Falsa proposición - Acercamiento peligroso. Heidi Rice

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Falsa proposición - Acercamiento peligroso - Heidi Rice Ómnibus Deseo

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pedirme explicaciones, deberías haber ido a mi despacho, como haría cualquier persona normal. ¡Y no pienso aceptar una charla sobre ética periodística de alguien que no sabe nada sobre ella!

      Luke exhaló un suspiro.

      –Louisa…

      –No había cotilleos en ese artículo –siguió ella–. La lista de los solteros más cotizados no es más que un tema divertido para nuestras lectoras, y a los hombres que aparecen en esa lista normalmente les gusta la atención. Si estás paranoico, es tu problema, no el mío.

      –Pero me pusiste en esa lista sin mi consentimiento –insistió él.

      –¡Porque no tenía que pedirte consentimiento! La prensa es libre, ¿o es que no lo sabes?

      –Por tu culpa, tuve que soportar una estampida de chicas deseosas de casarse, un montón de paparazzi y reporteros del corazón en mi puerta. Si no crees que eso es irrumpir en la vida privada de alguien, te engañas a ti misma.

      El frío y sereno Luke Devereaux no parecía tan frío y sereno en aquel momento.

      –¿Esperas que nadie hable de ti? ¿Vas a decirle a la prensa qué puede publicar y qué no? ¿Quién crees que eres?

      No tenía nada de lo que sentirse culpable. No era culpa suya que su nombre hubiese aparecido de repente en la esfera social cuando heredó una de las fincas más grandes del país. Y tampoco era culpa suya que fuese un hombre guapo, rico y soltero. Y, desde luego, no era culpa suya que tuviera fama de esquivo, evasivo y frío. Si no creía que eso fuera noticia, era él quien se engañaba a sí mismo.

      Además, no habían publicado los rumores sobre su pasado ni se preguntaban cómo había terminado siendo el heredero de lord Berwick cuando no estaban emparentados siquiera. Blush no era una revista escandalosa. Louisa había trabajado antes para una y conocía bien la diferencia.

      –Yo no soy responsable del comportamiento de los paparazzi y ese artículo no te daba derecho a engañarme sobre tu identidad ni a darme ninguna lección.

      De repente, Luke pisó el freno en medio de la avenida, dio un volantazo y se detuvo a un lado. Luego se volvió, clavando en ella su helada mirada.

      –Vamos a aclarar una cosa: lo que ocurrió entre nosotros fue algo imparable, una fuerza de la naturaleza. Habíamos estado tonteando toda la tarde… –la voz de Luke se volvió más ronca–. Lo que pasó no tuvo nada que ver con una venganza ni con darte ninguna lección. Tenía que pasar, así de sencillo. ¿De verdad crees que pensaba en ese artículo cuando estaba dentro de ti?

      –No sé en qué estabas pensando, solo sé que me engañaste. Yo a ti, no –replicó Louisa–. Y no hace falta que te pongas grosero.

      –No estaba poniéndome…

      Luke se pasó una mano por el pelo, exasperado, y ella aparto la mirada.

      Quería agarrarse a la convicción de que había sido una seducción calculada, una mentira, una venganza. La alternativa, que el artículo no hubiese tenido nada que ver, era demasiado peligrosa.

      No quería sentirse atraída por aquel hombre. Y, desde luego, no quería reconocer la química que había entre ellos. Se quedaría sin defensas, a su merced de nuevo, y el sentido común le decía que no debía dejarse controlar por su cuerpo.

      ¿Qué sabía su cuerpo de la vida? ¡La había traicionado de la peor manera una vez y mira el resultado!

      –No importa por qué hiciéramos el amor, lo importante es que fue un error que no vamos a repetir.

      Luke volvió a arrancar sin decir nada y Louisa miró por la ventanilla, demasiado cansada y disgustada como para seguir discutiendo.

      Se sentía agotada y desconcertada. No solo estaba atada a aquel hombre por el bebé que crecía en su interior sino por una pasión elemental y primitiva que aún tenía el poder de hacer que perdiese el control.

      Y a él le daba igual. ¿Cómo no? No tenía nada que perder. Su corazón, si lo tenía, nunca había estado en juego.

      * * *

      Unos minutos después, Luke paró en una gasolinera para llenar el depósito.

      –Voy a pagar, volveré en cinco minutos.

      Louisa asintió con la cabeza, dejando escapar un suspiro cuando la puerta del coche se cerró. Lo vio acercarse a la oficina a grandes zancadas, los hombros tan anchos que…

      Tenía que olvidarse de él, pensó, enfadada consigo misma. Pero ese aire tan dominante que exudaba la sacaba de quicio.

      En los últimos cien kilómetros habían intercambiado menos de diez palabras. Al principio lo agradeció, pero a medida que pasaba el tiempo, el tenso silencio había empezado a tomar vida propia, ahogándola.

      Cada vez que cambiaba de marcha y rozaba su pierna pensaba en esos largos y competentes dedos acariciándola hasta llevarla al orgasmo…

      Cuando dejaron atrás el aeropuerto de Heathrow estaba tan nerviosa que cruzaba y descruzaba las piernas una y otra vez. Había intentado animarse con la radio, pero Marvin Gaye cantando Sexual Healing no era precisamente la mejor manera de calmarse. Cambió de emisora inmediatamente, pero el daño ya estaba hecho.

      Luke la miró, esbozando una irónica sonrisa.

      –No es mala idea –murmuró, haciendo que el pulso de Louisa empezase a latir con fuerza.

      Y, para rematar el desastre, en los últimos meses su vejiga se había encogido hasta alcanzar el tamaño de una nuez. Por el momento, habían parado tres veces para ir al baño y Luke se había mostrado amable. Tenía que darle un punto por no mencionar que esa era otra señal de embarazo que le había pasado desapercibida, pero se sentía menos conciliadora a medida que se alejaban de casa.

      Tenía problemas más importantes que un deseo sexual incontenible.

      ¿Que iba a hacer con su trabajo, por ejemplo?

      ¿Cómo iba a darle la noticia a su familia? A su padre, un hombre muy tradicional, no le haría gracia que su primer nieto naciese fuera del matrimonio.

      Después de tantos años intentando convencer a Alfredo di Marco de que era capaz de tomar sus propias decisiones, le deprimía pensar que iba a tener que librar esa batalla de nuevo. Y luego estaba su apartamento, que era demasiado pequeño para un niño…

      Pero no parecía capaz de concentrarse en ninguno de esos temas, por importantes que fueran, y era culpa de Luke Devereaux.

      Si no le hubiera hecho recordar esa noche, no se sentiría tan incómoda. Y tenía la sospecha de que él lo sabía. ¿Por qué la llevaba a su casa de campo? Ese viaje podría acabar en desastre.

      Pero no había logrado reunir valor para decirle que había cambiado de opinión y quería que la dejase en cualquier estación de tren.

      Sencillamente, no tenía energía. Cuanto más se alejaban de Londres, más difícil le resultaba decir nada y su propia debilidad la enfadaba.

      Aquel hombre merecía que le bajasen los humos. Aunque

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