Ardiente atracción - Un plan imperfecto. Brenda Jackson

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Ardiente atracción - Un plan imperfecto - Brenda Jackson Libro De Autor

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tu amiga Bonita.

      –¿Por qué iba ella a mentirme? Estaba prometida con Grant.

      –Quizá eres tú quien debe responder a esa pregunta, ya que Bonita desapareció hace tiempo.

      Su comentario le recordó a Keisha que Bonita había muerto en un accidente de coche hacía un año.

      –No voy a perder el tiempo hablando de nuestro dramático pasado –señaló Canyon, sacándola de sus pensamientos–, de lo que quiero es hablar de nuestro hijo… Y, si quieres ir a un hotel, sin importarte quién te ha seguido y quién ha hecho esto en tu casa, hazlo. Pero mi hijo no irá contigo.

      –¿Quién diablos te crees que eres para decirme dónde puede ir mi hijo? –preguntó ella, dando un paso al frente para mirarlo a los ojos.

      –Su padre. Y, si pudieras dejar de lado tu odio, comprenderías que lo mejor para vosotros dos es venir a mi casa conmigo. ¿Acaso te vas a sentir segura viviendo aquí?

      –He dicho que me voy a un hotel.

      –¿Y si la persona que te seguía descubre dónde estás? Todavía no sabes por qué te persiguen. Diablos, ni sabes si es un hombre o una mujer. Creo que debes pensártelo dos veces, teniendo en cuenta la seguridad de Beau.

      Keisha se mordió el labio. ¿Estaba Canyon intentando asustarla a propósito? Mirando a su alrededor, respiró hondo. Él tenía razón. Hasta que descubrieran quién le había hecho eso en su casa y por qué, la seguridad de Beau debía ser su prioridad. Y sabía que el niño estaría seguro con su padre.

      ¿Pero qué pasaba con ella? Canyon no la lastimaría físicamente, aunque emocionalmente… Él seguía insistiendo en que era inocente, a pesar de que ella sabía lo que había visto esa noche.

      Keisha recordó cómo Bonita había admitido entre lágrimas que no había planeado acostarse con él, que había sucedido sin más.

      Bonita estuvo disgustada después de una pelea con su novio y, para calmarla, Canyon se había tomado una copa con ella. Los dos se habían emborrachado y habían hecho el amor en el suelo del salón. Canyon se había dado una ducha después y le había pedido a Bonita que lo esperara en la cama.

      Pero Keisha había regresado a casa antes de lo esperado y se había encontrado con la terrible escena.

      Sí, Canyon había fingido estar tan sorprendido como ella de ver desnuda a Bonita, pero ella no se había creído su historia entonces, ni la creía en el presente. Había encontrado dos vasos vacíos de vino y las ropas de Bonita esparcidas por el suelo del salón.

      Sin embargo… ¿y si la versión de Canyon fuera cierta? ¿Y si todo hubiera sido un montaje de Bonita?

      –Se está haciendo tarde, Keisha, tenemos que irnos.

      Ella lo miró a los ojos. ¿Podía pasar veinticuatro horas con Canyon sin pelearse? Al día siguiente era sábado y tenía cita en la peluquería para llevar a Beau, iba a hacer la colada, comprar comida y lavar el coche. Tendría que cambiar de planes y llamar a alguien para que le limpiara la casa. Lo que más le preocupaba era proteger a su hijo.

      –Solo una noche –aceptó ella–. Me quedaré una noche –repitió y, al pensar en todo lo que había que hacer en su casa, añadió–: O dos.

      Canyon frunció el ceño con desesperación.

      –Bien, una o dos noches. Pero puedes quedarte todo el tiempo que quieras. Hay un loco suelto y, hasta que Pete y ese detective lo encuentren, tengo la intención de protegeros a ti y a Beau.

      Ella se mordió la lengua para no decirle que no le hacía falta, pues era mentira. La verdad era que, con tanta incertidumbre a su alrededor, Beau y ella… lo necesitaban.

      Capítulo Tres

      –Siéntete como si estuvieras en tu casa.

      Keisha entró en el vestíbulo de Canyon y pensó que debía de estar de broma. Aquello no parecía una casa, sino un castillo de película.

      Habían llegado de noche y no había reparado en lo enorme que era el edificio hasta que los faros del coche lo habían alumbrado.

      Canyon había estado diseñando los planos de la casa cuando ella se había ido de la ciudad. Había oído que, después de la muerte de sus padres, sus hermanos y él habían heredado un gran terreno, excepto Dillon, a quien le había tocado la mansión de la familia.

      Canyon y varios de sus hermanos habían vivido en la mansión familiar hasta que Dillon, el mayor, se había casado. Entonces, los demás habían decidido construirse sus propias casas. Canyon no había tenido mucha prisa al principio y se había mudado, junto con su hermano Stern, a casa de Jason. Luego, se había mudado con ella.

      –¿Qué te parece? –quiso saber él, sosteniendo al niño dormido en sus brazos.

      Ella se quedó mirándolo, en un salón que era tres veces el de su casa.

      –¿Puedo preguntarte algo, Canyon?

      –¿Qué?

      –¿Para que necesita un hombre soltero tanto espacio?

      –Si esto te parece grande, deberías conocer El Caserío de Micah, La Guarida de Derringer, La Estación de Riley y El Escondite de Zane.

      Ella sonrió.

      –Ya veo que les habéis puesto nombres. Me gustan –señaló ella– Debes de haber pagado una fortuna por la decoración.

      Canyon rio.

      –Me gustaría poder decir que mi prima Gemma me hizo un precio especial, pero la verdad es que me salió muy caro, sí –repuso él con una sonrisa.

      –Hizo un buen trabajo –comentó ella.

      Una de las cosas que más le había gustado de Canyon cuando lo había conocido había sido lo mucho que quería a su familia. Le había hablado mucho de ellos, aunque ella nunca había querido conocerlos. Lo cierto era que, aunque el sexo entre ellos había sido magnífico, nunca había creído que su relación pudiera durar.

      Sin embargo, Canyon había empezado a ganarse un lugar en su corazón y, a los seis meses de estar juntos, lo había invitado a vivir con ella. La convivencia había sido muy buena y se habían llevado muy bien… hasta que él la había traicionado.

      –La habitación de invitados está lista, pero no tiene cama de niños.

      –No pasa nada. Puede dormir conmigo.

      –De acuerdo. Es por aquí –indicó él.

      Keisha lo siguió por una escalera de caracol, observándolo todo a su paso. Los techos eran altos, las paredes estaban pintadas de colores, los suelos tenían bonitos azulejos y había lámparas talladas de cristal. Todo realzaba la elegancia y el estilo de la casa. Sin duda, se notaba que había sido decorada por una mujer.

      –Por desgracia, tampoco tengo la casa a prueba de niños.

      Ella

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