Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora. Fiona Brand

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Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora - Fiona Brand Ómnibus Deseo

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hasta el final. Era hora de enterrar el pasado y de mirar hacia el futuro. Los aplausos y ovaciones que oía a sus espaldas no significaban nada si no era capaz de arreglar las cosas con Celia de una vez y por todas.

      Estaba hermosa con ese vestido de seda color zafiro. No podía apartar la vista de su escote. Sus curvas femeninas siempre le habían vuelto loco y le robaban la habilidad de pensar.

      Quería tenerla desnuda entre sus brazos una vez más. Lo necesitaba más que respirar, más que hacer otro concierto o resolver otro caso de inteligencia. Tenerla en su cama se había convertido en una prioridad. Jamás desearía a una mujer tanto como a ella.

      Al acercarse, no obstante, se dio cuenta de que había cometido un gran error con la canción. Ella tenía los labios contraídos y los ojos le brillaban de pura rabia.

      Dolor.

      Malcolm se sintió como si acabaran de darle un puñetazo. No quería hacerle daño. Adentrándose en las sombras del backstage, le tendió una mano.

      –Celia…

      Ella levantó ambos brazos, manteniendo la distancia.

      –Un gran concierto. A las fans les encantó esa nueva canción tuya. Enhorabuena. Bueno, ahora, si me disculpas, tengo que irme a dormir. Parece que tengo muchos guardaespaldas, así que estoy más que protegida –sonrió un instante y entonces dio media vuelta.

      Hillary Donovan miró a Malcolm un momento. Le dio un codazo a Jayne y echó a correr tras Celia. Los guardaespaldas se dispersaron y rodearon a las mujeres con discreción.

      Malcolm se apoyó contra un palé de amplificadores de repuesto.

      De repente sintió una mano sobre el hombro. Troy Donovan estaba a su izquierda, y Conrad Hughes a la derecha. El magnate de los casinos estaba de mejor humor desde que se había reconciliado con su mujer.

      Troy le dio un golpecito entre los hombros.

      –¿Mujeres?

      –Siempre.

      –¿Un consejo? Dale espacio.

      –Pero no mucho, no vaya a pensar que la estás evitando –dijo Conrad, interrumpiéndoles.

      –Dale tiempo suficiente para que se calmen los ánimos, sea lo que sea lo que hayas hecho.

      –No puedo permitirme el lujo de darle tiempo, no con…

      –Un acosador –Troy terminó la frase–. Muy bien. Tiene guardaespaldas. Estaremos en la habitación de al lado, jugando a las cartas. Mientras tanto, tú les sonríes a los periodistas un rato y volvemos al ático cuanto antes.

      La propuesta era difícil de rechazar.

      El paseo en limusina por las calles de París fue una extraña experiencia a esas horas de la noche. El Arco del Triunfo brillaba en la distancia. Celia hacía todo lo posible por rehuirle la mirada y los demás trataban de conversar para llenar el incómodo silencio.

      Cuando por fin llegaron las mujeres pasaron a toda prisa por delante de los reporteros y entraron en el hotel. Malcolm apenas tuvo tiempo de reaccionar. En cuestión de minutos terminó frente a la puerta cerrada de Celia, en la suite del ático.

      Se volvió hacia el espacioso salón que conectaba todas las habitaciones.

      –Señores –dijo, frotándose la barbilla. Una fina barba de medio día le arañaba las yemas de los dedos–. No tenéis que quedaros aquí conmigo. Id a jugar a las cartas y pedid lo que queráis. Yo invito. Me voy a dormir.

      –Ni hablar –dijo Troy. No te vamos a dejar solo. Tú tampoco lo harías. El resto del grupo llega en…

      La campanita del ascensor privado de la suite sonó en ese momento.

      ¿El resto?

      Las puertas se abrieron. Dentro había tres hombres. Todos eran antiguos alumnos de aquel estricto colegio del norte de Carolina, compañeros de la Hermandad Alfa y reclutas de Salvatore en la Interpol.

      El primero en salir del ascensor fue Elliot Starc, conductor de Fórmula Uno al que su novia acababa de dejar por ser tan temerario al volante. Detrás estaba el doctor Rowan Boothe, reconocido médico que intentaba salvar la vida de miles de huérfanos en África. El último era el representante de Malcolm, Adam Logan, también conocido como El Tiburón. Hacía cualquier cosa por mantener a sus clientes en las noticias.

      Apartándose de la ventana, Malcolm se quitó la chaqueta.

      –Vamos a necesitar una mesa más grande.

      El mánager sonrió.

      –La comida y la bebida están de camino –se sentó en la silla más alejada–. Va a haber un montón de fans con el corazón roto ahí fuera en cuanto se den cuenta de que lo de Celia no es una simple aventurilla.

      No había forma de engañar a sus compañeros. Era mejor enfrentarse a sus preguntas directamente… y mentir.

      –Logan, no sé de qué me estás hablando.

      Conrad empezó a barajar las cartas.

      –En serio, hermano, ¿vas a ir por ahí?

      Rowan se sentó en una silla.

      –Pensaba que ya lo habías superado –dijo.

      –Es evidente que no –dijo Malcolm en un tono tenso.

      Todo lo que veía a su alrededor le recordaba a ella. Y solo era una habitación de hotel…

      Elliot se sirvió una copa.

      –¿Entonces por qué te mantuviste lejos de ella durante dieciocho años? A mí Gianna me ha dado con la puerta en las narices y por eso no tengo más remedio que mantenerme lejos de ella.

      –Era lo que quería Celia por aquel entonces. Ahora nuestras vidas han cambiado mucho. Hemos seguido adelante.

      Adam se dio un golpecito en la sien.

      –Dos músicos que se sienten atraídos el uno por el otro. Hmm… Todavía no entiendo cuál es el problema. ¿Por qué se supone que no estáis hechos el uno para el otro?

      –Romper fue lo mejor para ella –dijo Malcolm. Cada vez estaba más incómodo–. Le destrocé la vida una vez. Y se lo debo. Lo mejor que puedo hacer es mantenerme lejos.

      Logan siguió insistiendo.

      –Aunque la dejes ir, has hecho millones para darle en la cara a su padre.

      –O a lo mejor es que me gustan las cosas caras.

      Troy se echó hacia atrás en la silla. Se arregló la corbata.

      –Bueno, es evidente que no te lo estás gastando en ropa.

      –¿Pero quién te ha nombrado estilista? –Malcolm se desabrochó los puños y se remangó la camisa–. Empezad. Vuelvo enseguida.

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