punto de probar un nuevo color de pelo, pero, en aquel momento, se alegraba de no haberlo hecho. Porque aquella noche quería ser una mejor versión de sí misma. Más madura, más sabia y más segura. Algo más segura. Pero no tanto como para no sobresaltarse como un conejo asustado cuando al salir del cuarto de baño tropezó con Jamie Donovan.
–¡Ay, lo siento!
Alargó la mano como si quisiera apuntalar el barril de cerveza que se balanceaba sobre el hombro de Jamie. Pero Jamie la rodeó y dejó el barril en el suelo, detrás de la barra.
–¿Quieres otra cerveza? –le preguntó.
–¡No! –contestó ella con tanto énfasis que Jamie arqueó las cejas–. Quiero decir que no… estoy bien, gracias.
–No te gusta la cerveza, ¿verdad?
Olivia le miró avergonzada.
–No, lo siento. No pretendo despreciar tu trabajo ni nada por el estilo…
–Bueno, creo que mi autoestima sobrevivirá –aquella vez, la sonrisa de Jamie fue más natural, pero no por ello menos deslumbrante.
–El problema es que me resulta demasiado amarga. Nunca me ha gustado. Por muy suave que sea…
Jamie desvió la mirada hacia la mesa del club de lectura.
–¿Cuál has probado esta noche?
–La más clara. La India pale ale.
–Ese ha sido tu error. Una cerveza clara no siempre es sinónimo de suave. La India pale ale tiene un fuerte sabor a lúpulo. Se le añadía una dosis de lúpulo para conservarla cuando se enviaba en barco a la India, de ahí su nombre.
–¡Ah, claro!
Gwen asintió como si de verdad lo comprendiera. Pero la verdad era que había probado todo tipo de cervezas a lo largo de su vida y no le había gustado ninguna.
–Prueba la cerveza ámbar –sugirió Jamie.
–Vale –comenzó a volverse, pero Jamie alzó un dedo para detenerla.
–Toma –le sirvió un vaso muy fino que parecía como el primo mayor de un vaso de chupito. Olivia miró el líquido dorado oscuro con inquietud. En realidad, no tenía la menor intención de probar la cerveza ámbar, pero a lo mejor él se había dado cuenta.
–Adelante –insistió Jamie–. Te prometo que es más suave que la pale ale.
Encogiéndose de hombros con un gesto de resignación, Olivia tomó el vaso y bebió un sorbo. Estaba ya haciendo una mueca cuando se dio cuenta de que no estaba tan mala.
–Vaya.
–¿Lo ves? Te lo he dicho.
Una sonrisa de placer marcó las líneas de expresión de sus ojos y Olivia se dijo que el calor que fluía dentro de ella era producto de la cerveza.
–¡No, no! –protestó cuando le vio servir un vaso de cerveza de color chocolate–. De ninguna manera.
–¿No confías en mí?
No podía estar preguntándolo en serio. ¿Quién demonios iba a confiar en un hombre como aquel, con aquellos chispeantes ojos verdes? De hecho, le resultaba ofensivo que estuviera coqueteando con ella como si de verdad pretendiera hacerlo. Como si ella pudiera tragarse que un joven como él pudiera sentirse atraído por una mujer de treinta y cinco años como ella. ¿Pensaría que estaba tan desesperada como para creerse una cosa así?
Olivia alzó la barbilla y le quitó el vaso de las manos, ignorando el roce de sus dedos.
–No confiaría en ti ni en un millón de años –contestó. Aun así, bebió un generoso trago de cerveza y se sorprendió al ver que no le lloraban los ojos. La verdad era que estaba bastante… suave–. De acuerdo, no está mal.
–¿Alguna vez te he mentido?
Olivia no pudo evitar echarse a reír. Agarró los dos vasitos de cerveza y se alejó de allí. Cada mirada de aquel tipo era una mentira, pero una mentira agradable por lo menos. Aun así, sabía que no debía permitirse disfrutar de sus mentiras en exceso. Ya había caído en eso en otra ocasión. Probablemente, aquello era lo único que Jamie Donovan tenía en común con Víctor, su exmarido. Su especial encanto.
De modo que le resultó fácil dar media vuelta para regresar con su grupo de mujeres. Sin embargo, Gwen decidió ponerle las cosas difíciles.
–Vaaaya –dijo, alargando las sílabas cuando Olivia se sentó–. Se te veía muy cariñosa con Jamie.
–No es cierto. Solo estaba dándome a probar una cerveza. Eso es todo.
Gwen tamborileó los dedos sobre uno de los vasos.
–Dos cervezas.
–Sí, dos cervezas. ¿Eso significa algo? ¿Hay un código secreto relacionado con las cervezas en Donovan Brothers? ¿Es como el lenguaje victoriano de las flores o algo parecido?
Gwen se derrumbó sobre la mesa, riendo a carcajadas tan fuertes que terminó resoplando.
–Espero que no tengas que conducir.
–¡Qué va! Vivo a cuatro manzanas de aquí.
–Puedo llevarte yo a casa –se ofreció Olivia.
Gwen siempre le había caído bien, pero no habían comenzado a hablar entre ellas hasta que se había hecho público el divorcio de Olivia. Durante el año anterior, habían quedado