Falsa proposición - Acercamiento peligroso. Heidi Rice

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Falsa proposición - Acercamiento peligroso - Heidi Rice Ómnibus Deseo

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      Se habían llevado bien de inmediato, tan absortos el uno en el otro que habían ignorado a sus anfitriones y a los demás invitados a la cena. Luego, él se había ofrecido a acompañarla a casa y, mientras paseaban por Regent’s Park, con el sol empezando a ponerse, las flores perfumando el aire y el agradable calor de su brazos, todo le había parecido increíblemente romántico. No tenía el menor problema en admitir que por fin había conocido a su príncipe azul. Y el deseo que le provocaba era la guinda del pastel.

      Luke frunció el ceño, deslizando una mano por su brazo.

      –¿De verdad quieres que suba?

      –¿No te apetece? –preguntó Louisa, sorprendida.

      Él hizo una burlona mueca.

      –Claro que sí, pero debo decirte… bueno, una vez que estemos en tu apartamento, no va a interesarme el café.

      –Uf, menos mal –dijo ella, con el corazón acelerado–. Porque me parece que no tengo.

      Luke soltó una carcajada.

      –Me alegra que estemos de acuerdo –murmuró, mordiéndole suavemente el cuello mientras el taxi se detenía frente al edificio.

      Pagó al taxista mientras ella salía del coche y luego tomó su mano para acercarse al portal. Louisa tuvo que rebuscar en el bolso para encontrar la llave, tan nerviosa que no era capaz de acertar con la cerradura.

      –Déjame a mí –dijo él, abriendo la pesada puerta de roble.

      Durante toda la noche había estado abriendo puertas para ella, apartando sillas, preguntándole si quería esto o aquello, pagando el taxi antes de que pudiese sacar el monedero. En la próxima cita se ofrecería a pagar la mitad de todo, por supuesto. Ella era una mujer moderna. Pero debía admitir que esa actitud tan anticuada y caballerosa la hacía sentir especial, preciosa y más excitada que nunca.

      Luke le tomó la mano en cuanto entraron en el portal.

      –¿Qué piso?

      –El último –Louisa suspiró–. Tendremos que darnos prisa – añadió, soltándole la mano para correr escaleras arriba.

      –Oye, espérame –riendo, Luke subió los escalones de dos en dos para llegar a su lado.

      A pesar de ir al gimnasio dos veces por semana, Louisa estaba sin aliento cuando llegaron arriba, seguramente más por nervios que por agotamiento.

      No encontraba la cerradura en la oscuridad, y cuando le apartó la melena a un lado para darle un mordisquito en el cuello, las llaves cayeron al suelo.

      Riendo, Luke se inclinó para recuperarlas.

      –Será mejor que abra… antes de que nos dejemos llevar aquí mismo.

      La puerta se abrió por fin y Louisa dejó escapar un gemido cuando la tomó en brazos, su expresión decidida, sus alientos mezclándose. Le echó los brazos al cuello, intentando dejar de temblar. Si se excitaba un poco más lo estropearía todo.

      Luke la dejó en el suelo para apoyarla contra la pared, la falda del vestido por la cintura, sus piernas desnudas rozando la tela de los vaqueros.

      –Llevas toda la noche volviéndome loco –murmuró, su voz temblando de deseo–. Dime que tú sientes lo mismo.

      –Sí –murmuró Louisa, apretándose contra su torso.

      Cuando apartó a un lado el encaje de las braguitas para hundirse en su húmedo calor, de su garganta escapó un sollozo. Estaba temblando, incapaz de creer lo que sentía. Cuando Luke la acariciaba, le provocaba un río de lava ardiente entre las piernas.

      Sorprendida por esa nueva sensación, se agarró a sus brazos, temblando.

      –Por favor… –susurró, pensando que estaba a punto de saltar a un precipicio y romperse en mil pedazos.

      –Déjate ir –la animó él–. Te gustará, lo prometo.

      Cuanto volvió a rozar el capullo escondido entre los rizos, Louisa se apartó.

      –No puedo.

      Luke iba a pensar que estaba loca, pero no podía hacerlo. No podía saltar a lo desconocido, y contuvo el aliento, sintiéndose como una tonta.

      Qué buen momento para descubrir que era frígida, cuando su príncipe azul estaba bajándole las bragas.

      –Relájate –dijo él, haciendo perezosos círculos sobre los pliegues de su sexo, pero sin tocarla donde ella quería.

      Podía ver unas arruguitas alrededor de sus ojos… ¿estaba riéndose? ¿Pensaba que era gracioso?

      Qué horror. No se había sentido más expuesta en toda su vida.

      –Tal vez deberíamos dejar el café para otro día –susurró, mientras intentaba apartarse.

      Él le puso las manos en las caderas, atrapándola contra la pared.

      –¿Qué ocurre?

      –No estoy de humor para esto –respondió ella, sin mirarlo a los ojos.

      Luke le levantó la barbilla con un dedo.

      –Estabas muy cerca y, de repente, te has puesto tensa. ¿Qué ha pasado?

      Louisa negó con la cabeza, temblando.

      –No importa, déjalo –murmuró, desolada.

      Pero cuando Luke le tomó la cara entre las manos y le acarició la mejilla, se le encogió el corazón.

      –Pues claro que importa. Solo tienes que relajarte. Si estás nerviosa, es normal que no puedas llegar al orgasmo.

      Lenta, muy lentamente, mientras sus dedos hacían magia, Louisa empezó a relajarse. Y cuando rozó sus pezones con el pulgar, se pusieron tensos ante la caricia.

      –¿Lo ves? Puedes hacerlo –dijo él, satisfecho.

      Volvió a besarla como si estuviera poseyéndola mientras le quitaba la chaqueta de los hombros para tirarla al suelo…

      –Quiero verte –murmuró, dando un paso atrás.

      Ella dejó que tirase del corpiño del vestido y le quitase el sujetador, alegrándose de estar a oscuras.

      Debería sentirse avergonzada. Estaba prácticamente desnuda mientras él estaba vestido, pero al ver un brillo de admiración en los ojos grises, sintió una punzada de incontenible deseo.

      Luke inclinó la cabeza para acariciar uno de sus pezones con la lengua, lamiéndolo y rozándolo con los dientes hasta que estuvo rígida de deseo. Por fin, cuando lo metió en su boca y tiró de él, Louisa dejó escapar un suspiro, el placer ahogándola. Y cuando volvió su atención hacia el otro pecho, sometiéndola a la misma tortura, un sollozos escapó de su garganta.

      –Muy bien, vamos a lo que importa –susurró

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