Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora. Fiona Brand

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora - Fiona Brand страница 18

Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora - Fiona Brand Ómnibus Deseo

Скачать книгу

–le preguntó, tratando de no mirar a sus amigos.

      Troy y su esposa estaban justo detrás, riéndose.

      Malcolm puso su mano sobre la de ella. Sus ojos azules la atravesaban.

      –Solo me estaba asegurando de que el mundo sepa que eres mía. Cualquiera que quiera hacerte daño tendrá que vérselas conmigo.

      Comenzó a bajar los peldaños de la escalera, llevándola consigo. Celia se aferraba a él. Las piernas todavía le temblaban un poco después de ese beso que le había dado delante de la gente y las cámaras.

      Una limusina blanca les esperaba a unos metros de distancia.

      –Pensaba que íbamos a ser amigos que viajan juntos, compañeros de viaje. ¿Por qué te preocupaste tanto porque la prensa pudiera vernos en un hotel?

      –No quería reconocerte hasta que estuvieras segura.

      –¿No fuiste tú el que se burló del amor adolescente cuando íbamos en la limusina?

      Los ojos azul cerúleo de Malcolm la recorrieron de arriba abajo.

      –Cariño, esto no tiene nada que ver con el amor adolescente, pero sí tiene mucho que ver con la pasión adulta. Con las cámaras delante las veinticuatro horas, sería imposible mantener una mentira. Esos fotógrafos se quedaran con el hecho de que te deseo tanto que me duelen los dientes.

      Celia sintió que se le atragantaba el aliento.

      –No sé qué decir.

      Malcolm se detuvo junto a la limusina. Saludó a la gente de nuevo y entonces volvió a mirarla con ojos de adoración. Todo era una farsa.

      La ayudó a entrar en el vehículo y subió tras ella.

      –Celia… –se apresuró a decir antes de que subieran Troy y Hillary–. Antes que mentir al respecto y levantar las sospechas de la prensa, es mejor ser sinceros sobre la atracción que sentimos. Tengo que decirte que… te besaré y te tocaré en público muy a menudo a partir de ahora.

      Celia sintió un hormigueo que le recorría el vientre.

      –Pero ya te lo he dicho. No podemos hacer esto. No podemos volver atrás. No voy a meterme en tu cama de nuevo.

      –No importa –Malcolm le dio un beso en la punta de la nariz–. Tus ojos hablan por sí solos –le dijo en un susurro–. Las cámaras captarán la verdad.

      Celia apenas podía tomar el aliento. La piel le ardía allí donde él la había tocado, donde la había besado.

      –Dímelo, Malcolm. ¿Qué verdad es esa?

      –Cariño, me deseas tanto como te deseo yo a ti –extendió un brazo por encima del respaldo del asiento y guardó silencio.

      Troy y Hillary acababan de subir al coche.

      Hillary sonrió de oreja a oreja.

      –Bienvenidos a París, la ciudad del amor.

      Malcolm estaba solo en el balcón del hotel. La Torre Eiffel estaba justo delante. Celia y los Donovan ya se habían ido a dormir a sus respectivas habitaciones. Pero Malcolm no era capaz de encontrar el sueño. Solía soñar con llevar a Celia a París. Imaginaba que la llevaba a un concierto y le proponía matrimonio en un sitio con unas vistas como esas.

      De repente sintió el peso de unos ojos en la espalda. Se dio la vuelta bruscamente.

      El coronel John Salvatore estaba en la puerta, con su traje gris de siempre y su corbata roja. El coronel trabajaba en la sede de la Interpol, en Lyon.

      –Buenas noches, señor. Podría haber llamado, ¿sabe? ¿Alguna novedad?

      –Nada –el antiguo director del colegio se paró a su lado–. He venido a tu concierto. Quería saludarte, Mozart.

      Solían llamarle así en el colegio por todas las horas que pasaba tocando música clásica.

      –Le agradezco el refuerzo en la seguridad, Salvatore. Lo digo de verdad. Descansaré mucho más sabiendo que Celia está segura hasta que las autoridades arreglen el problema en casa.

      El coronel se aflojó la corbata, se la quitó y se la guardó en el bolsillo.

      –¿Seguro que sabes lo que haces?

      Malcolm sacudió la cabeza. Sus ojos seguían fijos en la Torre Eiffel.

      –No. Pero no puedo echarme atrás ahora.

      –¿Tienes algún tipo de venganza personal en contra de ella?

      –¿Qué? Pensaba que me conocía bien.

      –Sé lo mal que estabas cuando apareciste en el colegio.

      –Todos estábamos mal.

      –Intentaste huir tres veces.

      –No quería que me encerraran.

      –Al intentar huir te arriesgaste a terminar en la cárcel –Salvatore apoyó los codos en la barandilla.

      El suelo estaba siete pisos por debajo. El tráfico, escaso a esa hora, pasaba a toda velocidad. Muchachos que andaban de fiesta por las calles de París entraban por la puerta del hotel en ese momento.

      –Pero usted nunca informó de mis intentos de huida.

      –Porque sabía que eras uno de los pocos chicos que llegaban a esa escuela siendo inocentes.

      Malcolm se puso erguido. Aquello era toda una sorpresa. Él nunca se había declarado inocente de nada y todo el mundo había dado por supuesta su culpabilidad, todos excepto Celia, pero incluso ella le había dado la espalda en el último momento. No la culpaba por ello, no obstante.

      –¿Cómo puede estar tan seguro?

      –He visto entrar por la puerta del colegio a muchos drogadictos y traficantes. Tú no tenías problemas de droga –dijo con contundencia–. Además, si hubieras tenido un problema de drogas, esta vida te hubiera matado hace mucho.

      Una risotada ebria les llegó desde la calle en ese momento.

      –Entonces cree en mí por las pruebas que tiene.

      –Los hechos no hicieron nada más que reforzar la corazonada que tenía. También sé que un hombre haría cualquier cosa por un hijo. Imagino que aceptaste ese trabajo en el bar con la esperanza de ganar suficiente dinero para mantener a Celia y a la niña. No querías que la diera en adopción, e imagino que querías quedarte con el bebé porque tu padre te había abandonado.

      –Maldita sea, coronel –Malcolm retrocedió y buscó una escapatoria que le permitiera huir de la verdad–. Pensaba que se había doctorado en historia, no en psicología.

      –No hace falta ser psicólogo para saber que proteges a tu madre todo lo que puedes. Entiendo que tienes motivos para guardarle resentimiento a tu padre biológico.

Скачать книгу