Ardiente atracción - Un plan imperfecto. Brenda Jackson
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–Sí, Keisha está bien, Dil –le dijo Canyon a su hermano mayor. Le había hecho un rápido resumen de lo que acababa de pasar, incluyendo el hecho de que tenía un hijo.
–Han venido todos a cenar. ¿Qué quieres que les diga? –preguntó Dillon–. Imagino que querrás ser tú quien les dé la noticia de que tienes un hijo.
–Sí –afirmó Canyon, tomando aliento–. Pete está de camino. Cuando terminemos aquí, Keisha y Beau vendrán conmigo hasta que sepamos quién ha hecho esto y por qué. Dejaré mi coche aquí, así que voy a necesitar que alguien lo recoja y lo lleve a mi casa después.
–Yo puedo hacerlo. ¿Pero crees que Keisha aceptará ir contigo?
Canyon se frotó la cara con frustrado. Lo más probable era que ella no quisiera. Keisha había heredado su independencia de la madre soltera que la había criado. No le gustaba depender de nadie. Pero, en ese caso, las cosas eran distintas. Tenía que pensar en el bienestar de su hijo.
El hijo de los dos.
–No, Dil, no lo aceptará con facilidad. Pero estoy convencido de que lo que ha pasado en su casa y el coche que la seguía están relacionados. Espero que se atenga a razones, pensando en Beau.
En ese instante, llegaron tres coches patrulla.
–Ha llegado Pete. Te llamaré luego, Dil.
Keisha miraba al policía, presa de la confusión.
–¿Cómo que venían buscándome a mí?
Pete se apoyó en la encimera de la cocina.
–Has comprobado que no te falta nada de valor, ni siquiera el vaso lleno de monedas de oro que tienes en tu cómoda. Mi conclusión es que la persona que ha hecho esto no ha robado nada porque lo que quiere es asustarte.
Eso no tenía sentido, pensó Keisha.
Por suerte, sus vecinos de al lado, que tenían un niño de la edad de Beau, se habían ofrecido a ocuparse de su hijo durante el interrogatorio. Con Canyon y Pete a su lado, había recorrido todas las habitaciones, que estaban destrozadas. Los intrusos habían dado la vuelta a sofás y sillones, habían tirado por el suelo los cojines y todas sus revistas. En la cocina, habían sacado la harina y la habían esparcido por el suelo. Ninguna habitación había quedado intacta… ni siquiera la de Beau. Habían roto algunos de sus juguetes favoritos. Y, en el dormitorio de ella, las ropas estaban esparcidas por el suelo, algunas rasgadas, además habían dejado abierto el grifo de la bañera para inundarlo todo.
Pete tenía razón. No faltaba nada de valor. Ni siquiera la colección de monedas que su madre le había regalado para Beau, ni los caros bolsos que guardaba en el armario, ni las televisiones de plasma. Lo único que el intruso había hecho había sido destrozarlo todo, como para advertirla de algo. Sin embargo, ella no tenía ni idea de qué se trataba.
–Piense bien, señorita Ashford. ¿Está trabajando en algún caso delicado? ¿Hay alguna razón para que alguien quiera asustarla?
A ella no se le ocurría ninguna. Tampoco pensaba que nadie quisiera vengarse de ella por su trabajo. Había ganado todos los casos en los últimos meses, excepto uno. Y ninguno de ellos había sido especialmente peliagudo.
–No se me ocurre nada, oficial.
Pete asintió y se guardó el cuaderno de notas en el bolsillo.
–Si le viene algo a la cabeza más tarde, hágamelo saber. Le entregaré el caso a un detective. También tenemos que investigar el coche que la seguía antes, del que me informó Canyon.
Keisha casi lo había olvidado.
–¿Crees que las dos cosas están relacionadas? –preguntó Canyon.
–Ahora mismo, Canyon, no descarto nada. Si no hubieras espantado al tipo que la seguía, tal vez habría podido averiguar algo. Pero supongo que es mucho esperar que un Westmoreland haga lo que se le dice.
Canyon se encogió de hombros, suspirando.
–¿Y ahora qué?
–Estamos buscando el vehículo. Voy a sacar vídeos de las cámaras que hay en los semáforos de la zona. Espero que nos revelen algo. Aunque ya sabemos que era un Ford negro robado, si tenemos una foto podemos determinar si tenía alguna marca que facilite su identificación. Quiero encontrar a la persona que hizo esto.
–Y yo.
Su tono amenazador llamó la atención de Pete y Keisha. Aunque, en cierto modo, a ella no le sorprendía su reacción. Había percibido que, mientras la había acompañado en su recorrido por la casa, Canyon había estado cada vez más furioso, sobre todo, cuando habían visto cómo había quedado el dormitorio de Beau.
–No le aconsejo que se quede aquí esta noche –señaló Pete, mirando a Keisha–. Quien hizo esto puede volver a burlar el sistema de seguridad.
–No se quedará aquí –se apresuró a decir Canyon, antes de que ella pudiera hablar–, se viene conmigo.
–Buena idea –observó Pete, dando el asunto por zanjado.
–Un momento. Me iré a un hotel.
–Nada de eso –negó Canyon.
–Claro que sí.
–No.
–Si no os importa, arreglad esos detalles entre vosotros –indicó Pete, aclarándose la garganta–. Si recuerda cualquier cosa, señorita Ashford, llámeme. De todos modos, el detective Ervin Render se pondrá en contacto con usted enseguida.
En cuanto Pete se hubo ido, Keisha se volvió hacia Canyon.
–Espera un momento, Canyon Westmoreland. ¿Por qué iba a quedarme contigo cuando puedo ir a un hotel? Además, donde yo vaya no es asunto tuyo.
En vez de amedrentarse ante su tono decidido, Canyon dio un paso hacia ella con gesto fiero.
–Si estuvieras sola, puede que te dejara hacer lo que quisieras, ya que la decisión que tomaste hace tres años demuestra lo poco que confías en mí. Si crees que soy capaz de decirte que te amo y acostarme con otra mujer… en tu cama…
–Sé lo que vi, Canyon –replicó ella, tensa.
–¿Y qué viste? ¿Me viste haciendo el amor con Bonita? ¿Abrazándola? No. Me viste solo saliendo del baño después de la ducha, cuando descubrí a Bonita tumbada en tu cama.
–¡Estaba desnuda! –le espetó ella, llena de rabia.
–Yo la vi al mismo tiempo que tú. Te conté lo que había pasado. Bonita fue a tu casa a buscarte justo cuando yo acababa de llegar del gimnasio. Estaba disgustada porque se había peleado con su novio, Grant Palmer, y yo le ofrecí una copa para que se calmara. Me pidió que la acompañara y no vi razón para negarme. Después, me dio las gracias y me preguntó si se podía quedar un rato para recomponerse, pues estaba demasiado disgustada para volver a su casa conduciendo. Le dije que sí, pero que yo iba a darme una ducha. Esperaba que se hubiera ido cuando