Falsa proposición - Acercamiento peligroso. Heidi Rice

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Falsa proposición - Acercamiento peligroso - Heidi Rice Ómnibus Deseo

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eran más grandes?

      –No estoy embarazada y aunque lo estuviera… ¿por qué crees que tú serías el padre? Podría haberme acostado con otro hombre después de ti. O con cuarenta.

      –Sí, pero no lo has hecho –respondió él, tan arrogante que Louisa tuvo que contenerse para no darle una bofetada.

      El ego de aquel hombre no tenía límites.

      –Ah, ya veo. Crees que eres tan memorable que ya no puede gustarme ningún otro hombre, ¿no? Pues te equivocas.

      –Deja de fingir algo que no eres. Supe que el flirteo era falso en cuanto estuve dentro de ti.

      Louisa, avergonzada, hizo un esfuerzo para mirarle la entrepierna con gesto de desprecio.

      –Ah, ya, entonces es que tienes un radar ahí, ¿no?

      Él sacudió la cabeza, riendo.

      –Ojalá fuera así. De haber sabido que eras tan inocente no me habría acostado contigo.

      –Ah, qué noble por tu parte. Pues no te sientas culpable, no era virgen.

      –No, pero prácticamente –Luke exhaló un suspiro–. Siento lo que pasó esa noche, pensé que tenías más experiencia. No quería hacerte daño, de verdad.

      Sí querías, pensó ella. Pero no lo dijo en voz alta. Que supiese lo vulnerable que era sería aún más humillante.

      –Sí, bueno, esta conversación es muy interesante, pero la realidad es que no hay nada que discutir.

      –Decidiremos eso cuando te hayas hecho la prueba de embarazo.

      Louisa podría haber protestado, y seguramente debería haberlo hecho, pero de repente estaba agotada. Solo quería terminar con aquello lo antes posible para no volver a verlo.

      Y si para eso tenía que hacerse una prueba de embarazo, se la haría.

      Pero ya estaba ensayando lo que iba a decirle cuando el resultado de la prueba fuese negativo.

      –Enhorabuena, señorita Di Marco, está usted embarazada.

      El corazón de Louisa empezó a latir con tal violencia que pensó que estaba sufriendo un infarto.

      No podía haber oído bien.

      –Perdone, ¿qué ha dicho? –su voz sonaba débil y lejana.

      –Está esperando un hijo, querida –la doctora Lester volvió a mirar el resultado de la prueba, que había recibido del laboratorio hacía diez minutos–. De hecho, es un resultado muy fiable. Por el nivel de hormonas, yo diría que está embarazada de tres meses. O eso, o está esperando mellizos.

      Louisa tuvo que agarrarse a los brazos de la silla para no caer al suelo.

      –¿Podría decirnos la fecha aproximada del parto? –preguntó Devereaux, a su lado.

      Louisa lo miró, perpleja. Había olvidado que estaba allí. No había puesto pegas cuando quiso entrar con ella para saber el resultado porque creía que el resultado iba a ser otro.

      Aquel debería ser el momento en el que le mandaba al infierno, pero él no parecía satisfecho o particularmente contento por su victoria sino tranquilo, sereno.

      –¿Qué tal si hacemos una ecografía? –sugirió la doctora–. Así podremos comprobar cómo va el desarrollo del feto y dar una fecha más exacta.

      –No diga tonterías, no hay ningún feto. Tiene que ser un error, no estoy embarazada. Me hice la prueba yo misma en casa y tuve la regla después. Además, no… –Louisa no terminó la frase, avergonzada. Pero daba igual lo que Devereaux supiera sobre su vida sexual o falta de ella– no he estado con nadie desde entonces.

      La doctora Lester juntó los dedos.

      –¿Qué clase de prueba se hizo?

      –No recuerdo la marca, pero la compré en una farmacia.

      –¿Y cuándo se la hizo?

      –Una semana después… de nuestro encuentro –Louisa se aclaró la garganta.

      –Algunas pruebas de embarazo son fiables, otras no tanto, depende de la marca. Y pueden dar un falso negativo si se hacen demasiado pronto. ¿Tuvo la regla después de eso?

      –Sí.

      –¿Una regla normal o más ligera?

      –Más ligera.

      –¿Cuántos días después del coito?

      –Una semana o así.

      –Entonces no era una regla, señorita Di Marco. Estaba manchando, es algo habitual mientras el feto se implanta en el útero.

      –Pero yo pensé que solo podías quedar embarazada durante el período de ovulación.

      Otra de las razones por las que había estado convencida de que no habría ningún problema.

      –El embarazo puede ocurrir en cualquier momento, especialmente cuando se trata de parejas jóvenes o excepcionalmente fértiles.

      –¿Ese manchado podría afectar al bebé? –preguntó Devereaux.

      Louisa miraba a la doctora, decidida a ignorarlo. La situación era surrealista, como si hubiera salido de su cuerpo y estuviera viéndolo todo desde fuera. ¿Cómo podía estar embarazada de aquel hombre? Ella, que no había querido pensar en la posibilidad de tener hijos por el momento. Solo tenía veintiséis años y había trabajado mucho para llegar donde estaba. Se había matado a estudiar en la universidad, había hecho de todo para pagar sus estudios, incluso turnos de noche y dobles turnos en London Nights para hacerse un hueco en el mundo del periodismo local, hasta que por fin se había establecido como redactora en Blush.

      Estaba orgullosa de lo que había conseguido. Blush era una buena revista que no solo publicaba artículos superficiales sino también sobre todo lo que significaba la experiencia femenina.

      Y, de repente, todo eso estaba en peligro porque había cometido un error. Se había acostado con un hombre al que no le importaba un bledo y quien, además, parecía tener el esperma de un semental.

      –No se preocupe por el manchado, lord Berwick –dijo la doctora, con tono indulgente–. Estoy segura de que el feto está bien. Como he dicho, la prueba demuestra que está firmemente establecido en el útero, pero una ecografía haría que se sintieran más tranquilos –luego sonrió a Louisa, que aún estaba intentando procesar toda aquella información–. ¿Por qué no viene conmigo a la sala de ecografías, señorita Di Marco?

      Louisa miró de soslayo a Devereaux, que estaba observándola con gesto serio.

      No solo el esperma de un semental sino la cabezonería de un mulo.

      Suspirando, Louisa soltó los brazos de la silla.

      –Muy bien.

      Entró

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