Etiopía. Varios

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Etiopía - Varios Petit Futé

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a través del valle del Nilo, pero que también la expandieran los numerosos comerciantes romanos cristianizados presentes en el mar Rojo.

      Ezana y la llegada del cristianismo

      Con su llegada al poder a principios del siglo IV, el rey Ezana multiplicó las conquistas y extendió su dominio sobre el reino de Meroe y el suroeste de Arabia.Las inscripciones de la época indican que atribuyó sus éxitos al apoyo del Marhem invencible pero después dio las gracias al Señor del cielo y de la tierra. En poco tiempo la cruz sustituyó los símbolos paganos de las monedas, el soberano empezó a hablar del hijo de Dios y el cristianismo se proclamó la religión del estado.Se conoce la leyenda de esta conversión por el monje e historiador bizantino Rufino: mientras acompañaban a su maestro Metropius, un filósofo sirio que fue a visitar el reino africano, Frumentius y Edesio, sus dos estudiantes cristianos, fueron los únicos supervivientes de un naufragio que mató a la expedición.Llevados a la corte como esclavos, los sirios se ganaron el respeto de los gobernantes por su erudición. Y Frumentius, que se convirtió en el mentor de Ezana, obtuvo del rey la libertad de culto para las pequeñas comunidades cristianas, antes de incitarle a convertirse. Frumentius puso la nueva Iglesia bajo la autoridad del patriarca de Alejandría quien, a su vez, lo nombró primer obispo etíope. Limitada primero a una élite, la nueva religión se difundió después del Concilio de Calcedonia en 421, que provocó la separación de las iglesias monofisistas siria, egipcia y armenia de Roma y Bizancio. En los siglos V y VI, los legendarios nueve santos sirios (de diferentes provincias del Imperio Romano) se establecieron en Etiopía, tradujeron textos religiosos al ge’ez y fundaron varios monasterios, incluido el famoso Debre Damo.En el siglo VI, el rey Kaleb intervino en Yemen para poner fin a la persecución de los cristianos promovida por un soberano judío. Estableció una administración etíope y construyó la catedral de Sana.Pero Axum no pudo oponerse a la expansión persa en Yemen, de donde los etíopes fueron expulsados definitivamente en 578.

      Expansión del islam y agonía de Axum, siglos VII-X

      En el siglo VII, los primeros discípulos de Mahoma, expulsados de La Meca, encontraron refugio en Axum. Los árabes pronto conquistaron el Egipto bizantino e impusieron gradualmente su control sobre el mar Rojo, y fundaron el puerto de Zeila. Los musulmanes entraron en el Cuerno de África y establecieron sus propias redes comerciales hasta las fronteras del reino abisinio. Ante la pérdida del monopolio sobre el comercio en el mar Rojo, el desarrollo de nuevas rutas comerciales persas y árabes y la islamización de la región, el puerto de Adulis entró en decadencia, lo que asfixió y aisló a Axum. La tradición oral cuenta que en el siglo X los ejércitos de una misteriosa reina del sur o de Lasta, llamada Gudit (o Esat, el Fuego), sembraron la desolación y asestaron una estocada mortal al reino axumita.

      La dinastía Zagwe

      El avance del islam y el declive de Axum desplazaron el centro de gravedad de la Etiopía cristiana hacia el sur, hacia la provincia de Lasta. A principios del siglo XII en el corazón de esta región poblada por los agaw de habla cusita surgió una nueva dinastía, la Zagwe. Este período siguió siendo oscuro, probablemente debido a la voluntad de los gobernantes salomónicos de eliminar todo rastro de una dinastía que consideraban usurpadora. Se afanaron en demostrar que su legitimidad era más antigua que la de los Zagwe. En cualquier caso, los reyes zagwe fomentaron una intensa actividad religiosa. El soberano más destacado de la dinastía, Lalibela (1190-1225), empezó a crear una nueva Jerusalén en su capital, Adefa (Roha), que hoy lleva su nombre, e hizo excavar un conjunto de iglesias monolíticas que fueron uno de los mayores logros de la arquitectura cristiana.

      Mucho más tarde se canonizó a los gobernantes Lalibela Masqal Kebra, Yemrehanna Kristos y Nakuta La’ab y a sus esposas.

      La Edad de Oro de la dinastía salomónica

      Yekuno Amlak (1270-1293) estableció una nueva dinastía. Esta se arraigó poco a poco en la mitología política, que la convirtió en descendiente de Menelik, hijo de la reina Makeda (o reina de Saba) y del bíblico rey Salomón. Esta autenticación genealógica se difundió ampliamente mediante el Kebra Nagast (Libro de la Gloria de los Reyes), probablemente escrito en el siglo XIV, y que les proporcionó los fundamentos ideológicos de la dinastía durante siete siglos.

      Tras años de luchas internas, la llegada de Amda Seyon (1314-1344) al poder implicó el retorno de la estabilidad para el reino. Amda Seyon se encargó del control de los sultanatos musulmanes que amenazaban su poder desde el sur y el oeste del país. Este período estuvo marcado por el desarrollo de la monarquía y por una intensa vitalidad política y espiritual que provocó desacuerdos teológicos. El rey Zara Yaqob (1434-1468) intentó unificar la Iglesia etíope en base a una ortodoxia estricta que definía claramente los dogmas y un culto casi exaltado a la Virgen María. Continuó con la lucha contra los emiratos circundantes y trató de centralizar el gobierno del reino. Con el consentimiento de los gobernantes occidentales y el papa Eugenio IV, el rey Zara Yaqob envió a los primeros monjes etíopes a Tierra Santa. En el siglo XV se incrementaron las relaciones entre el reino abisinio y los europeos, sobre todo los portugueses, cuya ayuda sería tan imprescindible como peligrosa.

      La lucha entre religiones

      Las primeras décadas del siglo XVI se encuentran entre las más sangrientas de la historia abisinia y aún hoy hostigan el inconsciente colectivo nacional. A medida que las relaciones entre los emiratos musulmanes de Ifat y Adal y los gobernantes abisinios se deterioraban, el emir Mahfuz declaró la yihad (guerra santa) contra los cristianos, antes de que el rey Lebna Dengel (1508-1540) le derrotara en 1516.

      En 1525, para vengar la derrota de su suegro, Ahmad ibn Ibrihim al-Gazi, apodado Gragn (el Zurdo) volvió a lanzar sus ejércitos contra el reino ortodoxo. A esto le siguieron dieciocho años de desolación, durante los cuales las masacres, la destrucción de iglesias y monasterios, así como del patrimonio religioso y literario etíope, llevaron al Imperio cristiano al borde del colapso.

      Acorralado en sus trincheras, Lebna Dengal envió una llamada de socorro al rey de Portugal. Finalmente, fue su hijo y sucesor, Galawados, quien dio la bienvenida al destacamento de 400 arqueros portugueses dirigidos por Cristóbal da Gama (hijo del famoso navegante).

      Derrotadas en un primer momento en Ashangui, donde perdieron a su líder, al que capturaron y luego decapitaron, las tropas portuguesas lograron recuperarse e infligir una grave derrota a los musulmanes en 1543 en la región del lago Tana. La muerte del Gragn durante el enfrentamiento hizo que su ejército se retirara hacia Harar.

      Pero el debilitado reino permaneció bajo la amenaza de los turcos, la insurrección de los judíos falashas en el Simien y la expansión de los oromo del sur hacia tierras cristianas. Zarsa Dengal (1563-1597) recompuso un ejército y logró restaurar la autoridad imperial sobre todo el territorio abisinio, que entonces abarcaba la mayor parte de Eritrea, Tigray y vastas zonas de Welo, Gojam y Choa.

      Libres de la amenaza islámica, a lo largo del siglo XVII, los etíopes se vieron confrontados con los insidiosos planes de los misioneros católicos. Los jesuitas españoles desembarcaron tras los soldados portugueses y se esforzaron por devolver a la Iglesia etíope al seno de Roma. Uno de ellos, el padre Pedro Páez (natural de Olmeda de las Fuentes, Madrid), especialmente influyente, logró convertir al emperador Za Dengal (1603-1604) al catolicismo. Lo asesinaron poco después. El rey Susenyos (1607-1632) reiteró su sumisión al Papa y trató de convertir a sus súbditos al catolicismo. Esto provocó una insurrección popular, promovida por el clero ortodoxo, que obligó al soberano a abdicar en favor de su hijo Fasilides.

      Esplendor y decadencia de la dinastía gondariana (1632-1855)

      Tras renegar de su bautismo católico, Fasilides (1632-1667) restauró la fe tradicional y expulsó a los jesuitas del país. A partir de ese momento, la desconfianza hacia los occidentales, y en particular

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