Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora. Fiona Brand

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Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora - Fiona Brand Ómnibus Deseo

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ahora. Y en cuanto a nuestro bebé, ya casi es una mujer hecha y derecha, así que no hay vuelta atrás. La sola idea de una venganza es absurda.

      –Nada lo es. Recuérdalo.

      –¿Por qué no hablamos de su hijo entonces? ¿No tiene que asistir a un partido o algo así?

      –Muy bien –Salvatore levantó las manos–. Te lo voy a decir muy clarito. Está bien que quieras proteger a Celia. Pero tienes que aceptar que tus sentimientos por ella no son absurdos. Eso es lo único que puedes hacer si quieres seguir adelante con tu vida –dijo Salvatore.

      Un segundo después ya no estaba allí. Había desaparecido tan silenciosamente como había llegado. Malcolm se quedó solo en el balcón. Tenía que entrar y dormir, cargar las pilas para la actuación, cuidarse la voz, protegerse del frío. Sin embargo, no era capaz de dejar de mirar la Torre Eiffel. Teniendo en cuenta lo que Salvatore le había dicho, no tenía muchas posibilidades de dejar atrás el pasado. Por mucho que intentara seguir, seguía sintiendo mucha culpa por todo lo que había pasado. Y aún tenía sentimientos por Celia, sentimientos que no iban a desaparecer por mucho que los ignorara. ¿Por qué se negaba lo que más deseaba en ese momento? Nada le impedía intentar convencer a Celia para meterse en su cama de nuevo.

      Y el concierto, que tendría lugar al día siguiente, era la ocasión perfecta para empezar.

      Jugueteando con su collar de perlas de cultivo, Celia se quedó en el backstage con Hillary. Micrófono en mano, Malcolm recorría el escenario de un lado a otro, dándoles lo mejor de su voz a las hordas de féminas enloquecidas. Sus gritos rivalizaban con el sonido de la banda.

      Por lo menos Hillary y Jayne Hughes, otra amiga en común, le hacían un poco de compañía. Jayne estaba casada con otro compañero de Malcolm del colegio. Todas habían ido a verle con sus maridos, pero también estaban allí para cuidarla.

      Si bien Hillary resultaba de lo más cercana con sus vaqueros y la cara lavada, Jayne estaba tan increíblemente elegante con ese vestido que llevaba, que Celia tuvo que resistir el impulso de retocarse el maquillaje. Se alisó el vestido de seda que había escogido. Malcolm le había mandado un enorme perchero lleno de ropa para que tomara lo que quisiera.

      Había pasado el día fuera, probando el sonido.

      –Es un tanto abrumador –le dijo la rubia y refinada Jayne.

      Hillary se puso de puntillas para ver mejor.

      –Y es increíble.

      –Abrumador.

      De repente Celia se dio cuenta de que Jayne Hughes realmente se preocupaba por ella.

      –Adelante. Ve y pregunta.

      –¿El qué? –preguntó Jayne.

      –Por qué estoy aquí. Por qué estoy con Malcolm –miró hacia el escenario.

      Malcolm se estaba sentando frente a un piano. En el pasado solía sentarse a su lado y tocaba con él, o le acompañaba a la guitarra.

      –O a lo mejor ya conoces la historia.

      –Solo sé que Malcolm y tú crecisteis en la misma ciudad, y habéis venido aquí para huir de un acosador –Jayne se alisó su impecable cabello. Le llegaba hasta los hombros y llevaba un corte perfecto.

      Era la esposa perfecta para el magnate de un casino.

      Celia volvió a mirar hacia el escenario. La dulce voz de barítono de Malcolm la envolvía.

      –Nos conocemos desde que éramos niños. Salíamos juntos cuando estábamos en el instituto.

      Jayne echó la cabeza a un lado.

      –Eres distinta a las otras mujeres con las que se le ha visto.

      Celia se preguntó si se refería a las mujeres con las que realmente salía, o a las que aparecían en las fotos.

      –¿De qué manera soy distinta?

      –Eres lista.

      –Seria –añadió Hillary.

      –Y no te pegas a él como una lapa.

      –Culta –dijo Hillary.

      Según la descripción, era la persona más aburrida del mundo.

      –Gracias por el… eh…

      –Cumplido –dijo Hillary–. Desde luego. Malcolm no es tan superficial como quiere aparentar ser.

      Jayne empezó a mover un pie al ritmo de la música. Era una de las canciones más animadas de Malcolm.

      –Conocí a Malcolm hace siete años. En todo ese tiempo, nunca le he visto con amigos que no fueran sus colegas del colegio. Incluso su representante fue a la escuela militar con él.

      Hillary levantó un dedo.

      –Y está muy apegado a su madre. Claro.

      Celia sonrió tensamente.

      –Debes de haber sido muy importante para él –dijo Jayne. Los ojos se le habían iluminado.

      –Tenemos una historia.

      –Y somos unas curiosas –añadió Hillary–. No nos hagas caso, Celia. Vamos a disfrutar del concierto.

      Celia se volvió hacia el escenario. Un solitario foco apuntaba hacia una silla vacía con una guitarra apoyada contra ella. Malcolm se sentó y apoyó la guitarra en la rodilla.

      –Tengo una nueva canción que me gustaría compartir con todos vosotros esta noche. Es una canción muy sencilla, que viene directa del corazón.

      Celia aguantó las ganas de poner los ojos en blanco, recordando cómo le había dicho que no creía en las canciones de amor de cantaba.

      Pero con el primer roce de sus dedos contra las cuerdas, tuvo que contener la respiración. El estómago se le agarrotó.

      Cada acorde rasgado y tocado confirmaba sus peores temores. Le tocaba el alma y la hacía estremecerse de pies a cabeza. Aquello era un golpe bajo, injusto, con el objetivo de hacerla derrumbarse. No sabía si llorar o gritar mientras él cantaba las primeras notas de aquella canción que había hecho para ella tantos años antes.

      Cantó Playing for Keeps.

      Capítulo Ocho

      La melodía de Playing for Keeps seguía retumbando en su cabeza incluso después de haber terminado el primer bis, recordándole aquella época en la que sí creía en ello. El público confiaba en aquel mensaje simple y sensiblero.

      Malcolm salió del escenario por el lado derecho. A lo mejor no había sido una buena idea usar esa canción para llegar al corazón de Celia. No era capaz de ver la expresión de su rostro en la oscuridad y eso le ponía cada vez más inquieto. Por suerte sus colegas de la Hermandad Alfa estaban ahí con ella.

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