Ardiente atracción - Un plan imperfecto. Brenda Jackson

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Ardiente atracción - Un plan imperfecto - Brenda Jackson Libro De Autor

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Pero vine y te encontré con Bonita.

      A Canyon se le encogió el estómago de rabia. Hasta ese momento, había creído que era posible tener una conversación civilizada con Keisha. Pero, al saber que ella había intuido lo de su embarazo antes de irse de viaje de trabajo en aquella ocasión y no se lo había contado, pensó que era demasiado.

      –Ven conmigo, por favor. No quiero despertar a Beau.

      Keisha lo siguió. Por su tono de voz, adivinaba que estaba furioso. Era mejor que se enfrentaran a la verdad cuanto antes. Él la condujo hasta la cocina, sacó dos sillas y se quedó de pie, esperando que ella se sentara.

      Al ver cómo él fruncía el ceño cada vez más, Keisha se sentó y levantó la barbilla.

      –¿Tienes más preguntas, Canyon?

      –Sabes muy bien que sí –repuso él, echando humo por la nariz. Entonces, se quedó callado unos segundos, como si necesitara tiempo para controlar su enfado–. No pienso repetirte que soy inocente de lo que pasó esa noche. Además, si te soy sincero, no me importa lo que pienses. Porque, si preferiste creer una mentira en vez de a mí, es que no merecías mi amor. Me niego a sentirme culpable por lo que pasó.

      Su acusación hizo que ella se encogiera, no por su brusco tono de voz, sino por lo que decía. De pronto, la sombra de la duda le hizo mella. ¿Y si se había equivocado? ¿Y si Bonita había mentido? ¿Y si él era inocente y lo había juzgado mal?

      No podía dar crédito a esa posibilidad. La versión de Bonita había sido muy verosímil. Sin embargo…

      –¿Me odiabas tanto que no quisiste decirme que iba a ser padre? –preguntó él, tenso.

      –Ya no estábamos juntos y…

      –¿Y qué? –la interrumpió él.

      –Después de un tiempo, pensé que, si te decía que estaba embarazada, dudarías de que Beau fuera tuyo.

      Canyon se quedó mirándola en silencio, más y más furioso.

      –Eso es una mentira y lo sabes. No tenía razón para pensar que el niño no fuera mío. Yo confiaba en ti, no como tú. Esa excusa no cuela. Y tampoco puedo aceptar que no me lo contaras todas las veces que me has visto en Denver desde que volviste. ¿Acaso piensas que no tenía derecho a saberlo?

      Keisha decidió ser honesta con él.

      –No. Lo que me hiciste es imperdonable y te dejó sin derechos en lo que a mí y al niño se refiere. Además, lo último que quería era que eso te hiciera sentirte obligado a atarte a una mujer a la que está claro que no querías.

      –Sí te quería –afirmó él, acercándose más a la mesa–. Te lo había dicho muchas veces.

      –Pero luego me demostraste que tu amor era falso.

      –Me has apartado de mi hijo durante dos años porque no creías que te amaba, porque creías que te había traicionado –le espetó él, sin poder ocultar su furia–. Lo que has hecho es imperdonable. Un día, descubrirás que la única mentira aquí es la que tú has creído durante tres años. Te equivocaste conmigo y, cuando descubras la verdad, quiero que pienses muy bien lo que nos has hecho a Beau y a mí.

      –Beau me tenía a mí –señaló ella, poniéndose más tensa.

      –¿Y tú ibas a hacer de madre y de padre?

      –Una mujer hace lo que tenga que hacer cuando no hay un padre presente. Así lo hizo mi madre.

      –Pero tú no me diste la oportunidad de estar presente –se defendió él–. ¿Se trata de eso, Keisha? Como tu padre no quiso reconocerte, asumiste que yo tampoco iba a querer reconocer a mi hijo, ¿no es cierto? No solo no confiabas en mí, sino que pensaste que era tan idiota como lo había sido tu padre.

      Sus palabras la hirieron como flechas.

      –Ha sido un error venir esta noche.

      –Ya has cometido varios errores, Keisha –repuso él–, pero venir aquí no ha sido uno de ellos. Estoy seguro de que, algún día, te darás cuenta de que te equivocaste respecto a mí y al alejarme de mi hijo –afirmó e hizo una pausa–. Pero te advierto de que Beau y yo no vamos a volver a separarnos.

      –¿Qué quieres decir? –preguntó ella, presa del desasosiego.

      –Lo que he dicho. Si intentas separarme de mi hijo otra vez, te llevaré a juicio y lucharé por la custodia.

      –¿Me quitarías a mi hijo? –inquirió ella, lanzando un grito.

      –¿No me has hecho tú a mí lo mismo? No me dejaste estar en el embarazo, ni en el nacimiento, ni ver sus primeros pasos, ni oír sus primeras palabras. Me negaste mi derecho a todas esas cosas. Por eso, sí, te lo quitaría sin pestañear. Y tengo medios para hacerlo.

      Ella exhaló con frustración.

      –Pelearnos no nos conducirá a nada, Canyon.

      –Ya lo sé. Pero quiero dejarte clara mi postura –indicó él, y se puso en pie–. El detective Render ha llamado cuando estabas arriba. Vendrá mañana a mediodía para hablar contigo –informó–. Y ha llamado Pam.

      Ella sabía que Pam era la mujer de Dillon.

      –¿Y?

      –Nos han invitado a desayunar a las nueve.

      –No creo que…

      –En este momento, no importa lo que creas. Es hora de que mi familia conozca a mi hijo.

      –Iré, pero no fingiré.

      –¿Fingir qué? –preguntó él con rostro pétreo–. ¿Que estamos enamorados? ¿Que somos una familia? ¿Que no me odias porque crees que te traicioné, tanto como para quitarme a mi hijo durante dos años? No, Keisha, no quiero que finjas sentir nada por mí porque te aseguro de que yo no voy a fingir tampoco.

      Keisha tragó saliva con el corazón galopándole en el pecho. En otras palabras, Canyon pensaba dejar claro a su familia lo mucho que la despreciaba.

      –Bien –dijo ella con voz temblorosa–. Es tarde y quiero acostarme. Si puedes traerme mis cosas del coche, te lo agradecería.

      Keisha no había querido llevarse ninguna de sus cosas allí. Se le ponía la piel de gallina solo de imaginar que alguien las había tocado antes de tirarlas por el suelo. De camino, Canyon había parado en unos grandes almacenes, donde ella había comprado cosas de aseo, un vestido para el día siguiente y un pijama para dormir. Por suerte, siempre llevaba una muda para Beau en el coche para casos de emergencia.

      Iría de compras al día siguiente, de camino a un hotel, pensó ella. Y estaba segura de que, después de hablar con el detective, se iría a un hotel.

      De ninguna manera podía quedarse con Canyon una noche más.

      Una hora más tarde, Canyon se fue a la cama, pero no pudo dormir. Estaba demasiado enfadado. Se sentía ultrajado. ¿Cómo se atrevía Keisha a negarle tantas cosas? Se había quedado sin su amor

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