Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora. Fiona Brand

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Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora - Fiona Brand Ómnibus Deseo

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      El buzón de entrada de Malcolm se llenó de información acerca del director con el que había salido Celia. El tipo había ganado premios y tenía un historial impecable. Todo apuntaba a que era un buen hombre.

      ¿Pero por qué no tenía la custodia compartida de sus hijos? Era algo extraño, sobre todo para un hombre que era director de un colegio. Malcolm tecleó una respuesta para Salvatore y cerró el teléfono.

      Se volvió. Rowan estaba en el umbral, observándole.

      –Maldito seas, Rowan. Podrías haber dicho algo para saber que estabas ahí.

      –Pareces un poco ronco, colega. ¿La gira ya le está pasando factura a tus cuerdas vocales? Puedo hacerte un chequeo si quieres.

      –Estoy bien. Gracias… ¿Algo más?

      –En realidad, sí. ¿Por qué te estás haciendo daño volviendo a estar con ella?

      –Tú eres el bueno. Pensaba que lo ibas a entender. La decepcioné del todo en el pasado.

      Malcolm echó a andar hacia la puerta de su dormitorio.

      –Tengo que recompensarla por ello. Tengo que terminar con esto.

      –¿Y vas a alejarte de ella sin más cuando sepas quien la acosa?

      El sarcasmo de Rowan era evidente. No se creía ni una palabra de lo que le había dicho.

      –Ella no quiere la clase de vida que yo llevo. Y yo no encajo en la suya.

      Lo último que quería era volver a Azalea, Mississippi.

      –Me prometí a mí mismo que no me implicaría. Lo que teníamos solo fue un amor de adolescencia.

      –¿Y qué pasa si alguien entra en su casa dentro de un mes? ¿Y si un estudiante le pincha las ruedas del coche? ¿Vas a venir corriendo para ayudarla?

      La lógica de Rowan era aplastante.

      –¿Por qué no dejas de hablar como un imbécil ya?

      Pasó por su lado a toda velocidad y volvió a entrar en el salón.

      Adam se echó hacia atrás en su silla y le llamó.

      –Deja de titubear. O vas a por ella o no, pero ya es hora de tomar un camino.

      –Maldita sea, Adam –Malcolm se detuvo frente a la mesa redonda–. ¿Crees que podrías hablar un poco más bajo? No creo que te hayan oído en Rusia.

      Miró hacia la habitación de Celia un instante y entonces se sentó por fin.

      –¿Ir a por ella? –repitió el magnate de los casinos–. Mi mujer se partiría de risa si oyera eso. Hermano, son ellas las que van a por nosotros. En cuerpo y alma.

      Elliot hizo una mueca.

      –Ya empiezas a sonar como una de esas canciones cursi de Malcolm… ¿Playing for Keeps? En serio, hombre. Dinos la verdad. Esa la escribiste para llevarte lo tuyo –dijo, riéndose.

      Malcolm tuvo ganas de darle un puñetazo, pero se contuvo.

      –Espero que seas muy feliz cuando te hagas viejo y te veas solo con tus coches de carreras y un gato –recogió sus cartas–. Bueno, ¿vamos a jugar al póker o qué?

      Aunque quisiera restarle importancia a todo lo que le habían dicho sus amigos, no podía negar que sus palabras habían hecho mella. Esa noche la dejaría en paz, pero por la mañana encontraría la forma de volver a meterse en su cama. Seducirla no era lo mismo que enamorarse de ella. Él era capaz de establecer una diferencia, y ella también.

      Ya era hora de dejar de glorificar lo que había ocurrido en el pasado.

      Celia se volvió hacia el sol de la mañana. El barco se mecía suavemente bajo sus pies sobre las aguas del Sena. Hillary Donovan le había dicho que darían una vuelta por la ciudad antes de salir hacia el próximo destino de la gira. Eran un grupo tan grande de gente… El colegio al que habían asistido les unía, pero aún así, Celia no lograba entender por qué Malcolm se rodeaba de estrellas tan rutilantes como él. Normalmente los artistas se hacían con un séquito de adoradores, no de otras estrellas… Malcolm Douglas parecía tener un ego muy pequeño.

      Una ráfaga de viento azotó el barco, agitándole la blusa. Necesitaba respirar ese aire fresco antes de volver a ver a Malcolm. No había ido con ellos en la limusina esa mañana. Seguramente se habría quedado a dormir la mañana. Debía de estar agotado después del concierto.

      La imagen de la Torre Eiffel dominaba el paisaje urbano de esa ciudad de ensueño. Necesitaba esa oportunidad para airear la mente antes de volver a ese jet claustrofóbico.

      Había pasado la noche en vela, recordando cómo había cantado la canción ante miles de personas. Malcolm había usado ese pedacito de su historia para jugar con sus emociones. Él siempre había estado muy motivado. Nada se había interpuesto en su camino jamás, pero nunca le había creído cruel… hasta ese momento. La brisa le agitó el cabello. Se agarró del pasa–manos de metal del barco.

      –¿Por qué me ignoras? –dijo una voz masculina a sus espaldas.

      Era él.

      Celia se volvió lentamente y le hizo frente. El pasado y el presente se fundieron en un instante; vaqueros desgastados, zapatos de firma y una chaqueta. Llevaba también gafas de sol y una gorra de béisbol. Seguramente querría esconder su identidad, pero ella le hubiera reconocido en cualquier sitio.

      Todos los demás estaban al otro lado del bote. La habían dejado sola. Sola, con Malcolm.

      Celia parpadeó rápidamente. La luz del sol incidía sobre su espalda, recortando su imponente silueta.

      –Creía que seguías en el hotel, durmiendo.

      –Subí al barco antes que todos vosotros. No quería que la prensa me encontrara –capturó un mechón de pelo que flotaba en el aire y se lo sujetó detrás de la oreja–. Volviendo a mi pregunta… ¿Por qué me evitaste anoche, después del concierto?

      –¿Evitarte? –Celia se apartó un poco–. ¿Por qué iba a hacer eso? No estamos en el instituto.

      –No has vuelto a hablar conmigo desde anoche, después del concierto –Malcolm frunció el ceño y metió las manos en los bolsillos de los vaqueros–. ¿Estás enfadada porque te besé en el avión?

      –¿Debería enfadarme porque me has besado sin pedirme permiso? ¿O debería enfadarme por todas esas fotos que han salido en los tabloides y en las revistas? Oh, y no olvidemos los programas de cotilleos de la tele. Estamos… Y cito textualmente… “De moda en París”.

      –Entonces es por eso que no quieres hablar conmigo –se tocó la sien, justo por debajo de la gorra de béisbol.

      –En realidad, eso ya lo tengo superado. Pero la forma en que te burlaste de mí… tocando una canción que escribiste para nosotros cuando estábamos en el instituto –Celia sintió que la rabia bullía en su interior–. ¿No dijiste que no era más

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