Ardiente atracción - Un plan imperfecto. Brenda Jackson

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Ardiente atracción - Un plan imperfecto - Brenda Jackson Libro De Autor

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un Westmoreland.

      Keisha no dijo nada. Parecía que él estaba pensando en ponerle su apellido. Sin embargo, era ella quien decidiría qué derechos quería darle respecto a su hijo.

      –A partir de ahora, no estaré lejos de ti, compañero –le dijo Canyon a Beau.

      Como si el niño lo hubiera entendido, miró a su padre y le preguntó cómo se llamaba.

      –Papá –dijo Canyon, alto y claro.

      –Papá –repitió el pequeño.

      –Sí, papá –volvió a decir Canyon con una sonrisa. Tras cerrar la puerta del coche, se giró hacia Keisha.

      –Dillon tiene un hijo llamado Denver que es un poco mayor que Beau. Se parecen.

      –¿Quién?

      –Denver y Beau. Aunque Denver es un poco más alto, si los pusieras juntos apenas podrías diferenciarlos.

      Keisha se encogió de hombros. Ella reconocería a su hijo en cualquier parte. Además, no creía que los dos niños se parecieran tanto.

      –Ya que insistes en que hablemos hoy, puedes seguirme a casa. Pero no pienso romper mi rutina con Beau por ti.

      –Ni yo quiero que lo hagas.

      Cuando ella iba a subirse al coche, Canyon la tocó. Al instante, su cuerpo subió de temperatura. Al parecer, tres años sin tener contacto con él no la habían hecho inmune a la poderosa química que había entre ellos.

      –¿Keisha?

      –¿Qué? –preguntó ella con el pulso acelerado.

      –¿Hay alguna razón para que alguien te esté siguiendo?

      –¿Por qué lo dices? –replicó ella, frunciendo el ceño.

      –Hoy te empecé a seguir desde tu oficina, pero no fui el único. Un coche negro salió delante de mí y te siguió durante un par de kilómetros. Intenté llamar su atención poniéndome a su lado para obligarle a parar. No sé si era un hombre o una mujer, porque tenía cristales tintados. En vez de parar, hizo un rápido giro en la siguiente intersección y desapareció.

      Keisha recordó cuando había mirado por el retrovisor y había visto dos coches que parecían estar tratando de adelantarse el uno al otro.

      –¿Tu coche es rojo?

      –Sí.

      –Escuché el sonido de un claxon y te vi intentando sacar al coche negro de la carretera. Pensé que no eran más que dos conductores haciendo el tonto.

      –No, solo quería descubrir por qué te seguía. Hasta he llamado a la policía para informar de ello.

      –¿La policía?

      –Sí. Pete Higgins es jefe de policía y amigo de Derringer. Él comprobó la matrícula del coche que te seguía y me dijo que era robado. Hace un rato me ha telefoneado para informarme de que están buscándolo.

      Aunque Keisha solo había visto a Derringer Westmoreland una vez, había oído muchas cosas de él. Antes de casarse, había tenido reputación de mujeriego, como muchos de los hombres de su familia.

      –Bueno, no tengo ni idea de por qué iban a querer seguirme. ¿Por qué me seguías tú?

      –Porque he intentado hablar contigo durante meses y siempre te negabas. Ahora sé por qué.

      –Hablaremos después –repuso ella.

      –Iré detrás de ti.

      Hasta que Canyon no se hubo subido al coche y se hubo puesto el cinturón, no asimiló lo que había descubierto en los últimos veinte minutos.

      Tenía un hijo. Un hijo del que no había sabido nada hasta ese momento.

      Con el corazón a galope tendido, Keisha salió del aparcamiento. Pensó en lo que Canyon le había dicho del otro coche. No tenía sentido que nadie la siguiera. Ninguno de los casos en los que había estado trabajando era tan grave como para que alguien quisiera acosarla.

      Llevaba un coche nuevo, un modelo que era muy popular. ¿Quizá habían querido robárselo?, se preguntó con un escalofrío.

      Al instante, entonces, pensó en lo rápido que Canyon había aceptado a su hijo.

      No había pedido un test de ADN para verificar su paternidad. Solo había afirmado que se parecía mucho al hijo de Dillon. ¿Tendría algún interés oculto? Bueno, no lo sabría hasta que no hablaran.

      Tomando aliento, Keisha miró por el espejo retrovisor y sus ojos se encontraron con los de Canyon. ¿Por qué tenía que mirarla de esa manera? La intensidad de la mirada le hacía subir la temperatura y estremecerse. Aferrándose al volante, emprendió el camino a casa.

      Canyon siempre había tenido la habilidad de calarle muy hondo. Entonces, sin poder evitarlo, Keisha recordó la primera vez que se habían visto, hacía cuatro años…

      –Disculpa, ¿está ocupado este asiento?

      Keisha había levantado la vista de lo que estaba leyendo. Al ver al imponente hombre que estaba delante de ella, se le aceleró el pulso.

      Era muy alto y tenía piel morena y ojos oscuros, una mandíbula fuerte y jugosos labios. Tras examinar su rostro, ella había posado los ojos en sus anchos hombros y en aquel cuerpazo vestido con traje de chaqueta.

      –Bueno, ¿lo está? –había insistido él con voz profunda y sensual.

      –¿Qué? –había dicho ella, humedeciéndose los labios.

      –¿Está ocupado el asiento? Parece el único libre.

      –No, no está ocupado –había respondido ella, mirando a su alrededor en el abarrotado comedor de los juzgados.

      –¿Te importa si me siento?

      Keisha había tenido que morderse la lengua para no contestarle que podía hacer lo que quisiera con ella.

      –No, no me importa.

      –Soy Canyon Westmoreland –se presentó él, tendiéndole la mano–. ¿Y tú?

      –Keisha Ashford –había respondido ella, antes de estrecharle la mano.

      En ese instante, su cuerpo había subido de temperatura y el comedor pareció quedarse en silencio, como si estuvieran solos los dos. Cuando sus ojos se habían encontrado, ella se había quedado sin respiración.

      Entonces, el sonido de un tenedor cayéndose le había hecho salir de su ensimismamiento y darse cuenta de que Canyon todavía no le había soltado la mano. Ella la había apartado.

      –Dime, Keisha, ¿eres abogada o procuradora?

      –¿Qué más da?

      –A mí me da igual.

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