Falsa proposición - Acercamiento peligroso. Heidi Rice

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Falsa proposición - Acercamiento peligroso - Heidi Rice Ómnibus Deseo

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al coche.

      De repente, Louisa se dio cuenta de lo ridículo de la situación y se le escapó una risita.

      –Ríete todo lo que quieras. Ya veremos quién ríe el último cuando esté dentro de ti y no puedas respirar.

      De repente, el humor de la situación se esfumó por completo.

      –No pienso ir a Havensmere, te he dicho que he cambiado de opinión. Quiero volver a Londres.

      –Louisa, cariño, ya hemos tenido esta discusión, ¿recuerdas? Si volvemos a discutir de lo mismo no acabaremos nunca y no podremos hablar de lo que es importante –Luke esbozó una sonrisa que la afectó de forma inesperada–. El niño nacerá dentro de seis meses y tenemos un tiempo limitado.

      Sin poder evitarlo, Louisa le devolvió la sonrisa. Había olvidado su sentido del humor, lo peligrosamente sexy y encantador que podía ser.

      En ese momento, entendió por qué la había cautivado esa noche. No habían sido sus atractivas facciones, su estatura o sus habilidades como amante. Había sido su sonrisa, su magnetismo.

      No podía volver a caer en la misma trampa.

      Era lógico que casi hubiera olvidado al hombre al que conoció esa noche… porque no existía, era una mentira. Podía ser simpático y encantador cuando quería serlo y la atracción sexual entre ellos seguía siendo muy potente, pero aquel día había demostrado que no tenían nada en común salvo el bebé. Y no debía olvidarlo.

      Luke le levantó la barbilla con un dedo para mirarla a los ojos.

      –¿Por qué has cambiado de opinión sobre ir a Havensmere?

      –Tú sabes por qué –respondió Louisa–. El sexo será un estorbo si estamos solos. Lo es ahora y estamos en la calle.

      –Me alegra que lo admitas, pero no sé por qué es un problema.

      –No, claro que no –dijo ella, exasperada.

      ¿Por qué tenía que ser tan irresistible?

      –Tu vida se ha puesto patas arriba, pero la mía también, en caso de que no te hayas dado cuenta. Tampoco yo tenía planeado ser padre y menos así, de repente.

      –Por favor, no discutamos más, estoy agotada.

      De repente, los ojos se le llenaron de lágrimas y tuvo que hacer un esfuerzo para contenerlas.

      –Oye, no llores. No es tan horrible –Luke le secó las lágrimas con un dedo.

      –Tengo que irme a casa para empezar a ordenar mi vida. Tengo tantas cosas que hacer… –Louisa no pudo contener un sollozo.

      Sabía que era una tontería, pero no podía dejar de llorar. La enormidad del embarazo parecía estar ahogándola hasta dejarla sin respiración.

      Luke se sacó un pañuelo del bolsillo.

      –No te preocupes, ya lo solucionaremos.

      Louisa enterró la cara en el pañuelo y se apoyó en él mientras le acariciaba la espalda. Era cierto, su mundo se había puesto patas arriba y agradecía tener a alguien a su lado. Aunque fuese Luke Devereaux.

      Por fin, dejó de llorar y se secó la nariz, un poco cortada.

      –No sé qué me pasa, deben ser las hormonas.

      –¿Te encuentras mejor? –le preguntó él, mirándola con gesto de preocupación.

      –Sí, estoy mejor. No sé que me pasa, me siento como la protagonista de un culebrón –Louisa intentó esbozar una sonrisa–. Y me temo que tu pañuelo está hecho un asco.

      –Quédatelo, tengo más.

      Luke le abrió la puerta del coche y ella esperó hasta que estuvo detrás del volante antes de decir:

      –De verdad, quiero que me dejes en una estación de tren. Si me das tu número de teléfono, te llamaré en un par de semanas. Entonces podremos hablar de… bueno, ya sabes.

      ¿De qué iban a hablar exactamente?

      ¿De futuras ecografías? ¿Vitaminas, nombres para el bebé? ¿Quería ser el padre del niño? ¿Quería ella que lo fuese?

      Sentía como si estuviera subiendo el Everest sin equipamiento adecuado y sin oxígeno. Si lo conociese mejor, podría saber por dónde empezar.

      Luke la estudiaba, su expresión indescifrable.

      «Por favor, que no siga discutiendo». «Tengo demasiadas cosas en las que pensar ahora mismo».

      Por fin, él asintió con la cabeza.

      –Sí, claro.

      Louisa dejó escapar un suspiro de alivio. Necesitaba tiempo para pensar antes de lidiar con Luke Devereaux, pero una cosa estaba clara: no iba a dejar que tomase decisiones por ella.

      –¿Por qué no te pones la chaqueta como almohada y duermes un rato? Pareces cansada.

      Ella asintió con la cabeza, agradeciendo que fuese tan considerado, pero cuando miró la chaqueta azul sobre sus rodillas dio un respingo.

      –¿Qué pasa?

      –No puedo usar esto como almohada. Es de lino y se arrugará. Además, es de Armani. Sería un sacrilegio.

      Luke rio mientras cambiaba de marcha.

      –Prometo no contárselo a Armani, no te preocupes –respondió, haciéndole un guiño.

      Sonriendo, Louisa se colocó la chaqueta bajo la cara, intentando ignorar un extraño cosquilleo en el vientre. Pero no podía ignorar la alegría que sintió mientras cerraba los ojos.

      Olía a él, a su colonia, un aroma delicioso y peligroso a la vez. Como su propietario, pensó, mientras se quedaba dormida.

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